Domingo, 18 Febrero 2018 12:49

Retrocedemos en lugar de avanzar

Artículo | Algo Más Que Palabras    
   
    Cuando tantas amenazas nos bombardean el hábitat de nuestro entorno, el caos se convierte en una realidad, lo que dificulta encontrar horizontes armónicos que nos tranquilicen y nos pongan en disposición de entendernos. Por si esto fuera poco, los medios cibernéticos suelen alentar el odio y la venganza a raudales, hasta el punto que la atmósfera que respira el planeta es verdaderamente decadente e incluso peligra la extinción de sus moradores. No quiero ser alarmista, pero ciertamente la amenaza nuclear está presente por primera vez tras el fin de la Guerra fría. Ojalá demos un paso hacia atrás y funcionen las negociaciones diplomáticas, sobre todo para lograr la desnuclearización pacífica. Por cierto, en relación con esta tremenda crisis, el titular de la ONU acaba de destacar que es esencial mantener la presión ejercida por el Consejo de Seguridad sobre la República Popular Democrática de Corea, con el objetivo de poder calmar situaciones verdaderamente envenenadas por intereses  mundanos, lo que justificaría un esfuerzo serio conjunto en favor de la unidad.

Ya se sabe que la unión hace la fuerza y que la discordia nos debilita. Sea como fuere, no podemos seguir fracturando el planeta. La realidad golpista catalana en España, es un claro testimonio descarriado de degradación de unas instituciones democráticas, por su continua y persistente desobediencia a una legalidad que garantiza la convivencia democrática, y que con estas actuaciones de necedad y desprecio al imperio de la ley como expresión de la voluntad popular, hace que se ponga en entredicho la consolidación del Estado de Derecho, que con tanto empeño protege a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones. Alerta roja, por tanto, para este tipo de acciones independentistas, promotores de la mentira, que por desgracia para todo el mundo van en aumento, junto a la xenofobia y el arcaico nacionalismo, que nos encaminan en cascada a un desconcierto hasta con el propio sentido común.

Además de este marco de tensiones mundiales, en parte propiciadas por la absurda carrera armamentística y nuestra altanería por querer ser más que nadie, está el fenómeno de la explotación y de la opresión a la que hay que sumarle una nueva contrariedad, la de la injusticia social, acrecentando unas descomunales desigualdades que nos dejan helado el corazón. Por ello, ha llegado el momento de los pactos, puesto que una porción significativa de nuestros análogos permanentemente quedan excluidos de los beneficios del progreso y relegados. De ahí, la importancia de que los organismos internacionales promuevan juntos una verdadera revolución ética en todo el orbe, al menos para que la legítima redistribución de los beneficios económicos de los Estados lleguen a estas personas marginadas. Porque de continuar por este estado de bestia salvaje, difícilmente vamos a poder ilusionarnos para poder salir  de esta colosal crisis humanitaria que padecemos.

Mal que nos pese, todo esto nos hace retroceder como jamás, máxime en un tiempo en el que los jóvenes, que son la fuerza del futuro, y los ancianos, que son la sabiduría ancestral, se les impide estar en el terreno de juego y escuchar sus voces. Junto a esto, el futuro del trabajo nunca ha sido tan incierto, puesto que tiene que ser más que un medio de subsistencia, una manera de imprimir en nuestras vidas un significado de realización personal. En este sentido, nos llena de esperanza que, en los últimos meses los mandantes tripartitos de la Organización Internacional del Trabajo (gobiernos, empleadores y trabajadores), hayan celebrado diálogos nacionales en más de un centenar de países. Pensamos que es una buena idea que el trabajo de la Comisión Mundial de la OIT, se estructure en torno a cuatro conversaciones del centenario: Trabajo y sociedad, un trabajo decente para todos, la producción y la organización del trabajo y la gobernanza del trabajo.

En consecuencia, si en verdad queremos avanzar como familia humana y no retroceder, hemos de repensar con urgencia, que es indudable que no podemos caminar por nosotros mismos, y que para ello hemos de respetar fielmente las normas que  nos hemos establecido. Ahora bien, necesitamos también un decoroso nivel de vida, que  nos permita colaborar y cooperar con sentido de responsabilidad, hacia ese bien colectivo que ha de redundar en provecho de todos, y no únicamente en un sector de privilegiados como viene sucediendo. Al fin y al cabo, una humanidad florece en la medida en la que no existe superioridad alguna, sino la dignificación de todo ser humano, con el reconocimiento de los mutuos derechos y el cumplimiento de sus respectivas obligaciones.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Publicado en COLUMNAS
Domingo, 22 Octubre 2017 11:48

Mayor toma de conciencia

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hay que educar para el respeto. Solo así podremos convivir. Estamos llamados a entendernos, a restaurar el orden y la legalidad, allá donde se violen las leyes que nos hemos dado entre todos. Tanto la necedad independentista como aquellos nacionalismos que nos aíslan han de pasar página. No tienen sentido en un mundo como el actual. Con esto no quiero decir que aquellos pueblos de singular cultura no protejan su legado histórico. Pero estos legítimos sentimientos han de ser respetuosos también con las reglas de juego democrático, que nos engloba a todos los miembros de una nación. Hablo, naturalmente, del caso español de una comunidad autónoma como la catalana, verdaderamente protegida por los poderes del estado democrático, que vienen actuando a mi modo de ver de manera ejemplarizante, en cuanto a la proporcionalidad de actuaciones y la mano tendida siempre, aunque la paciencia y la prudencia han de tener un límite, para que las instituciones retornen a sus obligaciones constitucionales, recogidas en la norma más importante que tenemos todos los ciudadanos españoles, la Constitución de 1978.

    Confieso que es muy dolorosa esta situación catalana, pero la Constitución es norma de normas y como tal hemos de tomar conciencia de ello, pues es lo que garantiza la concordia entre todos, mediante la indisoluble unidad de la Nación, patria común e indivisible de todos los españoles; sin obviar, que se reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran así como el activo solidario entre todas las comunidades. En consecuencia, el gobierno de una Comunidad Autónoma y su parlamento, no pueden ni deben actuar fuera del Estado de derecho. No nos dejemos atrapar por la mentira permanente. Los diversos poderes del Estado (legislativo, ejecutiva y judicial) están obligados a intervenir y a actuar con todo el peso de la ley. El Presidente del Gobierno, ha logrado forjar un consenso, tanto dentro del país como fuera de nuestras fronteras, de mayoría cualificada para actuar. Precisamente, es la Constitución de 1978, la que nos garantiza la convivencia democrática y el autogobierno. Asimismo, el poder judicial continúa con sus actuaciones, advirtiendo que es obligado cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de los jueces y Tribunales, así como prestar la colaboración requerida. Todo el Estado, en suma, nos ampara a todos para corregir los abusos de poder o las desviaciones de los diversos gobernantes.

    Ciertamente, los españoles somos un país de fuerte calado democrático, colaborando en todo momento en el fortalecimiento de unas relaciones armónicas, que, además ha colaborado en ello el espíritu constitucionalista de 1978, nuestra ley fundamental, que también cuenta con un título para su reforma. Lo que no se puede permitir, bajo ningún concepto, se ignore y cada cual la modernice como le venga en gana. El procedimiento es claro y ahora toca salir de esta grave crisis que nos fractura, aplicando, como no puede ser de otra manera, la ley para volver a la unidad de España, a través del artículo 155, instrumento esencial para garantizar la soberanía nacional. Está claro que el gobierno y el parlamento catalán no cumplen con las obligaciones que la Constitución y el Estatuto le imponen, actuando de forma sectaria y extremista, lo que atenta gravemente contra el interés general de España, por lo que es de justicia garantizar la supervivencia democrática. Ojalá, más pronto que tarde, despierten los dirigentes de esa Comunidad Autónoma, retornen a la legalidad, y ese deber de hospitalidad que siempre ha tenido la ciudadanía catalana se acreciente hermanándonos todos. En suma, que los cambios son necesarios, las reformas indispensables, pero no al margen de la ley. Para empezar, tal vez los sistemas educativos deberían reeducar más y mejor en ese vínculo de unión y unidad que todos requerimos para cultivar el sencillo arte de vivir como ciudadanos solidarios dentro de un reino 

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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