Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hoy más que nunca nos necesitamos unos a otros. Sólo hay que escuchar el testimonio de las agencias humanitarias, asistiendo a decenas de millones de personas necesitadas, salvando millones de vidas, restaurando esperanzas perdidas, reponiendo ilusiones, e incluso, regenerando territorios afectados por conflictos y desastres naturales. Ya está bien de tantas luchas innecesarias, en permanente batalla entre la realidad y la conciencia. Abandonemos este campo de hostilidades, volvamos al pensamiento armónico y reaparezcamos como personas de paz, dispuestas siempre a contener nuestras furias desde la exploración más auténtica. No podemos seguir alimentando la confusión de conceptos, ni tampoco alentando un modo de vida basado en producir y disfrutar. Toda esta atmósfera de falsedades lo único que favorece es un juego de esclavitudes como jamás hemos tenido la especie humana. Por eso, es importante decir ¡basta!, prepararnos para la relación entre diferentes, mediante una pedagogía comprensiva, orientada a reconducirnos, con lo que esto significa para la formación del carácter, para el dominio y recto uso de las cosas, sabiendo que todos somos únicos, necesarios e irrepetibles.

Realmente, el olvido de la verdad, la perversión permanente de las costumbres, la inmoralidad que nos gobierna en buena parte del planeta, nos hace retornar la mirada a muchos de nuestros antecesores y ver, en ellos, nuestros propios desafíos. En este sentido, el cardenal J.H. Nuewman, gran defensor de la naturaleza humana, llegó a afirmar que “la conciencia tiene unos derechos porque tiene unos deberes”. Ciertamente, así es, lo que nos exige coherencia y congruencia con nuestras actuaciones, que han de ser conformes al ansiado bien colectivo que todos añoramos. Es, pues, urgente que estemos en disposición de auxilio. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hay gentes que no pueden esperar por más tiempo. En general, más de 145 millones de personas en todo el mundo necesitarán asistencia y protección humanitaria, requiriendo más fondos que nunca para ayudarlos. La solidaridad, por tanto, tiene que llevarnos a dar respuestas contundentes y a asociarnos más estrechamente con las agencias de desarrollo. En la misma línea de compromiso, las leyes de migración tienen el deber de cumplir con los derechos y la protección de los niños. Ojalá los líderes mundiales y los legisladores reunidos en Puerto Vallarta (México), del 4 al 6 de diciembre, forjen un consenso sobre los compromisos políticos y financieros de conformidad con la Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes y la Convención sobre los Derechos del Niño. En cualquier caso, no perdemos la esperanza de que así sea.

Sabemos que los niños refugiados y migrantes son especialmente vulnerables a la xenofobia, el abuso, la explotación sexual y a la falta de acceso a los servicios sociales. De igual modo, también nos consta que muchas personas mayores piensan que su vida tiene menos valor y, como resultado de ello, son más proclives a la depresión y al aislamiento social. Lo mismo sucede con las mujeres, a la vez que hace falta poner fin a la violencia contra ellas y las niñas, es menester que nadie se quede atrás. Nos hace falta, en consecuencia, otro entusiasmo tan reparador como activista. En ocasiones, la vida se nos torna absurda y es preciso mirar más allá para poder observar la mano de otros unida a la nuestra, siempre tendida y extendida, creciendo en el amor que es lo que realmente da valor a nuestro vivir. Perpetuamente saludable, es sumar fuerzas para aliviar lamentos y asegurar que el sufrimiento sea más llevadero y no se vuelva a repetir. La tarea no es fácil y ha de ser continua, se trata de  hacer del mundo un lugar mejor. Convencido de que a esta sociedad la cambian los entusiastas, injertados al espíritu del voluntariado, siempre en guardia como los verdaderos poetas de  corazón y vida, personas que se convierten en ciudadanos del mundo, dispuestos a darlo todo para fraguar nuestro futuro común en un planeta totalmente globalizado, donde han de respetarse la peculiaridad de cada ser humano. Pensemos, por tanto, en la manera de conversar coaligándonos de manera sólida, con abecedarios éticos, para que faciliten el encuentro, con la estima a toda savia humana. Indudablemente, el recurso al poder de las armas para dirimir las controversias no tiene sentido, en la medida que es una derrota a nuestro propio espíritu de raciocinio y a nuestra diferencial existencia.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 01 Marzo 2017 15:48

Nosotros, los humanos

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Nunca es tarde para recomenzar un tiempo. Este retornar a un nosotros más fraterno es un vivo poema que nos da luz. A poco que penetremos en el corazón hallaremos la dimensión comunitaria como centro de nuestros pensamientos y abecedario de nuestra conciencia. Sea como fuere, el mundo ha de transformarse en más sosiego, en más amor y, por ende, en más vida. No es tiempo de reclutar a nadie, y aún menos a seres indefensos, sino de dejarlos volar para que, por si mismos, hallen el camino de la liberación. Ya está bien de activar torturas en lugar de abrirnos a la escucha, a la consideración del otro, a la estima de uno mismo y a la conciliación de actitudes. De ahí la importancia de la autenticidad de nuestras acciones en esa permanente búsqueda, no del aplauso, sino del hallazgo a la solución del encuentro con la diversidad.

    Tenemos que salir de la hipocresía mundana, ser más interior que exterior, más verbo que nombre, para conjugar la sencillez con la generosidad. No podemos perder más tiempo en políticas que son más negocio que servicio, en palabras que son más del momento que del tiempo, en protocolos que nos acrecientan el egoísmo y la necedad. Hay que despertar, tomar el tiempo debido para el impulso, pero actuar contundentemente, cuando menos por un planeta más equitativo, más libre y humano, más de todos y de nadie.

    Los humanos, sí todos y cada uno de nosotros, estamos llamados a tomar parte activa en el camino a transitar. Por desgracia, nos hemos habituado a vivir egoístamente, a luchar por las cosas materiales antes que por aquellas que tienen alma, a no prestar atención a los que encienden batallas, a no dejarnos interrogar por aquellos ciudadanos que no tienen un techo para cobijarse, a no plantarle corazón a la violencia para desterrarla de nuestra vista, a encogernos de hombros y mirar hacia otro lado, cuando vemos a alguien que nos pide auxilio. En demasiadas ocasiones nos desentendemos de lo que somos. Olvidamos que, cada minuto, 24 personas tienen que huir para salvar su vida. Las raciones de comida en África se recortan hasta el 50% por falta de fondos. Sin duda, estamos atravesando la mayor crisis humanitaria después de la segunda guerra mundial, y apenas, mostramos interés por el cambio. El último informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) pone de manifiesto, precisamente, la falta de alternativas para estas gentes en Europa. Con apenas dos meses del año 2017, cerca de tres centenares de personas ya han muerto intentando cruzar el Mediterráneo. Nos consta que miles de refugiados recurren a  traficantes de personas, a falta de vías legales para alcanzar un lugar seguro. ¡Qué pena de tantos muros y fronteras inútiles!

    Confieso que me quedo sin aire ante estos acontecimientos macabros. Cualquiera de nosotros podemos ser un refugiado en algún momento. Nadie estamos libres, en una tierra cada vez más convulsa, a quedar presos, a dormir en la calle. Por ello, requerimos de otras expresiones más armónicas, menos interesadas, por el camino del entendimiento y de la humildad. Para nada nos facilitan el camino ciertos modales prepotentes, de orgullo y autosuficiencia. Sin duda, deberíamos tomar otros itinerarios más sensibles con toda existencia humana. Andamos saturados de despropósitos. A ello se suman los agentes infecciosos que se expanden por doquier. Ahora sabemos que la contaminación mata anualmente en España a cerca de tres mil personas y que, en todo el mundo, provoca cada año más de tres millones de defunciones prematuras, según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dicho lo cual, nosotros (los humanos),  hemos de repensar en modelos de producción que, aparte de asegurar recursos para todos y para las generaciones futuras, no sean tóxicos, ni radioactivos.

    Al fin y al cabo, todos tenemos derecho a respirar un aire limpio, pues si importante es el derecho a ser tratados con respeto, también a vivir una vida libre de contaminantes, de discriminación, coerción y abusos. Tras los errores y horrores del siglo XX, no debe haber espacio para la deshumanización en el siglo XXI, de manera que hemos de apostar por otro modo de  vida más constructivo, por nuevos hábitos más níveos, para que pueda ser posible una mejor alianza entre todos y el hábitat. Ojalá hallemos el natural abrazo con el que se une el cielo con la tierra, para sentirnos íntimamente unidos con todo lo que existe.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Lunes, 26 Diciembre 2016 10:30

Los humanos somos gente apasionada

Artículo | Algo Más Que Palabras

    El mundo tiene que encontrar la luz, por muchas dificultades que hallemos en el camino. Por propia razón de ser y de cohabitar, somos gente apasionada. Ahí radica la expectativa de volver a ilusionarnos. Nuestros predecesores también trabajaron con su propio espíritu, y así dieron fortaleza a tantas organizaciones solidarias, a tantos horizontes que parecían imposible de abrazarlos, pues nunca es tarde para recomenzar nuevos vuelos, si en el empeño ponemos coraje y esperanza, naturalidad y comprensión. Cuántas veces nos perdemos de vista a nosotros mismos y no nos reconocemos en situaciones vividas. Quizás tengamos que salirnos de esta mentalidad mundana, que todo lo vuelve oscuro, para tomar otros caminos más generosos, de mayor donación entre análogos, y también de mayor compromiso hacia nosotros mismos, con el fin de regenerar la propia especie de la que formamos parte cada cual, haciéndolo más desde el corazón que desde el cuerpo; y, en todo caso, en armonía con la mente.

    Cada vez que un ser humano defiende un ideal, actúa para crecernos, para mejorar nuestra existencia; o si lucha contra una injusticia, lo hace también para restablecer lo armónico, el sosiego entre todos los moradores. Así surge UNICEF, hace setenta años, con personas apasionadas, cuyo objetivo primordial fue poner amor  para proteger vidas, proporcionar ayudas a largo plazo y dar aliento a esos niños que estuvieran en peligro a causa de conflictos, crisis, pobreza... Es público y notorio que la labor de esta organización, encaminada siempre hacia los chavales más desfavorecidos, excluidos y vulnerables, nunca ha sido tan importante y urgente como ahora, en parte también por los efectos del cambio climático. Hoy más que nunca hace falta ablandarse y poner furia para enhebrar consuelo. De veras cuesta entender la pasividad de algunos Estados para cobijar a los refugiados. Las cifras no pueden ser más alarmantes. La agencia de Naciones Unidas acaba de indicar "que un promedio de 14 personas murieron al día en el Mediterráneo en 2016". Realmente, esta situación nos deja sin palabras. ¿Dónde están nuestras inquietudes?. Podríamos haber sido cualquiera de nosotros los perecidos. En consecuencia, debiéramos tener el valor de liberarnos de nuestras falsas luces, y encontrar la buena estrella, como han hecho en otro tiempo los santos Magos, dando más crédito a la bondad de un Niño (en su inocencia) que al aparente esplendor del poder (en su pedestal).

    Ellos, los Magos de Oriente, sí que fueron auténticos buscadores de auroras, nos enseñaron a  no complacernos con un comportamiento trivial, sino en ahondar en nosotros, en dejarnos penetrar por lo efectivamente importante para nuestro caminar, como es el cultivo de las virtudes y la labranza de la evidencia como pulso. Ojalá pongamos entusiasmo en todo lo que hagamos en este 2017, que por otra parte es un gran signo de salud espiritual, sobre todo a la hora de comprenderse. Por muy creciente que sea la diversidad de culturas, no son enemigos o contrincantes nuestros, sino compañeros de andanzas a los que hemos de acoger y querer. De hecho, la concordia es una dimensión esencial del ser humano, puesto que no se entiende su existencia, sin su carácter relacional. Bien es cierto que nos hemos globalizado, ahora nos falta familiarizarnos, pues todos compartimos un destino común, el de contagiarnos de amor y no de guerras, de luz y no de sombras,  de vivencias y convivencias, abriéndonos y no cerrándonos en nosotros mismos.

    Indudablemente, hemos de poner más interés en lo humano. Causa gran dolor que, en muchas partes del mundo, perennemente se golpeen los derechos humanos fundamentales. Si en verdad, todos los líderes del mundo pusiesen más clemencia y fervor en lo que hacen, tuviesen más solidaridad y empatía con todas las culturas, más entrega y generosidad a la hora de servir a la ciudadanía, y no de servirse de ella para sus oscuras transacciones, habríamos tenido menos conflictos. De ello, no tengo ninguna duda. El ser humano ha de despojarse de todo y ofrecerse en su totalidad y para toda la humanidad. Tal vez, debiéramos cultivar mucho más nuestros interiores, poner más en práctica el respeto como primera condición para saber ofrendarse, pues si la bondad es el principio del buen fondo, respetar es el principal freno de todos las inmoralidades. Cuando los que mandan pierden las composturas del buen estilo, también los que obedecen abandonan la compasiva textura y todo se convierte en un caos. Sin duda, nos hace falta un nuevo orden más humanista para que brille una sola humanidad humanizada.

    Podemos conseguirlo poniendo más ímpetu, conciliando y reconciliando ideas y deseos, pensamientos y sueños, sabiendo que aquella persona moderadora reconoce a todo ser humano como parte de sí. Nunca es tarde para activar nuevas enseñanzas que nos lleven a vivir una fraternidad abierta a todos. Tenemos la suerte de contar, en la actualidad, con más de mil millones de turistas internacionales viajando por el mundo todos los años, lo que nos ha de ayudar a entendernos mejor unos con otros, a tener más comprensión hacia los demás, pues cada cual se ha convertido en una poderosa fuerza transformadora que tiene una influencia decisiva en la vida de millones de personas. Por ser uno de los principales sectores de generación de empleo en el mundo, me alegra que 2017 haya sido declarado como Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, ya que ofrece importantes oportunidades de subsistencia, con lo que contribuye a aliviar la pobreza, pero también a impulsar el desarrollo inclusivo; y, por ende, a florecer todo tipo de alianzas y cooperaciones.

    Convencido de que para mejorar las colaboraciones, mediante acuerdos y pactos, hemos de elegir otros estilos de vida más del alma, o sea, de la certeza. La mentira nos destruye a todos. La autenticidad y transparencia es fundamental para que surja esa mística del prójimo, siempre próximo a nosotros. El amor es lo único que nos cambia, pero si en ello ponemos ardor, posibilita la permanencia de amar. No hay más uniones que aquellas que están cimentadas por una justa efusión. Tenemos que sentirnos con fuerza, francamente arropados unos en otros, sin otro interés que la firmeza de pensar que la relación entre humanos es el bien más edénico a laborar. Absolutamente todas las crisis se superan con la unidad, con la unión de las personas, dignificándonos todos como una piña social, pre-condición necesaria para no fenecer en el intento.

    Una sociedad que no se fraternice, se corrompe, volviéndose inhumana. O somos familia o dejaremos de existir. Esta es la gran cuestión. Es necesario, por tanto, hallar nuevos modos y maneras de hermanarse. Hasta ahora hemos caminado en contrario, nos hemos dejado gobernar por relaciones de negocio, hasta vendernos al injusto dominio, en lugar de ponernos a disposición del ser humano que solicite nuestro auxilio. Este es el auténtico ejercicio pendiente, el fehaciente deber, el de gastarse gratuitamente hasta desgastarse por el bien colectivo. Fuera especulaciones. Fuera poderíos. Fuera venganzas. Regresemos a una nueva hoja de servicio más desinteresada. Volvamos a la poesía que genera sentimientos sin pedir nada a cambio. Reparémonos a través de un genuino espíritu de caridad fraterna.  Nada grande en el mundo se puede hacer sin un gran apasionamiento. ¡Humanicémonos con una buena ración de pasión y de compasión a la vez!, dicho queda como anhelo 2017.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Es uno de los componentes más importante de las ofrendas dedicadas a los difuntos

Junto con la flor de cempasúchil,  el “pan de muerto” es uno de los componentes más importantes de las ofrendas dedicadas a los Fieles Difuntos, en los días 1 y 2 de noviembre.

El origen de este alimento se remonta, en México, a la época de la Conquista, inspirado por rituales prehispánicos, con los sacrificios humanos, opinan diversos historiadores.

En comunidades especialmente del centro y sur del país, se conserva un gusto particular  por ese pan de fiesta o pan dedicado a los difuntos que, de acuerdo a creencias ancestrales que no se han perdido, regresan a  encontrarse con sus familias el 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, en los “Dias de muertos”.

La historia  del pan de muerto, según unos cronistas, es una leyenda de azúcar y sangre al recordar los sacrificios humanos que se practicaban desde  1519, a la llegada de los españoles a la entonces Nueva España, ahora México.

La tradición oral cuenta que un ritual entre los mexicas hasta antes de la conquista, era que una princesa fuera  ofrecida a los dioses. Su corazón aun  latiendo se introducía en una olla con amaranto y después quien encabezaba el rito mordía el corazón en señal de agradecimiento a un dios.

Los conquistadores rechazaron ese tipo de sacrificios y elaboraban un pan de trigo en forma de corazón bañado en azúcar pintada de rojo, para simular la sangre de la doncella.

Otros historiadores revelan que el nacimiento de ese pan de muerto se basa en un rito que hacían los primeros pobladores de Mesoamérica, a los muertos  que enterraban con sus pertenencias.

El libro titulado "De Nuestras Tradiciones"  narra la elaboración de un pan compuesto por semillas de amaranto molidas y tostadas, mezclado con la sangre de los sacrificios que se ofrecían en honor a Izcoxauhqui, Cuetzaltzin o Huehuetéotl.

También hacían un ídolo de Huitzilopochtli de "alegría", al que después encajaban un pico y, a manera de sacrificio, le sacaban el corazón en forma simbólica , pues el pan de amaranto era el corazón del  ídolo. Luego se repartían entre el pueblo algunos pedazos del pan para compartir la divinidad.

En la actualidad se cree que de allí surgió el pan de muerto, el cual se fue modificando de diversas maneras hasta llamarle ahora hojaldra. Y un significado más que tiene, es  el círculo que se encuentra en la parte superior del mismo, que  es el cráneo, las canillas son los huesos y el sabor a azahar es por el recuerdo a los ya fallecidos.

De esta forma la celebración de los difuntos se convierte  en un banquete mortuorio dominado por alimentos y flores de color amarillo, el color de la muerte para las culturas prehispánicas, como el cempasúchil, los clemoles, las naranjas, las guayabas, los plátanos, la calabaza y el pan característico de la ocasión.

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Domingo, 09 Octubre 2016 15:53

Las repoblaciones ideológicas

Artículo | Algo Más Que Palabras

    El mundo cada día tiene más asignaturas pendientes. Tan importante como progresar humanamente es reactivar el cese de hostilidades a través de diálogos verdaderos, sin otro empeño que crecer como humanidad en legitimidad y en valores. A veces nos perdemos con historias que lo único que fomentan es la histeria colectiva, fruto de argumentaciones ilógicas y debates violentos. Hay tantos intereses en ocasiones que, en lugar de conversar y tomar en serio a quienes sostienen ideas distintas a las nuestras, propiciamos exclusiones, lo que hace arduo el entendimiento y la dinámica de la comunicación que crea relaciones sumamente necesarias e imprescindibles en un mundo globalizado como el actual. La sumisión a ciertas ideologías maliciosas nos están dejando sin alma, sin espíritu humano; y, lo que es peor, sin nervio, pues nos tienen colonizado el pensamiento con la maldad.

    Cuando se puede evitar un mal es necedad aceptarlo. Tengámoslo presente. Nos hemos acostumbrado a vivir para las modas, aunque nos lleven a malos hábitos. Vivimos en la apariencia permanente, y esto es un grave error. Debiéramos ser más auténticos, más nosotros en el yo que se entrega, menos perversos. La degeneración inevitablemente va unida al dinero. Si el corazón no cambia difícilmente vamos a activar valores solidarios que nos reconstruyan como gentes de hondura. Sólo, desde nuestro interior, podremos reconocer nuestras debilidades. Sin duda, tenemos que cambiar de lenguaje, afrontar de una vez por todas una comunicación más eficaz que estimule el hermanamiento, a través de la imaginación y la sensibilidad afectiva de aquellos a quienes queremos invitar a un encuentro, porque al fin es mediante la concurrencia de ideas cómo podremos solventar los problemas que nos corroen y socavan como seres pensantes, máxime en un momento de tantas repoblaciones ideológicas.

    Son muchas las catástrofes humanitarias que podrían evitarse a poco que pusiéramos en significación la vida humana. Sin embargo, lejos de decrecer, aumentan los calvarios, el desastre de pueblos enteros y ciudades milenarias arrasadas por la brutalidad de contiendas inútiles y absurdas. Por eso es bueno, a mi juicio, premiar a líderes que ofrecen esperanza y aliento a la ciudadanía, como lo ha sido recientemente el pueblo colombiano, retribuyendo con el Premio Nobel de la Paz a su Presidente, Juan Manuel Santos. No tiene sentido alargar un conflicto que tiene tras de sí una historia cruel, de más de ocho millones de víctimas, incluidos cientos de miles de muertos, y unos seis millones de personas desplazadas y refugiadas. Lo importante es avivar la reconciliación, cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas que armonizan y como pueblo fraternizado. ¿Para qué ahondar más en las heridas, dividir injertando odios y venganzas, en lugar de multiplicar abecedarios comprensivos y tolerantes? Ya está bien de dejarnos llevar por el egoísmo, de adormecer nuestra conciencia, de justificar lo injustificable.

    Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, en vez de construir existencias armónicas, que hablen de vida y no de muerte. Indudablemente, todo ser humano no es bueno ni malo por naturaleza, requiere formación para decidir sobre su conducta libremente; aunque sí que todos necesitamos sentirnos armonizados con la hermosura. Por desgracia, son variados los adoctrinamientos que nos esclavizan, que nos impiden ser nosotros mismos. Pongamos por caso la enseñanza en algunos centros educativos, cuyo único afán y desvelo es cambiar la mentalidad de la persona en formación, algo que no tiene nada que ver con la función docente e instructiva. La docencia ha de estar más encaminada a templar el alma que a alarmar, a educar para la convivencia en vez de ilustrar para la superfluo; de ahí, la trascendencia de enseñar en la igualdad para que no se pierda un solo talento por falta de medios. Dado que, al mismo tiempo, la mayoría de los seres humanos se mueven influenciados por el comportamiento de los demás, ojalá fuésemos más verídicos, cuando menos para no inducir a otros a error, con horizontes que hay que descolonizar del planeta, puesto que son ideologías que exaltan la violencia. Ahí están los grupos extremistas, solventándolo todo por medio de las armas, en un suicidio colectivo; por lo cual hay que repudiar sin miramiento alguno este caldo ideológico que nos trastoca a todos, en la medida que en cualquier guerra todos somos vencidos por la represalia y la sin razón.

    Debiéramos, por consiguiente, ponernos en retaguardia ante este aluvión de repoblaciones ideológicas que inundan todo el orbe, pues casi siempre terminan en ordeno y mando, o sea en dictaduras. A esto hay que sumarle el chantaje, que tampoco nos deja ser lo que queramos ser, y eso es siempre corrupción. O los injustos modelos económicos que les importa un pimiento matar vidas humanas que ya no son rentables. Ante este cúmulo de contrariedades e inhumanidades es evidente que tenemos que actuar más unidos, escuchándonos todos, empezando porque los gobiernos deben acabar con el secreto de los paraísos fiscales y combatir la evasión fiscal, pues los Estados han de tomar en serio el interés humano de los ciudadanos más necesitados, los cuales sufren la pérdida de servicios sociales, muchas veces a causa de la falta generalizada de ética con tantos engaños en materia fiscalizadora. Tal vez tengamos que valorar más la labor de aquellos líderes que trabajan sin horarios para purificar y transformar el corazón de las gentes, para edificar una familia humana en unidad, justicia y paz.

    En cualquier caso, frente a tanto colonialismo ideológico que al ser lo arruina moralmente, sólo cabe repensar desde la humildad que, únicamente, la libertad que se somete a la sinceridad nos reconduce. No olvidemos que más allá de las corrientes de pensamiento, el bien de la persona consiste en estar en la verdad, pero también en obrar desde esa evidencia, que nos lleva a la bondad, o lo que es lo mismo, a tener tacto y respeto por nuestros semejantes. No es lícito, por tanto, favorecer tendencias que nos enfrentan unos con otros. Para dolor de la especie humana, nos estamos acostumbrando a dejarnos llevar por lo ideológico, sin profundizar e interpelarnos como seres responsables de nuestras acciones y opciones tomadas. Ante las variadas situaciones planetarias lo que ha de imponerse es un discernimiento comprometido con el fuste de la existencia humana. Desde luego, toda vida es lo más, lo que nos imprime fundamento, sobre todo a la hora de donarnos al prójimo, hasta volverlo próximo a nosotros. Seguramente una vida así coexistida sea la única que merece ser vivida.

    No estaría mal que cada cual se examinase para ver lo que ha hecho hasta ahora y lo que debe hacer todavía. Naturalmente no puede concebirse a la persona como individuo autosuficiente. Todos necesitamos de todos, mal que nos pese. La humanidad, en su conjunto, que vive bajo el dominio de las palabras, debe pasar a la acción más transparente, si en justicia queremos un porvenir sin frentes ni fronteras. No basta con manifestar buenos propósitos, es necesario condenar las injusticias graves y de hacer frente a tantas concepciones incoherentes, que en lugar de desarrollarnos humanamente, nos retrotraen a tiempos pretéritos. La cultura, liberada de cualquier ideología, ha de ser el cauce para que nos podamos fraternizar, teniendo presente en todo momento que una sabiduría que no está al servicio del ciudadano, no debiera tomarse como tal, pues será más doctrina que ciencia. Pienso, en consecuencia, que es hora de conciliar los diversos elementos que nos dividen, de reencontrarnos más allá de lo aparente, en lo genuino, para que se manifieste en la vida cotidiana la centralidad del ser humano como humano ser.
   
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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