Ciudad del Vaticano. - En el Ángelus en la Plaza de San Pedro, León XVI recuerda «la gran fiesta de la Iglesia de Roma» en la solemnidad de Pedro y Pablo, subraya que también en este tiempo hay cristianos que mueren por los valores del Evangelio, a menudo al difundirlos -dice- hay oposición y persecución pero la gloria de Dios resplandece en la continua conversión.

Vivir "en continua conversión". El Papa León XIV en el Ángelus de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, patronos de Roma, recuerda que en la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles se descubre que se puede vivir como ellos, en la llamada de Jesús que sucede varias veces, no sólo una, y en la que todos nosotros, especialmente en el Jubileo, podemos esperar. El Papa recuerda que el Nuevo Testamento no esconde «los errores, las contradicciones, los pecados de aquellos que veneramos como los más grandes Apóstoles», sino que «su grandeza ha sido modelada en el perdón».

La unidad de la Iglesia y entre las Iglesias, hermanas y hermanos, se nutre del perdón y de la confianza recíproca, que comienza por nuestras familias y nuestras comunidades. En efecto, si Jesús confía en nosotros, también nosotros podemos fiarnos los unos de los otros, en su Nombre.

Al servicio de la unidad y de la comunión

Hay también otro elemento que el Papa León subraya y que concierne a los «cristianos a los que el Evangelio vuelve generosos y audaces incluso al precio de su vida».

Existe de ese modo un ecumenismo de la sangre, una invisible y profunda unidad entre las Iglesias cristianas, que a pesar de ello no viven todavía la comunión plena y visible. Quiero por lo tanto confirmar en esta fiesta solemne que mi servicio episcopal es servicio a la unidad y que la Iglesia de Roma está comprometida por la sangre de los santos Pedro y Pablo a servir, en el amor, a la comunión entre todas las Iglesias.

En contraste con la mentalidad mundana

Un servicio a la unidad que nace de las piedras desechadas, una inversión que se realiza en Cristo, la "piedra de la que Pedro recibe también su propio nombre". Una piedra desechada por los hombres y que Dios ha convertido en piedra angular"; piedras que están al margen, "extramuros", como las que construyen la plaza de San Pedro y las basílicas papales de San Pedro y San Pablo.

Lo que a nosotros nos parece grande y glorioso antes fue descartado y excluido, porque contrastaba con la mentalidad mundana. Quien sigue a Jesús se encuentra recorriendo el camino de las bienaventuranzas, en el que la pobreza de espíritu, la mansedumbre, la misericordia, el hambre y la sed de justicia, y el trabajo por la paz encuentran oposición e incluso persecución. Y, sin embargo, la gloria de Dios brilla en sus amigos y a lo largo del camino los va modelando, cada vez que se convierten.

Iglesia, casa y escuela de comunión

"Que los Apóstoles Pedro y Pablo, junto con la Virgen María", concluye el Papa, "intercedan por nosotros, de modo que, en este mundo herido, la Iglesia sea casa y escuela de comunión".

Publicado en RELIGIÓN

Ciudad del Vaticano. - En el Ángelus de la Plaza de San Pedro, Francisco invitó a tener el cuidado y la mirada de Jesús, que escuchó la súplica de Bartimeo, el ciego curado: “Quien más gracia recibe de la limosna es quien la da, porque se deja mirar por los ojos del Señor”.

El Papa en el Ángelus relanzó algunos puntos esenciales de su reflexión sobre el Evangelio de Marcos que narra la curación del ciego Bartimeo. Resumió lo que ya había profundizado en la homilía de la misa con los participantes en la Asamblea sinodal en el Vaticano. ¿Cómo miramos al pobre? ¿Con piedad evangélica o con indiferencia?

Jesús ve al mendigo que grita y lo escucha

La multitud ignora a Bartimeo, en cambio los “receptores” de Jesús están activos. La gente no tiene “ninguna mirada de atenta, ningún sentimiento de compasión” aunque Bartimeo sí se hace oír y ver. “Jesús, sin embargo, le escucha y le ve”. El sentido del grito, de la fe, del camino, es lo que Francisco puso de relieve en el Ángelus.

En primer lugar, el grito de Bartimeo, que no es sólo una petición de ayuda. Es una afirmación de sí mismo. El ciego está diciendo: “Yo existo, mírame. No puedo ver, Jesús. ¿Tú me ves?". Sí, Jesús ve al hombre mendicante y lo escucha, con los oídos del cuerpo y con los del corazón.

Cuántas veces miramos para otro lado

Francisco invitó a ponerse en el lugar de Jesús, pero también en el del pobre: “Cuando nos cruzamos con algún mendigo por la calle: ¿cuántas veces miramos para otro lado? ¿cuántas veces lo ignoramos, como si no existiera?”. Luego, como de costumbre, el Papa jesuita planteó preguntas para el discernimiento personal y comunitario.

¿Cómo miro a un mendigo? ¿Lo ignoro? ¿Lo miro como lo hace Jesús? ¿Soy capaz de entender sus interpelaciones, su grito de ayuda? Cuando das limosna, ¿miras a los ojos del mendigo? ¿Tocas su mano para sentir su carne?
 
Quien más gracia recibe de la limosna es quien la da

En realidad, es como si se invirtieran los papeles: la multitud, a pesar de tener la facultad de la vista, es en realidad ciega y sorda, indiferente. Bartimeo, a pesar de tener una limitación física, ve con los ojos de la fe.

Cada uno de nosotros es Bartimeo, ciego por dentro, que sigue a Jesús una vez que nos acercamos a Él. Cuando te acercas a un pobre y te haces cercano, es Jesús quien se acerca a ti en la persona de ese pobre. [...]. Quien más gracia recibe de la limosna es quien la da, porque se hace contemplar por los ojos del Señor.

Publicado en RELIGIÓN

Ciudad del Vaticano. - Antes del rezo del Ángelus de este domingo, comentando el Evangelio de la liturgia, Francisco nos invita a no reducir nuestra relación con Dios a gestos exteriores si luego, en nuestro interior, despreciamos a los pobres o nos comportamos deshonestamente en nuestro trabajo. No sirve de nada hacer «un poco de voluntariado», y luego chismear «sin piedad de todo y de todos».

Una invitación a vivir la propia fe «de manera coherente», y con los propios sentimientos, «con palabras y con obras», concretar «en la cercanía y el respeto de los hermanos lo que digo en la oración». Este es el mensaje que el Papa Francisco dirige a todos los cristianos antes del rezo del Ángelus de este domingo, XXII del Tiempo Ordinario, comentando el pasaje del Evangelio de Marcos, incluido en la liturgia, en el que Jesús habla de los puros y los impuros. Recuerda que era «un tema muy querido por sus contemporáneos», vinculado sobre todo a la observancia de rituales y normas de comportamiento, «para evitar cualquier contacto con cosas o personas consideradas impuras y, si esto sucedía, borrar la “mancha”».

El Evangelio relata que algunos escribas y fariseos, estrictos observantes de esas normas, acusan a Jesús de permitir que sus discípulos tomen alimentos «con manos impuras, es decir, sin lavar». Entonces el Maestro aprovecha la ocasión para invitarles a reflexionar sobre el significado de la «pureza», y les explica que «no está ligada a ritos externos, sino ante todo a disposiciones interiores».

Para ser puro, por tanto, no es necesario lavarse las manos varias veces, si luego se albergan malos sentimientos como la avaricia, la envidia y el orgullo, o malas intenciones como el engaño, el robo, la traición y la calumnia.

Se trata de un ritualismo, aclara el Papa, «que no hace crecer en el bien, es más, a veces puede llevar a descuidar, o incluso a justificar, en uno mismo y en los demás, opciones y actitudes contrarias a la caridad, que hieren el alma y cierran el corazón». Y esto también es importante para nosotros hoy.

No se puede, por ejemplo, salir de la Santa Misa y, ya en el patio de la iglesia, pararse a chismorrear malvada y despiadadamente sobre todo y sobre todos. O mostrarse piadoso en la oración, pero luego en casa tratar a los propios familiares con frialdad y desapego, o desatender a los padres ancianos, que necesitan ayuda y compañía

O también, continúa Francisco, ser en apariencia «muy correctos con todos, tal vez incluso haciendo un poco de voluntariado y algunos gestos filantrópicos, pero luego por dentro cultivar el odio hacia los demás, despreciar a los pobres y a los últimos, o comportarse deshonestamente en el propio trabajo».

De este modo, la relación con Dios se reduce a gestos externos, y en el interior se permanece impermeable a la acción purificadora de su gracia, permaneciendo en pensamientos, mensajes y comportamientos desprovistos de amor.

No, continúa el Pontífice, estamos hechos «para la pureza», la ternura y el amor.

Preguntémonos, pues: ¿vivo mi fe con coherencia? En mis sentimientos, palabras y obras, ¿concreto en mi cercanía y respeto a los hermanos lo que digo en la oración?

Nuestra oración a María, Madre purísima, es que «nos ayude a hacer de nuestra vida, en el amor sentido y practicado, un culto agradable a Dios».

Publicado en RELIGIÓN

Ciudad del Vaticano. - En el primer domingo de Cuaresma, Francisco invita a “entrar en el desierto” como Jesús, para reconocer las pasiones desordenadas, vicios, ansias de poder, vanidad y codicia que se posesionan del alma y vencerlas con el silencio, la oración y la escucha de la Palabra de Dios.

Fieras y ángeles los podemos encontrar cuando entramos en nuestro desierto interior, en silencio y a la escucha del corazón, así nos percatamos de su presencia y enfrentamos las tentaciones que nos desgarran, con las buenas inspiraciones divinas que devuelven al alma el orden y la paz. Es precisamente de la lucha de Jesús en el desierto, tentado por Satanás, que nos presenta el Evangelio de hoy, de donde parte la reflexión del Papa en este primer domingo de Cuaresma.

Las bestias selváticas

A mediodía, ante una Plaza de San Pedro soleada y repleta de fieles y peregrinos del mundo, Francisco, horas antes de su retiro para los Ejercicios Espirituales de esta Cuaresma, habla de las pasiones desordenadas que habitan en nuestro mundo interior, las “fieras” que dividen y tratan de poseer el corazón, que cautivan seducen y que pueden destrozarnos.

“Podemos dar nombres a estas "fieras" del alma: los diversos vicios, el ansia de riqueza, que aprisiona en el cálculo y la insatisfacción, la vanidad del placer, que condena a la inquietud y la soledad, y de nuevo la codicia de la fama, que genera inseguridad y una necesidad constante de confirmación y protagonismo, y así siguiendo. Son bestias “selváticas” y como tales, hay que domarlas y combatirlas: de lo contrario, devorarán nuestra libertad”

El sabor del Cielo

El Santo Padre insiste en la necesidad de “entrar en el desierto” para reconocer y combatir estas presencias, pero teniendo como aliados a los “ángeles”, mensajeros de Dios, que nos ayudan, nos hacen el bien, porque su característica es el servicio y no la posesión del alma.

“Los espíritus angélicos, en cambio, recuerdan los buenos pensamientos y sentimientos sugeridos por el Espíritu Santo. Mientras las tentaciones nos desgarran, las buenas inspiraciones divinas nos unifican en armonía: apagan el corazón, infunden el sabor de Cristo, “el sabor del Cielo”. Así vuelven al alma el orden y la paz, más allá de las circunstancias de la vida, sean favorables o desfavorables”.

La voz de Dios

También para captar los pensamientos sanos y buenos inspirados por Dios, advierte Francisco, hay que entrar en el silencio y en la oración. Por ello, como siempre, antes de la oración mariana, el Papa invita a reflexionar partiendo de dos preguntas que pueden acompañar el camino cuaresmal:   

“Primera: ¿cuáles son las pasiones desordenadas, las "fieras" que se agitan en mi corazón? Es bueno reconocerlas, nombrarlas, comprender sus tácticas. Y un segundo interrogante: para dejar que la voz de Dios hable a mi corazón y lo custodie en el bien, ¿pienso retirarme un poco al "desierto", es decir, dedicar un espacio al silencio, a la oración, a la adoración, a la escucha de la Palabra de Dios?”.

Dos reflexiones que el Pontífice pone en manos de la Virgen Santa, que custodió la Palabra y no se dejó tocar por las tentaciones del maligno, para que nos ayude en el camino cuaresmal hacia la Resurrección de Jesucristo.

El retiro espiritual de Francisco

"Esta tarde, junto con los colaboradores de la Curia, comenzaremos los Ejercicios espirituales. Invito a las comunidades y a los fieles a dedicar momentos específicos durante este tiempo de Cuaresma y durante este año de preparación al Jubileo, que es el "Año de la oración", para recogerse en la presencia del Señor."

Lo anunció el Papa al final de la oración mariana. En efecto, esta tarde comienzan los ejercicios espirituales para la Curia romana. Francisco ha invitado a los Cardenales residentes en Roma, a los jefes de Dicasterio y a los Superiores de la Curia, a vivir este período de modo personal, "suspendiendo el trabajo y recogiéndose en oración hasta el viernes 23 de febrero de 2024". Durante esta semana se suspenderán todos los compromisos del Santo Padre, incluida la Audiencia General del miércoles 21 de febrero

Publicado en RELIGIÓN

En su alocución después del Ángelus, El Papa Francisco recuerda las palabras del Evangelio, cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará». Y nos pregunta, ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos, pero nos permite acoger la vida verdadera que viene de Dios?

Ciudad del Vaticano. - En una Plaza de San Pedro, a la que se dieron cita los fieles y peregrinos, como cada domingo, el Papa Francisco en su alocución después del rezo del Ángelus recordó las palabras del Evangelio de hoy, cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará». Esto quiere decir, dijo el Papa, que, para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, acoger a Él y su Palabra.

Y nos cuestiona a cada uno de nosotros: ¿De qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos, pero nos permite acoger la vida verdadera que viene de Dios? ¿De qué lado estamos?, al respecto, su petición a la Virgen María, “que siguió a Jesús hasta la cruz”, para que nos ayude a medir “nuestra vida sobre Él, para entrar en la vida llena y eterna”. Entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la pereza para correr el riesgo del amor, incluso cuando supone la cruz, dijo el Papa.

Traten de entrar por la puerta estrecha

En su alocución, el Pontífice, repasó el pasaje del Evangelio de Lucas de la Liturgia de este domingo: "Un hombre le pregunta a Jesús: «¿Son pocos los que se salvan?» Y el Señor responde: «Traten de entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24)"

El Papa dijo que es probable, que al imaginarnos una puerta estrecha, esa imagen "podría asustarnos", afirmó,  como si la salvación fuera destinada solo a pocos elegidos o a los perfectos. Pero esto contradice lo que Jesús nos ha enseñado en muchas ocasiones, añadió el Pontífice, de hecho, poco más adelante, Él afirma: «Vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios». Por lo tanto, animó Francisco, esta puerta es estrecha, ¡pero está abierta a todos!

Una puerta estrecha abierta a todos

Más adelante, el Papa Francisco dijo que para "entenderlo mejor, hay que preguntarse qué es esta puerta estrecha. Jesús extrae la imagen de la vida de esa época y, probablemente, se refiere a que, cuando llegaba el atardecer, las puertas de las ciudades se cerraban y solo quedaba abierta una, más pequeña y más estrecha: para regresar a casa se podía pasar únicamente por ahí". Pero manifestó que, cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará» (Jn 10,9). Nos quiere decir que para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, acoger a Él y su Palabra.

Así como para entrar en la ciudad, había que “medirse” con la única puerta estrecha que permanecía abierta, del mismo modo,  señaló Francisco, la vida del cristiano es una vida “a medida de Cristo”, fundada y moldeada en Él. Y la vara de medición es Jesús y su Evangelio, recordó el Papa, y no lo que pensamos nosotros, sino lo que nos dice Él. El Santo Padre nos dijo que es una puerta estrecha no "por ser destinada a pocas personas, sino porque pertenecer a Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el servicio y en la entrega de sí mismo como hizo Él, que pasó por la puerta estrecha de la cruz".

Limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosufiencia

El Pontífice manifestó que para entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone, implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la pereza para correr el riesgo del amor, incluso cuando supone la cruz. Y citó algunos ejemplo de personas, dijo, no eligieron la puerta ancha:

"Pensemos concretamente a esos gestos cotidianos de amor que llevamos adelante con esfuerzo: a los padres que se dedican a los hijos haciendo sacrificios y renunciando al tiempo para sí mismos; a los que se ocupan de los demás y no solo de sus propios intereses; a quien se dedica a los ancianos, a los más pobres y a los más débiles; a quien sigue trabajando con esfuerzo, soportando dificultades y tal vez incomprensiones; a quien sufre a causa de la fe, pero continúa rezando y amando; a los que, más que seguir sus instintos, responden al mal con el bien, encuentran la fuerza para perdonar y el coraje para volver a empezar".

Solo son algunos ejemplos de personas que no eligen la puerta ancha de su conveniencia, explicó por último, sino la puerta estrecha de Jesús, de una vida entregada en el amor. Estas personas, dice hoy el Señor, serán reconocidas por el Padre mucho más que los que ya piensan ser salvados y, en realidad, son «los que hacen el mal». Y nos preguntó por último ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos pero nos permite acoger la vida verdadera que viene de Dios? ¿De qué lado estamos?

Publicado en RELIGIÓN

•    A la hora del rezo del Ángelus, el domingo 17 de enero, el Santo Padre alentó a los fieles a no rechazar la llamada de Dios en nuestras vidas y a responder a ella con amor.

Ciudad del Vaticano. - El 17 de enero, segundo domingo del Tiempo Ordinario, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, sin presencia de fieles a causa de la Pandemia.

Reflexionando sobre el Evangelio dominical que narra el encuentro de Jesús con sus primeros discípulos en el río Jordán, el día después de haber sido bautizado, el Santo Padre recordó que es precisamente Juan Bautista el que señala el Mesías a dos de ellos con estas palabras: "¡He ahí el Cordero de Dios!" (v. 36).

Encuentro con Jesús: "Hemos encontrado al Mesías"

Y aquellos dos, fiándose del testimonio del Bautista, -continuó explicando Francisco- siguen a Jesús que se da cuenta y dice: "¿Qué buscáis?" y ellos le preguntan: "Maestro, ¿dónde vives?, a lo que Jesús no contesta: "Vivo en Cafarnaún o en Nazaret", sino que dice: "Venid y lo veréis" (v. 39).

En este sentido, el Pontífice señaló que las palabras del Señor "no son una tarjeta de visita, sino la invitación a un encuentro. Los dos hombres, que resultarían ser Andrea y su hermano Simón, a quien Jesús llamará "Pedro", lo siguen y se quedan con él esa tarde, hablando, "advirtiendo la belleza de palabras que responden a su esperanza cada vez más grande".

Tras este encuentro, ambos regresan ante sus hermanos y recocen "desbordando de alegría": "Hemos encontrado al Mesías" (v. 41).

Asimismo, el Papa profundizó sobre esta experiencia de encuentro con Cristo que nos llama a estar con Él:

“Cada llamada de Dios es una iniciativa de su amor. Dios llama a la vida, llama a la fe, y llama a un estado de vida particular. La primera llamada de Dios es a la vida; con ella nos constituye como personas; es una llamada individual, porque Dios no hace las cosas en serie. Después Dios nos llama a la fe y a formar parte de su familia, como hijos de Dios”.

Por otra parte, el Santo Padre aseveró que Dios también llama a cada uno de nosotros a un estado de vida particular:

No rechacemos la llamada de Dios

"Nos llama darnos a nosotros mismos en el camino del matrimonio, en el del sacerdocio o en el de la vida consagrada. Son maneras diferentes de realizar el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros, que es siempre un plan de amor. Y la alegría más grande para cada creyente es responder a esta llamada, a entregarse completamente al servicio de Dios y de sus hermanos".

Igualmente, el Papa puntualizó que frente a la llamada del Señor, "que puede llegar a nosotros de mil maneras, también a través de personas, de acontecimientos, tanto alegres como tristes", nuestra actitud a veces puede ser de rechazo, "porque nos parece que contrasta con nuestras aspiraciones; o de miedo, porque la consideramos demasiado exigente e incómoda".

Respondamos a Dios solo con amor

Al respecto, Francisco hizo hincapié en que la llamada de Dios es amor, "y a ella se responde solo con amor".

“Al principio hay un encuentro, precisamente, el encuentro con Jesús, que nos habla del Padre, nos da a conocer su amor. Y entonces, espontáneamente, brota también en nosotros el deseo de comunicarlo a las personas que amamos: «He encontrado el Amor, he encontrado el sentido de mi vida. En una palabra: He encontrado a Dios»”.

Publicado en RELIGIÓN

A la hora del rezo del Ángelus en la solemnidad del Corpus Christi, el Papa Francisco invitó a renovar «nuestro asombro y alegría ante este maravilloso don del Señor, que es la Eucaristía» recibiéndola con gratitud, «no de manera pasiva, habitual, sino renovando verdaderamente nuestro amén al Cuerpo de Cristo, cada día como si fuera la primera vez».

Ciudad del Vaticano.- El domingo 23 de junio, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo celebrada en Italia y en varios países del mundo, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus junto a miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

La multiplicación de los panes y peces

Comentando el Evangelio dominical que presenta el relato del milagro de la multiplicación de los panes y los peces obrado por Jesús a orillas del lago de Galilea para dar de comer a la multitud que lo seguía (cf. Lc 9, 11-17), el Santo Padre profundizó sobre las palabras del Maestro ante el planteamiento de los discípulos: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente".

Es entonces cuando Jesús responde: "Denles ustedes de comer."

En este sentido, el Papa explicó que Jesús invita a sus discípulos a hacer una verdadera conversión de la lógica del "cada uno para sí mismo" a la del compartir, empezando por lo poco que la Providencia nos pone a nuestra disposición.

Este milagro, muy importante hasta el punto de que todos los evangelistas lo cuentan, - continuó diciendo Francisco-  muestra el poder del Mesías y, al mismo tiempo, su compasión por la gente. "Aquel gesto prodigioso no sólo queda como uno de los grandes signos de la vida pública de Jesús, sino que anticipa lo que será después, al final, el memorial de su sacrificio, es decir, la Eucaristía, sacramento de su Cuerpo y de su Sangre donados para la salvación del mundo".

Eucaristía: síntesis de toda la existencia de Jesús

El Pontífice afirmó que la Eucaristía, es por tanto, "la síntesis de toda la existencia de Jesús, que ha sido un único acto de amor al Padre y a sus hermanos. Allí también, como en el milagro de la multiplicación de los panes, Jesús tomó el pan en sus manos, elevó al Padre la oración bendición, partió el pan y se lo dio a los discípulos; e hizo lo mismo con el cáliz de vino. Pero en ese momento, en la víspera de su Pasión, quiso dejar en ese gesto el Testamento de la nueva y eterna Alianza, memoria perpetua de su Pascua de muerte y resurrección".

Recibir el Cuerpo de Cristo con gratitud

Asimismo, el Pontífice señaló que la fiesta del Corpus Christi "nos invita cada año a renovar nuestro asombro y alegría ante este maravilloso don del Señor, que es la Eucaristía" e invita a recibirlo con gratitud, «no de manera pasiva, habitual, sino renovando verdaderamente nuestro "amén" al Cuerpo de Cristo, para que el dinamismo de su amor transforme nuestras vidas en ofrendas puras y santas a Dios y para el bien de todos aquellos que encontramos en nuestro camino».

Misa del Corpus Christi

Y precisamente, una expresión de la fe eucarística del pueblo santo de Dios son las procesiones con el Santísimo Sacramento, que en esta solemnidad tienen lugar en todas partes en la Iglesia católica. Francisco se despidió recordando que esta tarde, en el barrio romano de Casal Bertone, celebrará la misa del Corpus Christi, a la que seguirá la procesión e invitando a todos a participar, incluso espiritualmente, a través de la radio y la televisión.

"Que la Virgen nos ayude a seguir con fe y amor a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía", concluyó el Papa deseando a todos un buen almuerzo y pidiendo, como es habitual, que recen por él.

Publicado en RELIGIÓN

En la Natividad de san Juan Bautista el Santo Padre reflexionó sobre el misterio de la vida, la misión de los padres e invitó a meditar sobre el estado de ánimo de nuestra fe

Como todos los domingos, a la hora del Ángelus, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del Palacio Apostólico Pontificio para rezar junto con los fieles allí presentes la oración a la madre de Dios, e impartir su catequesis sobre el Evangelio del día, que hoy nos presenta el nacimiento de san Juan Bautista.

En la fiesta de san Juan, que la Iglesia católica celebra exactamente seis meses antes de la Navidad, el Romano Pontífice abordó el tema del misterio de la vida humana.

Dios no depende de la lógica humana

A partir del recorrido que realizó a través de las palabras del Evangelio de san Lucas, que narra la maravilla del nacimiento de Juan de padres ya ancianos, el Papa habló de la lógica de Dios, que “no depende” de la nuestra, ni tampoco de nuestra “limitada capacidad humana”:

“Hoy la liturgia nos invita a celebrar la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista. Su nacimiento es el evento que ilumina la vida de sus padres Isabel y Zacarías, e incluye en la alegría y el estupor a parientes y vecinos. Estos ancianos padres habían soñado y preparado aquel día, pero ya no lo esperaban más: se sentían excluidos, humillados, decepcionados. Ante el anuncio del nacimiento de un hijo, Zacarías se quedó incrédulo, porque las leyes naturales no lo consentían, eran viejos, eran ancianos. En consecuencia el Señor lo dejó mudo durante todo el tiempo de la gestación: es una señal. Pero Dios no depende de nuestras lógicas y de nuestras limitadas capacidades humanas”.

Debemos aprender a confiar y a callar frente al misterio de Dios

Por esta última afirmación el Santo Padre indicó la necesidad de aprender a confiar y a callar frente el misterio de Dios, y de contemplar con humildad y silencio su obra, que se revela en la historia, porque , dijo, "nada es imposible para Dios”:

“Ahora que el evento se cumple, ahora que Isabel y Zacarías experimentan que ‘nada es imposible para Dios’, su alegría es grande. La hodierna página evangélica anuncia el nacimiento y luego se detiene en el momento de la imposición del nombre al niño. Isabel elige un nombre extraño a la tradición familiar y dice: “Se va a llamar Juan”, don gratuito e a este punto inesperado, porque Juan significa “Dios ha hecho la gracia”. Y este niño será heraldo, testigo de la gracia de Dios para los pobres que esperan con humilde fe su salvación. Zacarías confirma de forma inesperada la elección de ese nombre, escribiéndolo en una tablilla – porque era mudo - e «inmediatamente se le soltó la boca y la lengua» y empezó a hablar normalmente bendiciendo a Dios (V.66)”.

¿Cómo está nuestra fe?

Prosiguiendo con su recorrido, el Papa habló de las sensaciones que vivió el pueblo que acompañó o que tuvo conocimiento de este acontecimiento milagroso, que fueron sensaciones de estupor, sorpresa y gratitud por el milagro de Dios. Y a partir de esta reacción del pueblo propuso una serie de preguntas para la reflexión personal, de manera que meditemos sobre el estado de ánimo de nuestra fe: “¿cómo es mi fe? ¿Es una fe gozosa o una fe siempre igual, una fe chata? ¿Tengo sentido del estupor cuando veo las obras del Señor?”

“El pueblo fiel de Dios es capaz de vivir la fe con alegría, con sentido de estupor, de sorpresa y gratitud. Pero veamos aquella gente que hablaba bien de esta cosa maravillosa, de este milagro del nacimiento de Juan, y lo hacía con alegría, estaba contenta, con sentido de estupor, con sorpresa y con gratitud. Y viendo esto preguntémonos: ¿cómo es mi fe? ¿Es una fe gozosa o una fe siempre igual, una fe chata? ¿Tengo sentido del estupor cuando veo las obras del Señor, cuando escucho hablar de cosas de la evangelización o de la vida de un santo, o cuando veo tanta gente buena: ¿siento la gracia dentro, o nada toca mi corazón? ¿Sé sentir las consolaciones del espíritu o estoy cerrado a ello? Preguntémonos cada uno de nosotros en un examen de conciencia: ¿cómo es mi fe? ¿es alegre? ¿está abierta a las sorpresas de Dios? Porque Dios es el Dios de las sorpresas: ¿he experimentado en el alma aquel sentido del estupor que hace la presencia de Dios, el sentido de gratitud? Pensemos en estas palabras, que son estados de ánimo de la fe: alegría, sentido de estupor y gratitud”.

En el final, Francisco evidenció la misión de los padres quienes, dijo, en la generación de un hijo, "actúan como colaboradores de Dios",  y elevó su plegaria al cielo, pidiendo a la Santísima Virgen que “nos ayude a comprender que en cada persona humana está la huella de Dios, fuente de vida”:

“Una misión verdaderamente sublime que hace de cada familia un santuario de vida y que despierta- el nacimiento de cada hijo- la alegría, el estupor y la gratitud”, concluyó.

Beatificación de la "Chiquitunga" en Asunción

Durante sus saludos a los fieles el Obispo de Roma se refirió a la beatificación en el día de ayer en Paraguay, de María Felicia de Jesús Sacramentado, al siglo María Felicia Guggiari Echeverría, hermana de la Orden de las Carmelitas Descalzas.

El Santo Padre recordó que la hoy beata “vivió en la primera mitad del siglo XX, se unió con entusiasmo la Acción Católica y se encargó de los ancianos, los enfermos y los presos”. “Esta fructífera experiencia de apostolado, sostenida por la Eucaristía cotidiana, - dijo - desembocó en la consagración al Señor. Murió a los 34 años, aceptando la enfermedad con serenidad". E indicó el testimonio de esta joven Beata como una invitación para todos los jóvenes, especialmente para los paraguayos, a vivir la vida con generosidad, ternura y alegría.

 

Publicado en RELIGIÓN

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos