Miércoles, 24 Abril 2019 20:48

Marcados por el sufrimiento

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hay evidencias que están ahí, en la soledad que nos acompaña, pero la innata grandeza del ser humano, consiste en hacer valer y en poner en valor, su propio espíritu moral; en saber mirar con los ojos de la autenticidad para poder encauzar otros caminos más sensibles con nuestros análogos. Cada día son más las personas marcadas por el sufrimiento, por la inhumanidad de todos nosotros. Se me ocurre pensar en esas criaturas menores, víctimas de la guerra, de contiendas inútiles y absurdas, de todo tipo de formas de violencia, incluso dentro de sus distintivos hogares. Se acrecienta también el número de chavales sin esperanza alguna, sumidos en la desesperación y el miedo, y por si fuera poca la desolación, hay algunos niños a los que no les dejamos ser niños. Lo mismo sucede con los abuelos; con aquellos que, en el atardecer de su vida, son despreciados por sus naturales descendientes, quedando muchos de ellos en el desamparo total, incluso aquellas instituciones que dicen salvaguardarlos, hacen bien poco por cambiar el rostro de su faz. A veces, de igual forma, hemos convertido el sufrimiento de algunas gentes en espectáculo. Algo tremendo, cruel, que debe dejarnos totalmente destruidos por dentro.

Ciertamente, en la medida en que el sufrimiento de los niños nos deja indiferentes, no existe el amor verdadero entre nosotros. Esta es la triste realidad. Muy triste, tristísima. Para desmoralizarse. Posiblemente de todo se rehace uno y renace. De vez en cuando, en algunas noches, en lo espinoso de una situación, se toca el reino de la verdad y suele hallarse la luz. Sin ir más lejos, ahora la Organización Mundial de la Salud acaba de publicar, por primera vez, recomendaciones sobre el tiempo que los más pequeños pueden pasar viendo la televisión o jugando con un celular, cuánto ejercicio físico deben hacer y cuántas horas deben dormir. Nunca es tarde para enmendar contextos. También el maltrato a las personas mayores se ha mundializado, lo que requiere una atención más efectiva por parte de todas las corporaciones, incluida asimismo la comunidad internacional, pues aunque tengamos la certeza de que hemos de caminar constantemente en la oscuridad de las penurias, hay que tener esperanza y ponerse en acción para defender la vida de todo ser vivo, despojada de todo dolor causado por semejantes.

    Sea como fuere, en cualquier rincón del planeta, ante estos escenarios de amargura, hay que oponerse. No es bueno continuar deshumanizándonos. La humanidad se maltrata a sí misma. Nadie se hermana con nadie. Tampoco se armoniza, se enemista, y no aprendemos la lección vertida por nuestros antepasados. Es más, con los avances, la tortura está a la vuelta de la esquina y el adoctrinamiento en cualquier plataforma de las nuevas tecnologías. En demasiadas ocasiones, incitando al odio y la venganza, mientras los gobiernos de los Estados apenas hacen nada por adoptar medidas inteligentes que regulen este tipo de hechos para que no frene la innovación o la libertad de expresión. Por cierto, la Organización Mundial de la Salud, recomienda que entre los dos y los cinco años los niños usen esos dispositivos como mucho una hora al día. Si es menos, mejor. Además, son también muchos los críos que han de soportar los traumas derivados de este espíritu de divisiones que impera hoy en toda la sociedad, con la ruptura de la familia.

Otras gentes, con etiqueta de marginación, también están en total abandono, consideradas como desechos de las que hay que desgajarse. ¡Pobre árbol de la vida! Hemos perdido el corazón y apenas hacemos nada por mejorar esta atmosfera inhumana a más no poder, que pisotea a los débiles y endiosa a los poderosos. Quizás los adultos tengamos que hacernos pequeños como los párvulos y volver a ilusionarnos con un nuevo estilo de vida más fraterno, más humanístico en suma. Tal vez, de igual modo, aquellos que nos creemos maduros, tengamos que reflexionar sobre nuestros abuelos, porque un pueblo que no custodia a sus mayores se desmiembra de sus propias raíces, con la consabida ausencia de memoria que va a insensibilizarse por siempre, con la definitiva caída de la arboleda existencial. Por consiguiente, nunca es tarde para superarse y cambiar la siembra del dolor por una sementera de buenas prácticas vivientes, que radican, desde luego, en la capacidad de amarse y de poder amar. Lo peor que puede pasarnos como linaje es que perdamos hasta nuestro propio amor, nos cansemos de sonreír y de alegrarnos de sembrar el bien, sobre todo donde cohabite el mal.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Martes, 18 Septiembre 2018 21:52

Cuidar del cuerpo humano

• Combatir la pobreza es para devolver la dignidad a los excluidos desde el cuidado de la naturaleza: Dr. Fernández Font.
• El ser humano es, no sólo generador, si no también víctima del deterioro ecológico: Rector IBERO Puebla.

El Departamento de Arte, Diseño y Arquitectura de la Universidad Iberoamericana Puebla fue el encargado de organizar el cierre del ciclo de conferencias de la Academia de Arquitectura: Filosofía y Teología de la Ciudad. Espacio que sirvió para hablar sobre el cuidado de la naturaleza, la relación ecología-humanidad y las responsabilidades que los estudiantes deben de enfrentar para mejorar la sustentabilidad mundial.

El encargado de clausurar este encuentro de ideas fue el rector de la IBERO Puebla, el Dr. Fernando Fernández Font, SJ quien durante su intervención manifestó su preocupación por el cuidado de la casa común, como la llama el papa Francisco, al tiempo que exhortó a las nuevas generaciones a trabajar en la búsqueda de ideas para desarrollar ciudades más habitables y espacios de convivencia que recuperen el sentido de humanidad.

El Dr. Fernández Font basó su ponencia en la Encíclica Laudato Si’, al respecto rescató la importancia que tienen las palabras y documentos del papa Francisco. Y expresó que anteriormente, el medio ambiente estaba separado de la pobreza y la humanidad, pero fue con la llegada del sumo Pontífice que estos dos conceptos se vincularon con la sustentabilidad. “La naturaleza es nuestra hermana, es algo que también sufre, llora y padece”.

El Padre Fernando Fernández afirmó que el deterioro viene de la calidad de vida y la degradación social. Los peores impactos recaen sobre los países en desarrollo, particularmente sobre los más pobres, de ahí la preocupación del máximo jerarca católico.

Asimismo, el Rector de la IBERO Puebla también presentó las implicaciones de la huella ecológica humana; y exhortó a los presentes a aprender a recibir y cuidar el propio cuerpo, pues aseguró que lo que está en juego es nuestra propia dignidad.

De igual manera reiteró la importancia de renovar la solidaridad entre los seres humanos, lo cual por sí solo nos llevará a recordar a los pobres y a poderlos ayudar lo más pronto posible. “De conseguir esta misión conseguiremos dejar un planeta habitable”.

En ese mismo sentido, el Padre Rector invitó a reconocer el valor que tiene cada ser vivo, a dialogar en una relación respetuosa y cordial, a acudir a la riqueza cultural de los pueblos, dejar a un lado la indiferencia e incoherencia, tener la capacidad de regeneración, integrar la protección del medio ambiente en el desarrollo humano, incorporar los derechos de los pueblos y las culturas, tejer los lazos de convivencia humanitaria, y cuidar los lugares comunes.

El Sacerdote Jesuita compartió que el llamado del Papa es que caigamos en cuenta de que somos una sola familia, cuyos elementos básicos son el ser humano y la naturaleza, y que entre ellas no hay fronteras ni barreras. E invitó a los estudiantes a reconocerse como una familia con la naturaleza.

Finalmente, el Dr. Fernández Font, incitó a los estudiantes de arquitectura, académicos y profesionista a reflexionar, a cuestionar cómo sus decisiones afectan a la ecología, y cómo el daño a esta repercute en nosotros de igual manera. En pocas palabras a evitar la crisis social que trae consigo el desequilibrio ecológico.

Previo a las palabras del Dr. Fernando Fernández, el arquitecto Eduardo Fúnez Cacho durante la introducción expresó que el ser humano es el único animal capaz de preguntar, es un ser interrogante para descubrir su fenómeno y su fundamento. “El ser humano se puede entender como interrogador en exclusiva, aquel que pregunta a todo y a sí mismo”, comentó.

Fúnez Castro aseguró que el ciclo de conferencias de este año fue apoyado por especialistas en labores humanísticas, llevándose a cabo una reflexión tanto filosófica como teológica sobre la forma en que el creador incide en el hábitat del ser humano.

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Miércoles, 13 Junio 2018 13:50

Todo está en nosotros

Artículo | Algo Más Que Palabras
 
    Toda esta vida es un caminar en tránsito haciendo familia, hacia un mundo global, hacia una patria celeste; y, por ello, es de justicia alzarse, ayudar a levantarse, y vivir favoreciendo los encuentros, para que nadie quede excluido, de ese bienestar que es buscado y anhelado por cualquier ser humano. En efecto, todo está en nosotros, somos la esencia del hacer, la luz que nos esclarece o las tinieblas que nos degradan. Sin duda, el momento actual puede ser desastroso o esperanzador, todo va a depender de nuestras actitudes de acogida y protección, de colaboración y hermanamiento. Ha de hermanarse la humanidad. Entiéndase bien el término.  Para empezar hay que decir ¡no! a cualquier tipo de rechazo. Los diversos gobiernos del mundo no pueden permanecer indiferentes ante ese mundo migrante que nos desborda, pero que es objeto de un tráfico ilícito como jamás se ha conocido. A propósito, un estudio reciente describe las principales rutas de contrabando y concluye que este tipo de trata es particularmente elevada entre los refugiados que, por falta de otros medios, necesitan recurrir a piratas para llegar a un destino seguro cuando huyen de sus países de origen. Bajo esta bochornosa realidad, es preciso ponerse en acción para un desarrollo humano más integrador, puesto que cualquiera de nosotros podemos ser mercancía de unos traficantes sin escrúpulos. Toca, pues, hacer piña en todo el orbe para poder dignificar cualquier existencia por ínfima que nos parezca.

    En nosotros radica todo, el derecho a movernos o a no movernos, a emigrar o a no emigrar, porque el mundo es para todo ser humano, no únicamente para los privilegiados. No pongamos tantas barreras. Precisamente, el Día Internacional de las Remesas Familiares, que se celebra cada 16 de junio, está orientado a reconocer la importante contribución financiera de los trabajadores migrantes al bienestar de sus familias en sus lugares de origen y al desarrollo sostenible de sus países. También tiene como propósito alentar a los sectores público y privado y a la sociedad civil a hacer más y a colaborar para que esos fondos tengan el mayor impacto en los países en desarrollo. Por ejemplo, hay que hacer justicia en un mundo de tantas desigualdades, y aunque nos duela, no se trata de incrementar el bienestar de unos pocos, sino la dicha de toda persona. Nos corresponde reparar no tanto los discursos como las acciones,  dejémonos de dar migajas, donémonos en alma y cuerpo hacia aquellos con los que nadie cuenta, hagamos valer los derechos fundamentales en todos, y pongamos en valía el vínculo que nos fraterniza como especie pensante. Querer es poder. Que nadie se confunda optando por un espíritu destructor. Únicamente cultivándonos corazón a corazón podemos construir moradas que nos concilien, nos unan y simpaticen. Esta es la cuestión. Sobre esto, en el fondo, se funda el trascendente valor de la hospitalidad, ofrecida a cualquier migrante necesitado de refugio.

    En un momento de tantas huidas y abandonos, por el impacto de mil conflictos y violencias, urge que los países trabajen unidos para brindar seguridad a quienes la reclaman. De nosotros, y exclusivamente de cada cual, va a depender que cese esta atmósfera de preocupaciones, reconstruyendo vidas, o lo que es lo mismo, activando otros cultos con el lenguaje del entusiasmo, sabiendo que las cosas que crecen desde el amor, jamás desfallecen, y que quien protege existencias, acrecienta la suya también. Hoy más que nunca, las palabras de san Juan Pablo II nos estimulan a ese cambio en nuestro modo de ser y de actuar: “Si son muchos los que comparten el sueño de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en casa común”.  Ojalá aprendamos a ser para los demás antes que para nosotros mismos. Por esta razón, es vital impulsar otras políticas más sociales, o si prefieren más poéticas, en el sentido de que todos somos necesarios e imprescindibles, también los migrantes y refugiados, los excluidos y marginados por este sistema injusto que se dice productivo, que nos endiosa hasta el punto de pensar que el mundo es nuestro o de unos pocos. La necedad no puede ser mayor. Organicémonos de otro modo más acorde con lo armónico, para que nadie se sienta un extraño, y todos nos podamos sentir útiles en la creación de ese cielo habitable, con más poesía que poder, con más horizontes que muros, con más autenticidad que falsedades. En cualquier caso, estamos en camino, para servir, no para servirnos del débil, algo tan aborrecible como comer su propia carne.   

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras
  
      Si hoy en día es importante mantener el espacio como patrimonio de toda la humanidad, no menos significativo es que el ser humano deje de agredirse asimismo y de despreciar a los más débiles. A veces uno cuando medita sobre nuestra propia historia, como especie pensante, se da cuenta lo poco que avanzamos en la bondad y lo mucho que trajinamos en nuestro afán destructor. Desde luego, tenemos una carencia de sensibilidad o de responsabilidad, que bien merece repensarse para no caer en absurdas realidades, crecidas por el odio como jamás, a  fin de que podamos adquirir un auténtico compromiso reformista en favor de nuestro propio linaje globalizado, que no fraternizado como debería ser. Quizás debiéramos empezar la enmienda por la política, a la que le falta el sello distintivo de servicio. O por las mismas comunidades religiosas a las que les suele faltar precisamente esa ejemplaridad armónica que suelen predicar, yendo al encuentro de todo ser humano para defenderlo de las colonizaciones ideológicas que, en este momento, tanto proliferan. En idéntica honda permisiva o de falsedades, suelen estar también algunos liderazgos de organizaciones internacionales, a los que les falta sabiduría para poder discernir. Sálvese el que pueda.

Con frecuencia opinamos sobre cualquier materia, y evidentemente, nos solemos confundir. Al final acostumbramos a mezclarlo todo según nuestros propios intereses. El reino de la confusión está aquí en la tierra. Por eso, hay cuestiones, como la de hablar claro, verdadero y profundo, que no pueden debilitarse por más tiempo. Nos deshumaniza esta atmósfera de desigualdades e injusticias, avivando un clima de violencia sin límites, pero también nos desequilibra que nos valoren únicamente por lo que producimos. Son tantas las necesidades innatas, que andamos hambrientos de amor. No cabe duda de que el derecho a la salud, y en especial a la asistencia médica, forman parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos; sin embargo y pese a esa afirmación, actualmente son muchos los ciudadanos en el mundo que no consiguen beneficiarse de la cobertura médica y del acceso a sus servicios. Igualmente sucede con el empleo, promoverlo por sí mismo, es ya proteger a las personas. No olvidemos que veinticinco millones de seres humanos son víctimas de la esclavitud moderna. Ahí están los 150 millones de trabajadores migrantes del mundo recibiendo permanentemente un trato injusto. Ese objetivo, que nos atañe a todos, sólo se conseguirá mediante una migración laboral eficaz y mejor gestionada, lo sabemos, pero hacemos apenas nada por solventarlo. Otro tanto pasa con la educación, la comunidad internacional la reconoce como esencial; sin embargo, los compromisos adquiridos, no suelen convertirse en auténtica acción. ¿Dónde están los individuos de vida franca? La hipocresía, que es lo que impera para dolor nuestro, nos ha injertado su veneno más necio e insensible.

    Sea como fuere, los efectos de esta falta de sensibilidad nos están dejando sin horizontes esperanzadores. Por desgracia, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a problemas comunes en todo el planeta, suelen ser frustrados por intereses mundanos, ya no sólo de los poderosos, sino también por la falta de conciencia de todos y de cada uno de nosotros. Naturalmente, hace falta otro empuje, otro coraje, que nos saque de este clima de pasividad que nos deja sin alma. Dicho lo cual, me viene a la memoria el valor de aquel ciudadano soviético, nacido en Rusia, Yuri Gagarin, y una fecha inolvidable la del 12 de abril de 1961, cuando realizó el primer vuelo espacial tripulado, un evento histórico que abrió el camino a la exploración del orbe en beneficio de toda la sociedad. Precisamente, son estos referentes exploradores, los que han de injertarnos fuerzas para no caer en el desconsuelo. Confiemos en los nuevos talentos, y en la implicación de todos, por insignificante que nos parezca, al menos para conciliar otro mundo menos enfrentado. En ocasiones, tengo la sensación de que necesitamos reconducirnos con una solidaridad universal naciente, dispuesta siempre a la escucha, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.

    Por suerte, son pocos los que ponen en entredicho que el cambio en el mundo es algo deseable. Ahora nos falta comenzar el recorrido con cabida inclusiva y reconciliadora, sin dejarnos vencer por ese sufrimiento de desgana que nos penetra y que nos impide mejorar la vida diaria de las personas en todo el planeta, con un menor manejo de los recursos naturales, sin tantos derroches, lo que nos exige una mayor  seriedad en cuanto a los lazos de integración y de comunión social, contribuyendo a dignificarnos mediante un decente trabajo, que es lo que da verdaderamente sentido y realización a nuestra vida. No entreguemos migajas, como solución provisoria para resolver una situación de urgencia puede estar perfecto, pero realmente lo que necesitamos es mejorar el mundo para todos, y la manera más fecunda de hacerlo, quizás sea propiciando con nuestra específica creatividad humana, otro estilo de vida más orientado a lo indispensable para vivir, que no es un cúmulo de riquezas, sino un corazón generoso. ¿Dónde está el imperativo social en muchos Estados que se dicen Democráticos y de Derecho? Urge que lo reflexionemos. Porque, al fin y al cabo, no está la felicidad en ser muy acaudalado, sino en saber cohabitar conviviendo, o sea, compartiendo.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 14 Febrero 2018 15:51

Tenemos que ser más cooperantes

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
    El mundo necesita de gobernantes éticos que ofrezcan resultados concretos y tangibles para sus ciudadanos, especialmente para aquellos más vulnerables, con activos esperanzadores y sin recortes en gasto social. Ante esta realidad, y por principio, tenemos que ser más cooperantes unos con otros, sobre todo aquellos países más prósperos y avanzados. La cuestión no es disparar el gasto militar, ¡no!, sino priorizar en las necesidades básicas de todo ser humano, como la salud, el agua y la educación, poniendo todas nuestras fuerzas en ese marcado acento solidario. Por otra parte, hay que poner fin a la cultura del soborno y del privilegio, también a la cultura del derroche, que nos ha hecho insensibles al padecimiento de nuestros análogos. Por tanto, hemos de volver a impulsar ese patrimonio humanístico con los más necesitados y desamparados. Sin ir más lejos, las mujeres continúan estando por debajo de los hombres en todos los indicadores de desarrollo sostenible. Asimismo, los refugiados del país africano reciben solo el 21% de la ayuda que necesitan, lo que no alcanza unos estándares humanitarios aceptables. Y así podríamos continuar, mostrando esos espacios injustos que nos requieren a todos con manos laboriosas y en acción permanente; no para tener más, sino para dar mejor.

No cabe duda de que necesitamos seguir fortaleciendo ese espíritu de colaboración, tan necesario para hermanarnos, en un mundo tan dividido. En consecuencia, si en verdad queremos promover la cultura de lo armónico, la reconciliación y la justicia entre todos, hemos de movilizar los corazones. Dejemos que sean nuestros propios latidos quienes nos hablen e interroguen, y no las armas, lo que nos proporciona cierta decisión para superar la mucha violencia que a diario derramamos por el planeta. Precisamente, la Comisión Europea ha decidido recientemente registrar una Iniciativa Ciudadana Europea titulada: “Tenemos una Europa acogedora, ¡ayudemos!”, que dice: "Los gobiernos luchan por manejar la migración. La mayoría de nosotros queremos ayudar a las personas necesitadas porque nos importan. Millones de personas se han alzado para ayudar. Ahora queremos ser escuchados. ¡Reivindiquemos una Europa acogedora! Hacemos un llamamiento a la Comisión Europea actuar." Los organizadores piden a la Comisión que "apoye a los grupos locales que ayudan a los refugiados... eviten que los gobiernos castiguen a los voluntarios... defiendan a las víctimas de la explotación, el crimen y los abusos contra los derechos humanos". Sin duda, un buen propósito a ejercitar por todos los continentes. En efecto, es hora de pasar página, haciéndonos anunciadores y constructores de vida, dejando al lado cualquier resentimiento de rabia, violencia o venganza.

Como digo, y vocifero a plena alma, la cooperación es esencial ponerla en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestros trabajos, así como los medios concretos susceptibles de asegurar que el buen proyecto se pueda hacer realidad con la ayuda de todos los moradores del planeta. Hoy más que nunca necesitamos buscar los caminos de encuentro; a la vez que es menester reencontrarnos en ese patrimonio común de valores del que vive cada una de las culturas diversas, para poder reflexionar sobre los significativos caminos de un auténtico servicio y donación a los demás, desde una visión responsable, creativa y de pensamiento. Lo fundamental a veces es nuestra buena disposición a las reglas del consenso, cuando menos para llevar a buen término nuestros programas de trabajo. Desde luego, no tiene porque ser difícil cuando el deber de proceder es tenaz con el diálogo y la negociación. En cualquier caso, siempre será bueno pararse y recapacitar, jamás para resignarse, sino para tomar empuje moral. Está visto que el buen momento que está atravesando la economía mundial no es la nueva normalidad, sino una propuesta inclusiva de ese crecimiento para que nos sintamos todos acogidos, sin exclusión alguna, lo que nos exige un cambio en nuestras actitudes, no con palabras sino con hechos, sabiendo que mantenerse unidos es el avance, pues cooperando todos con todos, aparte de injertar sabiduría, ya no solo para el éxito, sino también para uno poder sentirse bien. 

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 22 Noviembre 2017 20:16

Los pensamientos perversos

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Los campos de sangre y lágrimas proliferan por doquier parte del mundo. Parecemos una generación perversa. Nadie estamos a salvo. El terror, la criminalidad, el permanente abuso contra los emigrantes y las víctimas de la trata, la devastación del medio ambiente, las mil contiendas entre territorios, países y continentes, nos están dejando sin luz. Cuando no se respeta la vida o la dignidad humana cualquier atrocidad nos puede sorprender en el camino. Por ello, tenemos que aceptarnos en la no violencia, desterrar de nosotros cualquier pensamiento perverso, acogiendo en el corazón otro lenguaje más conciliador, para que retorne a nuestros andares la anhelada atmósfera de lo armónico, una vez reconciliados hasta nosotros mismos con el hábitat y hasta con nuestras propias familias, rompiendo de este modo la cadena de maldades e injusticias que nos impiden sosegarnos. Hoy más que nunca tenemos hambre de vivir unidos, amándonos unos a otros, aceptándonos y haciendo valer nuestra voluntad de lograr esa concordia que todos nos merecemos, aunque sólo sea como autosatisfacción personal del yo. Sea como fuere, o caminamos todos juntos hacia ese horizonte de alianzas o nunca hallaremos la paz.

En efecto, tenemos que cambiar nuestro estilo de vida, con un ropaje de pensamientos más auténticos, menos corrompidos por la mentira continua, para que impere más el lenguaje del alma que el de las armas. Tenemos que aprender a luchar por la justicia sin luchar. Quizás dando ejemplo, siendo más generosos y defensores de toda existencia, renunciando a ese mal que a veces se nos ha injertado en los ojos del corazón sin pedirnos permiso. No olvidemos que el mal, que no tiene otro naciente más que en nuestra propia mente, suele ser muy desolador a medida que va activando cadenas en seres humanos frágiles. Así, en la actualidad, la violencia contra las mujeres y las niñas es una de las violaciones de derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo. Acabar con esta lacra requiere esfuerzos enérgicos para combatir la discriminación profundamente enraizada en ocasiones, pero también movilizando un cambio crucial en nuestra manera de cohabitar, donde los desacuerdos impulsen el diálogo sincero en vez de la fuerza, donde el respeto se considere más necesario que el pan, y la búsqueda del colectivo bien común irradie a toda la sociedad sin exclusión alguna.

    Fuera, por  tanto, los pensamientos perversos que nos destrozan como especie pensante. Son los pequeños gestos los que nos enseñan a cuidarnos unos a otros de modo incondicional. En este sentido, deseo hacer un llamamiento a favor de otras políticas menos agresivas y más reconciliadoras. A ciertos líderes actuales, con poder en plaza, solo les falta subir a las tribunas con un puñal en la mano. Con la misma aspiración, también suplico, que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños. En consecuencia, aplaudo la campaña mundial 16 días de activismo contra la violencia de género, desde el 25 de noviembre hasta el 10 de diciembre, que tiene lugar este año en el marco de una protesta sin precedentes en todo el planeta. Sin duda, romper el silencio es el primer paso para que nadie se quede en la pena, en el dolor, en la miseria. Por si misma, hay situaciones que son bien penosas. A los hechos me remito: Una de cada 3 mujeres sufre violencia en su vida; 750 millones de mujeres fueron casadas antes de los 18 años y más de 250 millones han sufrido mutilación genital. De igual modo, hago un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares. Téngase en cuenta, que nadie se hace perverso de la noche a la mañana, de ahí que se requiera aplicar otros lenguajes más constructores en el desempeño de las propias responsabilidades de cada cual.

    Ciertamente, todo en el mundo está interconectado, lo que nos exige alcanzar una unión en el linaje, basada en la consideración hacia todo ser humano. Así, nadie es más que nadie y tampoco menos que ninguno. El pensamiento y la palabra nos ensamblan. Lo importante, a mi juicio, es clarificar sensaciones para poder entenderse en la construcción de culturas pacíficas, dispuestas a cuidar esa casa común, que todos nos merecemos como aliento y esperanza. Por desgracia, nos bañan a diario tantos principios erróneos, perversos y falsos, que es menester recapacitar, pues corrompidas las mentes y los corazones, únicamente nos resta clarificarnos y reconducirnos, pues el diluvio de tanto fanatismo nos ha dejado sin tolerancia alguna, activando una temible y terrible espiral de violencia, a la que sólo podemos frenar con el prodigio de la clemencia.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 05 Noviembre 2017 16:49

La acción del ser humano en el compartir

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    El ser humano está llamado a interrogarse cada día sobre su propio futuro; y, como ser libre y cumplidor, a cooperar y a colaborar responsablemente con sus análogos. Todos vamos en ese camino existencial en el que hoy más que nunca debemos entendernos. Por eso, si la ciencia es la herramienta que hemos desarrollado tanto para comprender el mundo que nos rodea como para aplicar esos conocimientos en nuestro beneficio; las letras, también son esos instrumentos fundamentales para que lo armónico, espigado a través de un desarrollo sostenible, nos injerte ese sosiego que da el auténtico diálogo entre culturas y que tanto necesitamos para cohabitar. De ahí, lo saludable que es poder compartir conocimientos e ilusiones, anhelos y esperanzas, sentimientos y hazañas; cuando menos para acercarnos más unos a otros y favorecer la toma de decisiones conjuntas de manera colectiva y razonada.

    Sin duda, es desde el compartir como se puede hallar la rectitud y dar respuesta a todas nuestras expectativas. Nadie es dueño de nadie ni de nada. No podemos disponer a nuestro antojo. El mundo tampoco puede ser propiedad únicamente de unos privilegiados. Cuántas veces nosotros mismos miramos hacia otro lado para no darnos cuenta de tantos necesitados. Olvidamos que sin ese donarse no hay verdadera felicidad por muchos caudales que atesoremos. Por cierto, ya en su tiempo el inolvidable dramaturgo español Jacinto Benavente (1866-1954), decía  que “el único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor”.  ¡Cuánta razón hay en ello! Ojalá aprendamos a pensar más que en nosotros mismos en los demás, en ponernos en el lugar del otro, sobre todo en aquellos que no tienen lo necesario para vivir.  Al fin y al cabo, la cuestión no es dar migajas, que no cuestan ni duelen, sino el entregarse incondicionalmente al que demanda auxilio o compañía.

    En cualquier caso, yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir un mundo más humano (hermano), a pesar de la deshumanización que padecemos y de los actos inhumanos que sufrimos en propio cuerpo cada amanecer. Confieso que hay situaciones que verdaderamente me esperanzan. Pongamos por caso, esa oportunidad única para cambiar el rumbo del cultivo de coca en Colombia y ayudar a los agricultores a adoptar el desarrollo alternativo, gracias al reciente acuerdo histórico del gobierno colombiano y la Oficina de la ONU contra la droga y el delito (UNODC). O esa otra declaración de la ONU, a través de Jane Connors, en la que explicita la toma de medidas significativas para asegurar que todo el mundo sepa que la explotación y el abuso sexual son totalmente imperdonables y no se tolerarán de ninguna manera. Desde luego, tenemos que ser compasivos, pero también tenemos que dar visibilidad a los que han sufrido, escucharles más y mejor, pues siempre tendrán algo en su mente dispuestos a participarnos.

    No sé qué nos pasa, pero la realidad es la que es, y como decía Jacinto Benavente: “más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor”. Demos, pues, un paso adelante y pongamos de moda, una palabra clave a la que no debemos tenerle miedo, la adhesión generosa del repartir y acompañar. Eso es lo que los moradores del planeta necesitamos, valor y valentía para cobijar a los excluidos socialmente. Entonces nuestra existencia será realmente fecunda, porque solo compartiendo, uno puede crecerse y estar radiante, máxime en un momento en el que las vidas de docenas de millones de personas, desterradas y forzadas a abandonar sus hogares, llaman a la puerta de nuestro corazón. Precisamente, el nuevo reporte de la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR) alerta sobre la discriminación, la exclusión y la persecución que sufren diariamente apátridas a nivel mundial; lo que nos exige un cambio de tácticas, sobre todo más enternecidas, al menos para garantizar la igualdad de acceso al derecho a la nacionalidad para todas las personas.

    Sea como fuere, está visto que tan solo el amor es el que derriba los muros y acorta las distancias. Aún tenemos que aprender a practicarlo, si en verdad queremos avivar ese deseo de proximidad entre unos y otros. Sin embargo, cuando la avaricia, o el espíritu corrupto nos encarnan, difícilmente se puede llevar a buen término una distribución justa de las riquezas. Por consiguiente, es preciso que las conciencias se reconcilien a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir. Sólo así podemos ascender a la construcción de la paz en un mundo tan convulso como el presente, en el que el progreso del conocimiento, no nos hace mejores personas, sino todo lo contrario, fruto de esa miseria moral que nos desborda por todos los rincones de la tierra y que nos impide corregir los errores de nuestras bajezas e instintos. Soy de los que  piensan, por ende, de que cuando desaparece de una nación el sentido de la ética de sus gobernantes, toda la estructura social también va hacia el desmoronamiento. Consecuentemente, todo radica en el factor estético de la moral y el corresponder no iba a ser menos. Pensemos que ya lo advertía en su época el escritor francés, Albert Camus (1913-1960), al señalar que “un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”. Lo malo es que este orbe se ha globalizado de barbaries. Es evidente, en consecuencia, que continuamos sin empatía y así no podemos aprender lección alguna de concordia. En suma, que nos puede el interés más de lo debido, para desgracia de todos.
   
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 27 Septiembre 2017 16:27

Para vivir hay que saber respetar

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    Tenemos que respetarnos, hasta el punto de que el primer efecto a considerar, es inspirar un gran aprecio por todo ser humano, lo que nos exige articular nuevos abecedarios de acogida, de protección e integración de todas las culturas, sobre todo de aquellas que cultivan y laborean el intercambio intercultural desde el encuentro, favoreciendo así la centralidad armónica de la persona, siempre haciendo familia con el entorno. Desde luego, esta pedagogía anímica que nos da identidad de relación, aparte de que nos insta a escuchar al análogo, verdaderamente también nos trasciende y hermana. Sin duda, hemos de caminar juntos, este es el núcleo del diálogo, cuando se hace desde la autenticidad y la búsqueda del bien colectivo. De ahí que sea fundamental instruir en valores. Por desgracia, hoy en el mundo tenemos una escasez de maestros bien capacitados. Confiemos que la demanda de docentes aumente, cuando menos la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible confía a la UNESCO  a dirigir y coordinar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4: Educación de Calidad a través del Marco de Acción Educativa, que tiene como objetivo el aumento sustancial de los docentes profesionalmente cualificados.

    Indudablemente, la educación transforma existencias, encauza caminos, reconstruye vidas en firme. Para empezar, no podemos continuar con este espíritu que nos desune, aparta y separa. Necesitamos reunificarnos en familia, como un factor de integración de valores, pues sin ella es imposible acrecentar esa comunión de personas, unidas por la entrega generosa. Hemos de reconocer que hay un desarraigo cultural que nos destruye. Debiéramos estimar mucho más la cercanía y la intensidad de los vínculos, que son los que en definitiva nos fraternizan como especie. Precisamente, el educador que lo es en verdad y por vocación, engendra ese sentido espiritual de unión y unidad. Convencido de que para saber vivir hay que saber antes respetar, entiendo, que únicamente por esa transmisión ejemplarizante de quien predica con el ejemplo, el ser humano llega a humanizarse, o sea, a revivirse solidariamente, lo que nos activa hacia un mundo más conciliador y responsable con la transmisión de la vida.

    En todo caso, si vivir es una destreza, caminar también es realmente una estética,  una empatía, donde ha de primar la admiración de los unos hacia los otros. Este arte por comprender emociones y abecedarios diversos es lo que realmente nos humaniza. En este sentido, yo también defiendo la idea de que los viajes y el turismo contribuyen a abrirnos más la mente, con lo que esto supone de avance y entendimiento, además de ser el medio de vida para muchas personas. No podemos continuar instalados en la inhumanidad. Esto suele pasar cuando los que nos gobiernan pierden la compostura, también los que obedecen, por esa falta de referentes, suelen perder la mesura. Pero aún así, tenemos corazón, aunque muchas veces no sigamos sus latidos al pie de la letra, pero es nuestra fuente de esperanza y el anhelo mueve montañas. Por tanto, al no ser piedras, tampoco se puede negar la dignidad a ningún ser humano. La creciente explotación física, económica, sexual, nos está encadenando a la deshumanización y a la humillación. Por eso, hemos de hacer frente a la multitud de esclavitudes modernas totalmente irrespetuosas con buena parte de la ciudadanía. Sostenidos por los ideales de nuestros valores humanos, todos podemos y debemos hacer mucho más por levantar el estandarte del afecto mutuo y dentro de un espíritu de sinceridad.

    Posiblemente, en muchas partes del mundo, tengamos más hambre de aprecio que de alimentos. En  ocasiones, vemos que nadie respeta a nadie, ni tampoco nos respetamos a nosotros mismos. Esto es grave, gravísimo, ya que el primer efecto del amor es inspirar una gran reverencia por el mismo yo, para poder luego conjugarlo en los demás. Difícilmente puedo amar a nadie si yo no me quiero, ni se quererme. En consecuencia, las fibras que nos amarran son hilos de necesidad.  Y, efectivamente,  la mayor miseria que estamos atravesando es no saber vivir en comunión, ni en comunidad. Hay una falta de  modales a todo y hacia todo que nos deja sin aire. Ojalá descubramos en nuestras familias, en las escuelas, en las sociedades de espíritu democrático, el respeto del hombre como ser en desarrollo, en formación, como ser racional en suma. Será la manera de impulsar un respeto por el pasado y una expectativa por el porvenir.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Domingo, 20 Agosto 2017 20:27

Por un estado de ánimo más armónico

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
El ser humano tiene que despertar y hacer posible un mundo libre y responsable. No puede fermentar esa tensión de aborrecimiento y venganza por mucho tiempo. Lo prioritario, a mi juicio, radica en la entrega de armas y en volcarse hacia otros horizontes, con otros abecedarios más del corazón que del cuerpo. Necesitamos oírnos todos, escucharnos más y sentir los efectos armónicos de la naturaleza. Precisamente, mi apuesta vertida en este artículo, pasa por el deseo de una sociedad hermanada, respetuosa consigo mismo y el entorno, para que todos podamos confraternizarnos amigablemente. Por tanto, este diálogo, más de comunicación espiritual que mundano, supone en cada ser humano, un estado de ánimo más níveo que mercantil, puesto que en lugar de buscar el provecho de unos pocos, ansía disponer de una comunión de fuerzas, sentimientos y convicciones.

Despojémonos, entonces, de esa plática interesada, más política que poética, pues de lo contrario no sería hiriente ni ofensiva. Ahí está la falta de sinceridad y compromiso, de algunos moradores, muchos de ellos líderes de gobiernos, que sabiendo que las tragedias humanas y medioambientales resultantes de los ensayos nucleares justifican la necesidad de celebrar el Día Internacional contra los Ensayos Nucleares (29 de agosto), sin embargo, el instrumento internacional que las impediría, el Tratado de prohibición completa (de 1996), desafortunadamente, no ha entrado en vigor todavía. Está visto que nos falta coraje para activar esa verídica concordia, que para nada necesita artefactos, sino abrazos de unos y de otros. Llevamos diecisiete años de conmemoraciones, y aún no hemos sido capaces de alcanzar y mantener un mundo libre de armas. Repensemos la situación, hablemos claro y profundo, consensuemos posturas, al menos para no despilfarrar recursos.

Uno de los deseos más hondos del corazón humano es el sosiego, para conformar esa familia humana que todos requerimos, y que debe conquistarse, no por las finanzas, sino por el espíritu de transparencia y honradez. Mientras las Naciones Unidas confían en que algún día desaparezcan de la faz de la Tierra todas las armas nucleares, yo tengo la sensación de que la supervivencia de la especie humana estriba en ir más allá de ese objetivo y en garantizar que nos cohabite un mundo más justo, menos alocado, con un impulso más interno y fraterno. Es nuestra responsabilidad, en consecuencia, propiciar otros horizontes más verdaderos y menos excluyentes. Ya lo sintetizó en su tiempo, el Papa Pablo VI, en su encíclica Populorum progressio: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.

Ojalá nos iluminemos y calentemos como lo hacíamos en casa de mis abuelos, a la luz de una vela, con el espíritu de la lectura y el talante del diálogo entre todos. Cómo echo de menos aquellas tertulias de familia, en las que yo era lector y oído preferente, en parte porque algunos no sabían ni leer, pero tenían la cátedra de la vida armonizada en sus habitaciones interiores. Con el paso de los años, me he dado cuenta que su estado era más armónico, más feliz que el nuestro, aunque lo tengamos todo. Justo, en esta época en la que todo está globalizado, pero no hermanado, sino más bien enfrentado, urge una renovada toma de conciencia que nos regenere y reconcilie. Si antaño la cuestión social tomó una dimensión mundial, en este instante preciso considero que hacen falta que los apoyos morales se enraícen y den sus frutos de inserción en un mundo sin barreras, en el que toda la humanidad se sienta parte del mismo. La cuestión es que nos falta el deber de hospitalidad y nos sobra el egoísmo, ese que hace que los gobernantes antepongan su éxito personal a su obligación social, lo que nos impide pasar al entusiasmo de la acción, en parte porque andamos ausentes de ese amor desinteresado y servicial.

Desde fuera no se calma el mundo, es menester hacerse una piña con nuestros análogos, hasta el extremo de ponernos a su servicio. Atrapados en contiendas que no han provocado, millones de personas se ven obligados a esconderse o a huir para salvar sus vidas. Esta es la triste realidad, con la que no podemos quedar de brazos cruzados. No se puede normalizar lo que es violencia, porque nada resuelve ni tampoco disminuye sus consecuencias trágicas. En un momento de tantas dificultades, en que la irracionalidad es práctica común, junto a la violación de los derechos humanos, no podemos quedar pasivos, sino responder de forma concreta, teniendo en cuenta que unidad y diversidad han de conjugarse para crecerse y recrearse, para reducir las injusticias que nos afectan a todos. Por si fuera poco el desorden, vivimos en una cultura de la falsedad permanente, donde gobierna la hipocresía, mientras ha decaído el valor de hacer familia, como base de convivencia y garantía contra la desintegración social. Lo que no ha menguado es esta vida fragmentada, que genera ansiedad y zozobra, poniéndonos en peligro de agotamiento. Ciertamente, cuesta entender la locura de algunos seres humanos dispuestos a truncar vidas humanas, a destruir toda esperanza, a arruinar existencias sin miramiento alguno.  Ahora sabemos, que los cinco miembros de la célula terrorista abatidos en Cambrils (Cataluña) por los Mossos d'Esquadra se desplazaron en un Audi A3, a esta localidad española, no para atropellar a personas, sino con la intención de acuchillar a todos los viandantes del paseo marítimo que se encontraran a su paso. Ante este panorama sólo cabe recordar que se haga justicia, y ver donde hemos fallado como civilización pensante.

Es evidente, que el terror es un naciente del rencor, que desprecia toda vida, cualquier vida, y que es un auténtico crimen contra la humanidad, pero esto no puede modificar nuestro comportamiento de ser personas de bien y bondad. No le demos al mundo, por ello, más armas, sino otra sabiduría más armónica, promoviendo una nueva poética humana de desprendimiento y auxilio. Nos lo advertía hace unos días, el Secretario General de Naciones Unidas, destacando que más de sesenta y cinco millones de personas han sido obligadas a salir de sus hogares a nivel mundial y que países como Iraq, Siria, Sudán del Sur, Yemen, la República Democrática del Congo y Nigeria enfrentan situaciones humanitarias críticas. Comprometámonos como humanos que somos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para proteger a las mujeres, las niñas, los hombres y los niños que están en la línea de fuego, al menos para injertarles esperanzas de que el futuro será mejor. No olvidemos que podíamos ser alguno de nosotros y que lo armónico es para vivirlo en conjunto.

En  cualquier caso, para forjar este clima general de paz, no hace falta fabricar más armas, sino activar otros sentimientos y poner voluntad de lograrla. Para Madre Teresa de Calcuta, misionera de origen albanés naturalizada india (1919-1997), la paz comenzaba con una simple sonrisa, o lo que es lo mismo, con un estado de ánimo conciliador. Ahora bien, bajo ese temple hay que poner raciones de equidad, dotes de verdad para sentirnos libres; a la vez, que razones de ecuanimidad y solidaridad; y, así, poder sentirse satisfecho de uno mismo. En su tiempo, ya el poeta italiano Petrarca (1304-1374), comentaba de los cinco enemigos de lo armónico que viven entre nosotros y que eran: el miedo, la avaricia, la envidia, el odio y el orgullo. Él nos recomendaba eliminarlos y que tendríamos de este modo la paz permanente. Desde aquí, yo también propongo, hacer eso, y además, quitarnos todas las corazas, abrirnos el corazón y destruir todas las espadas. Salgamos con el verso y la palabra únicamente a reconstruir el mundo. Yo mismo llegué a la poesía por los caminos del amor, pues al fin, como digo en uno de mis últimos desahogos: … nada soy: si el amor no vive en mí y yo vivo en el amor. ¡Mueran las armas! ¡Florezca el corazón!

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    En nuestros días, el ser humano vive en permanente crisis, muchas veces resignado a una insoportable mundanidad, donde aquello que no es poder apenas interesa. Deberíamos reorganizarnos, reforzar los vínculos hacia nuestros análogos, retornar a la experiencia del amor, reanudar otros caminos de mejor realización humana, pues cada día es más complicado ocultar nuestro deterioro afectivo. Hay una falta de escucha y de comunicación sin precedentes. La desunión de las familias es un claro testimonio del aislamiento social que vivimos. Hemos llegado al cenit del absurdo. De ahí, la necesidad de prestar más oído al corazón, cuando menos para no tomar decisiones apresuradas; pongamos, por caso, la moda del divorcio. A veces nos asustan los problemas y pensamos que la experiencia matrimonial no vale la pena proseguirla y rápidamente buscamos huir de nosotros mismos, sin dejarnos acompañar por nadie, sin sentir por nadie. Ante esta situación, observo que hay una necesidad de agentes reconciliadores o de mediación. Ciertamente, los recursos para reorientarnos son muchos, pero más allá de los modismos que nos disgregan y de las situaciones complejas que se nos puedan presentar, hemos de repensar mucho más sobre la manera de crecer en ese amor  hacia nuestros análogos. No desgastemos energías en egoísmos que no valen la pena y pongamos por costumbre ocuparnos y preocuparnos por aquellos que piden nuestro auxilio en cada momento.

    Por momentos, podemos ser el instante preciso para salvar una existencia; y, por consiguiente, el instante precioso además. Sea como fuere, hay que hacer más el corazón y menos encender contiendas inútiles. En las últimas jornadas, hemos oído decir a la Comunidad Internacional que hay que alentar a los gobiernos a invertir más en esas personas que necesitan ayuda, y desde luego que sí, pero también hemos de activar otra conciencia más solidaria, que sepa acompañar y fortalecer vidas. Ningún ser humano debe sentirse abandonado a su suerte. Todos necesitamos de todos, porque hasta la misma dignidad humana nos exige que cada uno viva desde dentro, pero sin actitudes deshumanizantes y antisociales. A mi juicio, estamos llamados a socorrernos, máxime en un tiempo de tantas incertidumbres y flagelos. En 2013, la Asamblea General de Naciones Unidas, sostuvo una reunión para evaluar el Plan de Acción Mundial. Los Estados miembros adoptaron la resolución A/RES/68/192 y designaron el 30 de julio como el Día Mundial contra la Trata. En dicha norma, se señala que el día es necesario para “concienciar sobre la situación de las víctimas del tráfico humano y para promocionar y proteger sus derechos”. Yo diría más, pues a poco que miremos a nuestro alrededor, veremos que estamos en presencia de tantos abusos, que cada amanecer son más los que deciden escapar de los conflictos armados, la pobreza, la inseguridad alimentaria, la persecución, el terrorismo o las violaciones y abusos de los derechos humanos.

    Quizás tengamos que oírnos más las entretelas del corazón para no sentirnos unos extraños en este planeta en el que todavía hemos de combatir la trata de personas y el contrabando de migrantes. Pensemos en la cantidad de víctimas potenciales de tráfico sexual que llegar por mar a Italia, que según las últimas estadísticas, aumentó un seiscientos por ciento en los pasados tres años, tal y como ratifica un nuevo estudio de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). No podemos continuar con este crimen trasnacional que devasta las vidas de miles de personas y causa un sufrimiento indescriptible. Hemos de salir a dar amor. Tal vez tengamos que saltar de la burbuja de endiosamiento en la que vivimos para despertar la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de dolerse por su sufrimiento cuando se le ha tratado peor que a un animal. Está visto que nos falta cariño y nos sobra agresividad. Se requiere, por tanto, volver a ese mundo interior herido, que ni siente ni padece por ninguno, de manera que podamos reactivarnos humanamente, y así poder reconciliarnos, primero con nosotros mismos, luego con nuestros semejante, y al fin con la sociedad en su conjunto. Lo que sucede es que caminamos adoctrinados para no divisar nada, y nos quedamos presos por la indiferencia, por lo que aparte de requerir de la ayuda de los demás, también necesitamos un camino moral que nos renazca y nos reeduque en un pensamiento libre y responsable. Esta es la cuestión, disgregada la familia, se pierde también la primera y prioritaria escuela de los valores humanos.

    Por desgracia, nos hemos hecho a la calle, al hoy de las redes sociales y a la ventana de la televisión, sin criterio alguno, lo que ha debilitado enormemente los estéticos principios recibidos, en otro tiempo, en la vida familiar. Y así, ahora, tenemos lo que tenemos, una humanidad deshumanizada, inhumana a más no poder, que despide odio y venganza por todos los puntos cardinales del camino por los que transita. Desde luego, se echa en falta esa hospitalidad, esa espiritualidad de familia que acoge, haciendo más familia en  definitiva, como misión que la gente con corazón propicia. Tampoco desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a ser más activos humanamente, o sea, más generosos, sabiendo que la verdadera generosidad para con el futuro, como decía el inolvidable escritor francés, Albert Camus (1913-1960),  “consiste en entregarlo todo al presente”. En consecuencia, si fundamental es aliviar la pobreza, reducir la desigualdad y proteger el medio ambiente; no menos substancial es  dejarse transformar por ese amor, que si es auténtico, jamás se agota, porque perennemente nace del corazón de cada persona y pasa a través del alma de cada uno de nosotros, que es verdaderamente aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos.

    Cuántas personas se sienten extrañas a sí mismas y no se reconocen en este desorden en el que habitan. Demandan volver a reencontrarse en otros espacios más justos, lejos de políticas interesadas o de intereses de grupos financieros. Considero que es una vergüenza los comportamientos de algunas gentes sin escrúpulo alguno. La peor corrupción es ese espíritu de inhumanidad que nos gobierna subterráneamente, intentando separarnos siempre. Por ello, una vez más digo, que es el momento de la acción, de la participación, de no resignarse. Ahora tenemos la ocasión de proveer otro clima más armónico, de prosperidad y dignidad para todos en un planeta sano y no podemos fracasar. La labor es ardua, pero nada es imposible cuando trabajamos juntos en alianza, ya que esta diversidad globalizada nos enriquece como jamás y contribuye a la cohesión social. Por eso, cuesta entender esa demonización solapada hacia los refugiados o migrantes, que aparte de atentar gravemente contra los valores de dignidad e igualdad de todos los seres humanos, agita la violencia racial.

Igualmente, llevamos años prometiendo que nadie se quede rezagado, pero no pasamos de los buenos deseos a la realidad. De hecho, la ayuda destinada a la educación ha disminuido durante seis años consecutivos y en 2016 alcanzó sólo 12.000 millones de dólares, un 4% menos que en 2010, según revela un estudio reciente de la UNESCO. No olvidemos que el factor educativo es un motor de cambio imprescindible. Dicho lo cual, es necesario revisar continentes y contenidos, pero con otros lenguajes más éticos, admitiendo que el camino del diálogo ofrece fundadas ilusiones en un mundo de cultura pluralista, pero que no puede distanciarse de ese fondo anímico, o si quieren, contemplativo. Quizás nos convenga, pues, no para que no se pierda un solo talento por falta de oportunidades, sino para saber algo tan básico como convivir y tener conciencia de la honestidad, con lo que ello significa de avance social, al menos para templarnos ante las dificultades de la vida.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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