Domingo, 24 Junio 2018 21:13

No todo se solventa con la prisión

Artículo | Algo Más Que Palabras

(Hay penas que sólo pueden penarse en familia)
   
    Globalizado el mundo, algo propio de unos moradores sociables, se requieren reglas de convivencia, y esfuerzo por entendernos. La realidad, sin embargo, muestra la existencia de ciertos actores dispuestos siempre a la venganza y al esparcimiento del odio. Esto requiere, desde luego, una respuesta adecuada, que no tiene porque ser una pena pública. Personalmente, pienso, que no todo se solventa con la prisión. Estar entre rejas, hoy por hoy, no significa garantía a posteriori de cambio de actitudes. Por ello, es importante multiplicar los esfuerzos encaminados al encuentro de unos y otros; puesto que, a pesar de que la generación actual posee el nivel educativo más alto de la historia, todavía queda mucho por hacer. Los planes educativos no suelen fomentar ese espíritu conciliador y comprensivo, tampoco permiten acceder a un trabajo decente, salir de la pobreza y alcanzar un nivel de bienestar satisfactorio.

En consecuencia, habrá que revisar y mundializar esas políticas penitenciarias, observando en todo momento, si en verdad están enfocadas en la prevención, el cumplimiento de la ley, la rehabilitación y reinserción social. De igual modo, habrá que incidir mucho más en  esa tarea formativa para la vida en familia. Hay males sociales, por otra parte, que requerirán la implementación de otras políticas más humanitarias y de inclusión social.

De pronto, nos hemos convertido en jueces. Cuestión deplorable. Olvidamos que la falta de libertad es, sin duda, una de las carencias más fuertes. No podemos seguir marginando a nuestros análogos. De ahí, la importancia de que todos los gobiernos del planeta y sociedades en general, deban activar el propósito de abordar las desigualdades socioeconómicas sistemáticas, facilitando con la escucha, siempre la mano tendida, pues nos interesa a todos un futuro más equitativo, armónico, poniendo fin a la humillación y a esa bochornosa exclusión social, que tanto nos sacrifica en el momento presente.

Sea como fuere, ninguna sociedad cultivada en los verdaderos valores humanos, puede justificarlo todo con la reclusión, con enjaular a la gente. Nos hace falta otra apuesta más reconciliadora, o sí quieren, más esperanzadora. No es ninguna utopía. Se puede llevar a buen término, sólo hace falta rehabilitar a los culpables. No es fácil, lo sabemos, pero todos nos merecemos ser tratados con respeto y dignidad. Los argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos. Cualquier condena que perpetúe la privación de libertad es una pena destructiva oculta. O la misma prisión preventiva, utilizada de manera abusiva como anticipo a la pena, tampoco resuelve nada. Ya no hablemos de otras sanciones inhumanas y degradantes como puede ser la tortura, la imposibilidad de comunicarse. Todas estas penurias suelen provocar sufrimientos psíquicos y físicos de difícil reparación. Téngase en cuenta que todos tenemos el derecho de poder levantarnos de nuevo y de rectificar. Además, pensemos que no suele haber acción justa, que no lleve implícitamente también un acto de clemencia y humanidad.

En efecto, ninguno somos perfectos. Cuánta necesidad tiene el mundo de ser un poco más generoso hacia sus equivalentes, de ser menos enjuiciadores y más protectores. Precisamente, ya lo advertía en su época el inolvidable matemático y filósofo griego Tales de Mileto (624 AC-546 AC): “la cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás”. Así es, en lugar de dignificarnos y de ayudarnos a hacer la transición desde el horror a la curación,  rápidamente condenamos a cualquiera, sin analizar las causas y los motivos, para poder crear nuevas ocasiones de rescate, para que quien se haya equivocado comprenda el mal hecho y vuelva a ser más corazón que mercancía, más verso que barrotes.

En otro tiempo, en el que tuve la dicha, como voluntario de prisiones, de activar aquel anhelo humanista, que titulé: “De los sueños a la vida”; y que, no era otra cosa, que una invitación a renacer de las cenizas. Con el paso de los años, sigo pensando que nos urge hacer más humana la vida en la cárcel. Aquellos acompañamientos culturales fueron inolvidables. Como decía un preso, que llevaba toda su vida entre rejas, vamos a poner el talento al servicio del arte, del diálogo, con la fuerza liberadora del amor en definitiva. Por momentos, el ambiente carcelario abría ventanas con los poetas, dibujaba horizontes con los pintores, y con algunos cantaores, se profundizaba en la mística. Quizás debería volver algún día a llorar con vosotros. Cuántas lágrimas he visto caer por las mejillas de internos que nunca habían llorado en su vida, y por el mero hecho de sentirse acompañados y queridos, se derrumbaban entre sollozos. Por eso, lo estoy madurando, tal vez necesite gemir con vosotros la pena que llevo dentro, la de un mundo deshumanizado como jamás.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Miércoles, 05 Abril 2017 14:14

De ningún modo es tarde para rehumanizarse

Artículo | Algo Más Que Palabras

El mundo se mueve en una encrucijada de caminos en los que únicamente la senda de la integración entre culturas puede ayudarnos a un futuro armónico verdaderamente esperanzador. La humanidad hoy corre serios peligros de extinción. O conciliamos nuevos abecedarios que nos reconcilien para vivir unidos, o esta deshumanización que soportamos nos lleva al caos más tétrico. Cada persona tiene tras de sí una contribución que hacer a la sociedad y hay que dejarlo que se pueda realizar humanamente como individuo. Nadie puede ser excluido, todos tenemos algo que aportar, pues la vida es como un poema en el que todos los versos son requeridos para embellecer el planeta. En consecuencia, las diversas culturas han de aprender a compartir el intercambio de experiencias y buenas prácticas, cuando menos para prevenir  los flujos de mercancías ilícitas, así como mejorar la localización de personas que son auténticos lobos para sí mismos y los demás.

Nuestra historia como especie pensante está crecida de trágicos capítulos de venganza y odio,  de los que hemos de tomar buena nota para que no vuelvan a suceder. Hoy más que nunca, tenemos que dignificarnos, permanecer en guardia ante posibles locuras humanas, hacernos valer como ciudadanos, pensar en nosotros como familia para poder sentirnos linaje, desde la tolerancia y el respeto por los derechos humanos de todas las personas. Lo que no es de recibo es quedarse indiferente ante esa multitud de acciones asesinas. En 2012 ya surgieron los primeros informes del uso de armas químicas en Siria. A partir de entonces, los alcances han sido frecuentes. La comunidad internacional no puede mirar para otro lado. Tampoco podemos quedarnos en la mera prohibición, hay que hacer justicia, más pronto que tarde, a los que infringen la normativa internacional, porque representan una barbarie que no podemos tolerar. Es hora de unirse, por tanto, de activar todos los diálogos, pero también de construir un mundo más seguro y responsable. Si en verdad queremos un orden más poético, basado en la unidad de todas las culturas, hay que promover otra escala de valores, más humanista, que genere un clima de confianza y de convivencia sincera.

Por desgracia, somos una generación que hemos perdido el sentido humano de las cosas. Todo lo dilapidamos en caprichos, en lugar de activar un desarrollo más de la vida que de la muerte, de los valores y no del valer (como poder que aplasta), de la salud y la lucha contra la pobreza extrema. Estoy convencido de que tenemos que despertar a un corazón más justo y generoso. Quizás sea necesario repensar muchas cosas para poner fin a las hostilidades, adoptando otras medidas más solidarias, sobre todo para garantizar el acceso sin obstáculos a la asistencia humanitaria, que tantos ciudadanos nos imploran cada día. A veces pienso que es hora de limpiar la tierra de cizaña, pero no de manera altanera, sino con la compasión y la sencillez de tantos sufrientes, con la moderación y el intelecto preciso, con el sentido de tender la mano y la búsqueda del abrazo. Sea como fuere, no podemos seguir destruyéndonos, sino reencontrándonos. Nunca me cansaré de repetirlo. Prevalezca la razón y no las armas.

Naturalmente que cuesta creer el activo de una nueva carrera de armamentos en una era del conocimiento como la actual. En ocasiones creo que somos estúpidos e incoherentes en nuestras actuaciones. Son tantos los asuntos que nos debieran hacer meditar, que tal vez por falta de tiempo, no hayamos aprendido a discernir lo primordial de lo superfluo. Mejorar la vida de las personas en todo el mundo, como el auxilio en caso de desastres, la educación y la sanidad, ha de ser algo tan urgente como ecuánime. Después, avivar otros cultos, o si quieren otros lenguajes, más comprensivos con todos. Olvidamos que la paz no se impone, se trabaja abrazando la verdad, defendiendo toda existencia,  perseverando con lo equitativo, sustentando la benevolencia en definitiva. Es cuestión de ponerse todos en servicio, a donarse y a perdonarse, a vivir y a revivirse, pero con el amor más desinteresado. Nunca es tarde para este buen propósito. Reiteremos el poema al uníxono: menos armas y más alma.

Víctor Corcoba Herrero /  Escritor
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