Miércoles, 06 Febrero 2019 14:18

Degradación y decadencia

Artículo | Algo Más Que Palabras

“El fracaso de esta generación parte de esa mentalidad que todo lo separa, divide, excluye y adoctrina a las órdenes del poderoso caballero don dinero; en lugar de priorizarse con el amor, que jamás desea ser poseído”.
 
    Los seres humanos entre sí, y junto a los demás, hemos decaído tanto culturalmente como moralmente, lo que requiere, con urgencia, asumir compromisos y responsabilidades globales, para trazar nuevas acciones encaminadas a redescubrir en común lo mucho que podemos hacer en familia unos por otros. Por desgracia, el núcleo vital de lo humano y de la sociedad, ya no se forma al calor de ese hogar que infunde pertenencia, ilusión y tolerancia. Hemos enfermado en valores y en valía, y los mandatarios que se dicen protectores de la estirpe, también han olvidado que la efectiva acogida tiene su naciente en la institución familiar; en esa corporación de vínculos emparentados, que es donde en verdad adquirimos la espiritualidad humanística, heredada a través de la ternura del abrazo, de la entrega generosa, de la donación total en suma. Es cierto que siempre ha habido crisis, pero cuando se afronta todo de manera superficial o interesada, es difícil que renazca el diálogo sincero, creando situaciones realmente complejas y problemáticas. A mi juicio, el fracaso de esta generación parte de esa mentalidad que todo lo separa, divide, excluye y adoctrina a las órdenes del poderoso caballero don dinero; en lugar de priorizarse con el amor, que jamás desea ser poseído.

Mal que nos pese, los magnos valores de humanidad se aprenden y reprenden en consanguinidad. Son los grandes agentes transformadores, pues de una mística unión de corazones, o si quieren de una íntima comunidad conyugal de savia y afecto, germinan los abecedarios más armónicos, los sentimientos más puros, la actitud más desprendida, el lenguaje más níveo del alma, donde nadie hace alarde de nada, porque lo importante son las huellas de humildad que dejan aquellos rostros que saben disculparlo todo. Después de ese amor inherente que debe unirnos como caminantes, la experiencia de los siglos prueba que la deshumanización anuncia la decadencia de los linajes. Por eso, es fundamental reavivar el sentido de mundialización y de que los corazones dejen de ser piedras, de hacer uniones más auténticas a través del ejemplo de sus progenitores, pero también de una educación sana adherida a los principios y valores éticos. Que nadie se confunda, estamos llamados a convivir y a respetarnos, a restablecer el raciocinio y a fomentar el sentido de justicia, a despertar a una conciencia menos mercantilista de la existencia humana en definitiva.

Sea como fuere, uno se fraterniza desde el compartir y se degrada desde el endiosamiento dominador del pensamiento materialista. Ahí están los insaciables, los que utilizan las artimañas de la fuerza y del poderío, imponiendo un estilo que nos repele entre humanos, con modos intolerantes que nos degradan y con una clara violación a lo que en realidad somos, un soplo de energía y poco más. De igual modo, debido a una sobreexplotación, sin miramiento alguno; nuestro propio planeta, que es también nuestra casa común, corre el riesgo de destruirse. Así, los últimos cuatro años son un claro signo del cambio climático a largo plazo debido a concentraciones récord en la atmósfera de gases de efecto invernadero. “2015, 2016, 2017 y 2018 han sido confirmados como los cuatro años más cálidos registrados”, según informe reciente de la Organización Meteorológica Mundial. Esta es, por tanto, una realidad que debemos afrontar toda la ciudadanía en bloque, sin ninguna exclusión o marginalidad; y ha de ser, además, una de las principales prioridades mundiales.

En consecuencia, es el momento de movilizarnos para renacer y no proseguir en esta degradación y decadencia humana, que nos lleva verdaderamente al caos y a la destrucción. En el nombre de Dios, Al-Azhar al-Sharif -con los musulmanes de Oriente y Occidente-, junto a la Iglesia Católica -con los católicos de Oriente y Occidente-, han firmado, al inicio de este mes de febrero, un histórico documento en el que declaran asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio. Extiéndase el paradigma. Ojalá hagan lo propio otros líderes mundiales. Sin duda, este puede ser un buen camino, para que en nombre de la ciudadanía, en su armónica unidad y como seres pensantes, todos podamos estar más dispuestos a cooperar hacia una cultura de consideración solidaria y bilateral, siendo más comprensivo al menos cada cual consigo mismo y sus semejantes, con vistas a confirmar la importancia de tales valores, como ancla reconstituyente y fuerza humanística para todos.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 21 Septiembre 2016 11:33

La decadencia de los gobiernos

Columna | Algo Más Que Palabras

    Desde siempre son muchos los que aspiraron a gobernar, sin embargo nuestra propia historia está crecida de desgobiernos que nos han retrocedido y llevado al caos. Por los hechos que se suceden a diario, todo parece indicar que hemos vuelto a esa época de necedades y absurdos, casi siempre alentados por el odio y la venganza, lo que dificulta enormemente el sosiego y las buenas relaciones de la convivencia.  Deberíamos ser más autores de nuestra vida en sociedad y menos víctimas de mecanismos que nos deshumanizan; pero para eso hace falta ser más dóciles y más familia, en el sentido profundo del término, que no es otro que el respeto a cada cual, al vinculo de la cordialidad humana.

    Cuando tanto se habla de ciudadanía, pues resulta que el ciudadano de a pie apenas cuenta nada. Andamos tan endiosados y tan imbuidos por el desamor, que nada es auténtico, ni transparente. Realmente, buena parte de este desorden, la tienen aquellos políticos más preocupados por sus intereses que por servir a esta ciudadanía a la que se le pide que sea participativa, pero a la que se utiliza  como jamás. En ocasiones, los intereses partidistas son tan fuertes y descarados, que nos rapiñan hasta nuestra propia autonomía, el derecho a vivir con un decoroso nivel de movimientos, con una noble y digna asistencia social.

    Hoy más que nunca hacen falta políticos de altura acordes con los difíciles tiempos que vivimos, responsables, con sentido de unión, y vocación al género humano. No son necesarias personas con grandes trayectorias académicas, ni gobiernos perfectos, pero si individuos honestos y sencillos que hagan valer su capacidad de servicio con ejemplaridad y tesón. Cuidado con los populismos que vienen surgiendo como solución al desgobierno, pues estos también quieren gobernar demasiado, y eso es un peligro total. A mi juicio, lo vital es que el gobernante pueda ser gobernado también; y, en todo caso, más que poner orden active la armonía entre sus análogos, aunque sean contrincantes. Por esto, una convivencia humana justamente establecida exige que se reconozcan y se respeten los derechos y los deberes de todos, sin exclusiones, lo que requiere un respeto mutuo y una consideración plena hacia toda la humanidad.

    Creo que, con el tiempo, mereceremos un gobierno mundial y menos gentes que nos gobiernen a su antojo. Será en el momento que adquiramos conciencia de ser miembros de una sociedad avanzada humanamente, que ha tomado las realidades de los valores como esencia de itinerario de vida.  Uno, por ejemplo, adquiere la autoridad, porque se la ha ganado a pulso, con su propio espíritu, defendiendo las instituciones y perseverándose en su entrega, con el deber de estar sometido a un orden ético. En cualquier caso, nadie podemos lavarnos las manos, todos estamos llamados a colaborar y a cooperar responsablemente, cada uno en su medida; mas todos a una, sabiendo que el mejor gobierno es aquel que aglutina y sabe cómo conjugarse en esa unidad.

    Ciertamente, los gobiernos no han de sustentarse en la fuerza del negocio, sino en el consentimiento de sus ciudadanos a los que han de servir con auténtica responsabilidad  moral, en una concepción de la justicia universalista y universalizada, en lugar de alimentar la maquinaria de guerras y conflictos. Quizás, por ello, tengamos que aprender a cerrar brechas que nos distancian unos de otros, conciliar abecedarios y reeducarnos en el sentido responsable de proponer, nunca imponer, y escuchar. Nada es tan fácil ni tan útil como aguzar el oído mucho para averiguar lo que se piensa. Así podremos pasar a la acción, no yendo a la derrumbe de las contrariedades, y si obrando con la cautela necesaria para hacer feliz a los moradores. La atmósfera no puede estar más necesitada de sensatos dirigentes para cuando menos crear otro ambiente más armónico, ante el avance del extremismo y los millones de desplazados por la violencia en el orbe, los diversos conflictos en Siria y otras hostilidades en Medio Oriente y África, o la mitigación del cambio climático, por poner simplemente sobre el tapete algunas realidades bochornosas que nos circundan.
   
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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