•    También apuntó que resulta fundamental ser empáticos con el prójimo, solo así se le podrá ayudar.

Bailar con la Soledad: la soledad en el mundo contemporáneo, nombre de la plática que impartió a la Comunidad Universitaria de la IBERO Puebla el padre José María Rodríguez Olaizola, SJ, integrante de Rezandovoy, proyecto de la Compañía de Jesús en España que comparten su inspiración para difundir la palabra de Dios

Este evento, que congregó a todo tipo de público, fue organizado por la Dirección General del Medio Universitario y el Programa Universitario Ignaciano en coordinación con el Área de Vocaciones de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús.

A lo largo de su plática sobre el papel que juega la soledad en la vida del ser humano contemporáneo, el sociólogo resaltó que, pese a que se vive en comunidad y la integración de las redes sociales, la soledad es un sentimiento que todos hemos tenido y que, hoy en día, es cada vez más frecuente, por lo que es importante compartir experiencias sobre el tema.

“La soledad se puede vivir a cualquier edad. Un adolescente que no se sienta conectado con sus amigos, aunque esté presente en todas las redes sociales, está solo de la misma manera que un anciano enfermo que piensa que es una carga para su familia”, comentó el teólogo Rodríguez Olaizola, SJ.

Asimismo, el jesuita español puntualizó que la soledad es subjetiva puesto que el significado no igual para todos, “no se puede aconsejar al otro desde las experiencias propias. Debes escuchar a la otra persona pues ella o él está viviendo algo diferente”.

José María Rodríguez también explicó que la soledad puede ser causada por diversos motivos, entre ellos la familia, la religión, la educación, las ideologías, principalmente las apariencias ya que en estos días es muy común que lo que se percibe de la vida de una persona no se apegue a la realidad, hecho que puede causar el sentimiento de que las vidas de los otros son mejores que la propia.

El escritor jesuita subrayó que una de las tantas actitudes que fomenta la soledad es el evitar discutir con personas que piensan diferente a uno, o el eludir temas que causan hasta cierto punto incomodidad, esto propicia la incomunicación y, por ende, se crean barreras intangibles entre los humanos.

De igual manera, retomó pasajes bíblicos que hablan sobre el tema, con la finalidad de ofrecer un acercamiento al fenómeno y brindar claves evangélicas para hacerle frente. Destacó la importancia de estar consciente de los sentimientos que genera dicho estado de ánimo, sin reprimirlos, pues solo de esa forma se podrá pedir ayuda.

Antes de finalizar, Rodríguez Olaizola comentó que otra clave para no sucumbir ante la soledad es no perder de vista que nada es permanente, “recordemos momentos pasados en los que nos sentimos verdaderamente acompañados y visualicémoslos a corto plazo para poder reconocer al aislamiento como algo momentáneo”.

Publicado en EDUCACIÓN
Domingo, 27 Noviembre 2016 18:04

Al rescate de un mundo desunido

Artículo | Algo Más Que Palabras

    El proyecto de una sociedad libre y unida ha de ser el objetivo de una civilizada especie que aspira a ser cada día más virtuosa poéticamente, o lo que es lo mismo, más igualitaria y fraternal. El mundo del arte y de las letras, de los cultivados o de los incultos, han de contribuir a que esta unidad deje de ser un amor imposible, y pase a ser una realidad que nos refuerce las ganas de vivir. Quizás tengamos que despojarnos de tantos modelos dominantes, casi siempre dominadores, y trabajar más desde otras coordenadas de servicio, que incentiven otros patrones de vida más justos.  Con urgencia tenemos que ir al rescate de unos moradores divididos, que siembran odios y venganzas por doquier, que restan esperanzas y libertades. La cultura de la esclavitud no ha cesado de imponerse. Cada día hay más personas encadenadas a la explotación sexual, al reclutamiento forzoso, sobre todo de niños, para ser utilizados en conflictos armados, más opresión como el matrimonio obligado, más trata de personas, más y más muros que nos dejan sin aire para poder respirar. Esta es la situación, pues aunque los dirigentes mundiales al aprobar la Agenda 2030 se comprometieron a consolidar la prosperidad, la paz y la libertad para todas las personas, lo cierto es que aún no hemos pasado de las palabras a los hechos. Cuántas veces se nos injerta ser esclavos de uno mismo sin apenas percibirlo. Es evidente que la necedad, el adoctrinamiento, nos lleva por caminos que nos impiden ser lo que uno quiera ser.

    Indudablemente, son muchos los seres humanos que mueren esclavizados a diario, sin cariño alguno, sin consideración alguna, desunidos de lo humano, como meros objetos. La cultura del uso y disfrute, y cuando no me sirve, lo margino con la indiferencia, es algo tan real como la vida misma. Ahí están esas mujeres que se venden y encierran en burdeles, al fin llorando a lágrima viva. O tantas gentes encerradas en fábricas clandestinas en condiciones de servidumbre permanente, con unos salarios bochornosos y sin posibilidad alguna de poder llegar a pagar sus deudas. Bien es verdad que la esclavitud hace tiempo que se declaró como una afrenta a la humanidad, y hasta se elevó a los altares una celebración (2 de diciembre), pero lo verdaderamente cruel es que lejos de avanzar en liberarnos, estamos retrocediendo a épocas pasadas. Bajo estas mimbres, que tantas puertas nos cierran a la esperanza, es complicado unirse, activar la concordia e impulsar un corazón humanamente globalizado. Precisamente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que veintiún millones de personas en el mundo son víctimas de trabajo forzoso en la actualidad, lo que genera unos ciento cincuenta mil millones de dólares anuales de ganancias ilícitas en el sector privado. Todo este cúmulo de contrariedades hace que el planeta sea incapaz de ensamblarse en esa ansiada globalización, lo que dificulta enormemente la convivencia entre unos y otros.

    Convencido de que tenemos que ir a ese salvamento humano, aunque solo sea por propia humanidad, es lo que me hace pensar en esa sociedad civil de la que todos formamos parte, y confiar en el ser humano a la hora de la prestación de asistencia a las víctimas. Sin duda, es también una buena noticia que la OIT haya adoptado un nuevo Protocolo jurídicamente vinculante, con el fin de fortalecer los esfuerzos a nivel mundial para eliminar el trabajo forzoso. Ojalá todos los Estados se sumasen a estos buenos propósitos, y fusionados todos, combatiesen por la igualdad y la justicia social. Por desgracia, muchas veces no pensamos nada más que en nosotros mismos. Nos hemos acostumbrado a convivir con el dolor del otro, a no importarnos su sufrimiento, máxime si tampoco nos concierne o afecta directamente. Todo esto nos hace perder la orientación, y lo que es aún peor, el vínculo de familia humana, con lo que este término conlleva de entidad y compañía. Seguramente, la mejor manera de aglutinarnos radica en injertar a cada persona en su propio valor y valía. Si los niños son el porvenir del mañana, los jóvenes la fuerza para ir hacia delante, los adultos la pujanza del hoy y los ancianos, la sabiduría, la memoria de un pueblo; en consecuencia, no descartemos a nadie y hagámonos una piña. Esta es la cuestión de fondo. Por eso, debemos hacer todo lo posible para evitar divisiones y es, por ello, que todos debemos comprometernos por mantener vivo ese espíritu de alianza, con la mirada dirigida al futuro que a todos nos pertenece por igual.

    Por consiguiente, no podemos ser piedras, necesitamos bravura para poner en el centro de nuestra existencia la dignificación de todo ser humano. En efecto, una sociedad resplandece en la medida que sabe respetar y  acoger, conciliar y reconciliar, hermanar y armonizar; luego las verdaderas columnas que la sustentan y sostienen, son la verdad y la libertad; más allá de cualquier política interesada, corrupta. De ahí la necesidad de poner barreras y límites a tantas falsedades sembradas, a tantas injusticias cometidas. Hemos de ser conscientes que la armonía se construye sobre el fundamento de la justicia. Subsiguientemente, no se puede degradar la dignificación de ningún ser humano, por muy adversario o enemigo que sea nuestro. Estamos llamados a ser un todo, a edificar un mundo más integrador, en parte descompuesto porque algunos Estados han dejado de tutelar algo tan inherente al linaje como son los derechos naturales, destruyéndolos en lugar de cimentarlos para bien de la humanidad. Téngase en cuenta que los individuos, cuanto más indefensos están en una colectividad, tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, y en concreto, de la mediación de la soberanía de todos, de su autoridad pública en definitiva. Potestad que, por cierto, ha de ser ejemplar en su diario y ejemplarizante en sus actuaciones. De modo que la solidaridad resulta esencial, ya no sólo para el rescate de este ambiente discorde y en conflicto permanente, también para que cualquier ciudadano pueda sentirse valorado y protegido, de manera que uno sea para todos y todos para cada uno. 

    Ya en su tiempo lo advirtió el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset que "el mundo es la suma total de nuestras posibilidades vitales"; y, en este sumatorio, no puede concebirse sumisión alguna. Donde quiera que cohabite la cordialidad sin vasallaje, la moderación sin tristeza, la abundancia sin derroche, todo será más trascendente, puesto que la paz social será tanto más consistente cuanto más tenga en cuenta lo auténtico y no oponga el interés individual al de la sociedad en su concurrencia, sino que busque más bien los modos de su fructuosa coordinación. Naturalmente, tenemos que modificar nuestro comportamiento, lo cual demuestra la importancia suprema de una educación libre e integradora, no solamente para aquellos seres en formación, sino también para las familias y para toda la sociedad humana en general, ya que el progreso social  es el resultado de la bondad de los miembros que la componen. En suma, que no hay mejor manera de rescatar un mundo desunido que trabajar para dar significación a toda vida humana, por insignificante que nos pueda parecer. Los sembradores del terror, en cambio, lucharán por injertar miedo, incertidumbre y desmembración en la sociedad. Por tanto, una verdadera liberación a tiempo, aparte de romper ataduras, acrecienta un nuevo espíritu más libre y democrático, para facilitar el que podamos vivir sosegados y con idénticas posibilidades.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
corcoba@telefonica.net

Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 23 Noviembre 2016 17:04

Combatirse a sí mismo

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hoy más que nunca el mundo necesita hombres de horizontes amplios que propicien la paz, más que con grandes manifiestos, con su coherencia en las pequeñas cosas de cada día. Naturalmente, los seres humanos tienen derecho a ser como son, a mirar al futuro con confianza e ilusión, poniendo en marcha proyectos, tejiendo nuevas relaciones entre unos y otros. De ahí que el respeto sea algo más que una palabra esencial, es condición previa para el mismo desarrollo del propio ser humano. Ciertamente uno tiene que empezar por respetarse a uno mismo para respetar a los demás. Cuando esto se produce florece la amistad sincera y el acercamiento deja de ser algo interesado, favoreciendo la realización de la persona. Hemos de pasar de un invierno de  aislamiento y confrontación a una primavera de libertades. Sólo así podremos recuperar el sentido armónico y, por ende, la convivencia pacífica. Ya sabemos que somos diversos, ahora lo que nos hace falta es abrirnos al diálogo de las diferencias, mediante la consideración a  todo ser humano.

    Estamos llamados a generar tranquilidad, a crear atmósferas más fraternas para que, junto  a los frutos de la globalización de los mercados, renazca también la globalización de la solidaridad; puesto que el crecimiento económico ha de estar acompañado también por un mayor acatamiento de la creación; junto a los derechos individuales y en su conjunto, ya que estamos convocados a mantenernos unidos en la diversidad. Únicamente así podremos hacer familia, sentirnos fuertes como especie, conservar ese espíritu de concordia. En efecto, si la solución del problema migratorio pasa por una conversión en profundidad que nos permita reencontrarnos, también este clima de violencia que nos invade requiere de una reconversión existencial en los lenguajes, que han de ser mucho más conciliadores, para que se nos active la vena de la reconciliación. Sin duda, es el sosiego el que debe guiar el destino de todos y de cada uno de nosotros. Requerimos, en consecuencia, de otras políticas más humanistas, que ya no solo contribuyan a mejorar el nivel de vida de los ciudadanos, sino que también impulsen un crecimiento de más unión, tal vez retroalimentándonos por la clemencia.

    Que angustia más profunda cuando nos encerramos en nosotros mismos para esparcir odios y venganzas, rencores y rabias; la vida se vuelve insoportable, todo parece estar infectado por el dolor, y hasta los días parecen tristísimas noches, alejándonos hasta de nuestra propia familia. Si fuéramos menos cínicos aprenderíamos de nuestra historia, alzaríamos menos muros, seríamos en verdad pacificadores, trabajaríamos codo con codo para reconstruir un mundo más equitativo, menos violento,  más vivo en el amor, que es lo que incrusta una vida en plenitud para todos. Pensemos que buena parte de ese fuego de intimidaciones proviene de las desigualdades y de la discriminación, del levantamiento de fronteras  absurdas y de frentes estúpidos, que lo único que hacen es conducirnos al caos. Sin embargo, un auténtico espíritu de solidaridad supera cualquier egoísmo y esto es bueno, en la medida que hay donación; y, al donarse, todo se fraterniza. Vencerse a sí mismo es la gloria. Nos embellecemos y, con ello, queda todo dicho. Por consiguiente, todos podemos hacer más por enjugar las lágrimas de tantos seres indefensos, máxime cuando llevamos injertado interiormente un individualismo exasperado, que nos vuelve tan fríos como inhumanos.
   
    Realmente debiéramos, con urgencia, tomar el camino de la humildad, cuando menos para que el linaje no lo gobiernen los que viven de las apariencias y son unos caraduras. Con su corazón de piedra, nos están haciendo un daño tremendo a la misma subsistencia y continuidad de la raza. El compromiso debe ser, por tanto, el de proceder de manera silenciosa haciendo el bien y realzando vínculos que nos fraternicen, más allá de la soberbia, la vanidad y el engreimiento. Nadie es más que nadie, tampoco menos que nadie. Y todos necesarios e imprescindibles. Esta es la cuestión de fondo. Cada cual en su camino, con su tarea, pero para armonizar, no para violentar o imponer nada, sí para escuchar el grito del desvalido. Recordemos que las guerras comienzan en el corazón de los humanos y que tan vital como el pan de cada día, es el encuentro de almas, que ya está bien de tanta destrucción del espíritu humano.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
corcoba@telefonica.net

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