Lunes, 12 Diciembre 2016 10:41

Me quedo con los sentimientos del alma

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Hay momentos en el que las palabras se quedan vacías para describir los profundos sentimientos del alma; ese movimiento del corazón siempre sorprendente y sorpresivo, que nos enternece y nos deja sin verbo para mover los labios. Son, entonces, las elocuentes lágrimas vertidas, las que nos suscitan vivencias y recuerdos, las que nos reviven encuentros y soledades, silencios y místicas; abecedarios, en suma, inolvidables; pues cada lamento, al igual que cada gozo volcado, enseña a los mortales una evidencia. Para desgracia nuestra, todos sin excepción, andamos hambrientos de certezas. La incertidumbre del mundo actual, antes que ser una crisis financiera, económica y social, es una inestabilidad de espíritu, de falta de discernimiento interior, o sea, de búsqueda de esa estrella para que nos ilumine en tantos valores perdidos, el principal el del amor de amar amor. Tenemos demasiados resentimientos metidos en nuestro interior que nos impiden mirar y ver, llorar y reír, ser nosotros mismos con nuestros llantos y alegrías. Es fundamental, a mi manera de ver, que el ser humano vuelva a reencontrarse consigo mismo, liberado de tantas cadenas que nos acorralan y atrofian como seres pensantes.

    Dejémonos mover, en efecto, por  la poética preocupación de la benevolencia. No quedemos encerrados en nosotros mismos. Sin inquietud somos estériles. Salgamos a navegar con el deseo de hallarnos familia. Jamás nos acomodemos en nuestro yo. Nos debemos a los demás de manera directa, más allá de las meras palabras. No de modo abstracto. Riamos y lloremos juntos. Tampoco importa el parentesco. Venimos de un mismo tronco. Requerimos de lo armónico para crecer. Por ello, como decía el inolvidable filósofo y escritor español, Miguel de Unamuno, allá por el siglo pasado: "hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento". ¡Cuánta razón hay en ello!. Pensar es mucho más interesante que hacer carrera; y, al complementarlo con buenos sentimientos, es más fructífero que tener poder. Ya está bien de que el ser humano se incline por costumbre o adoctrinamiento, a ir en pos del dinero o del dominio. Avancemos hacia dentro, despertemos a la vida, que no es otra cosa, que donarse y perdonarse, lo que verdaderamente nos da aliento y buen ánimo.

    Nuestra acción deja de tener sentido en la medida que dejamos de sentir por los demás, de servir a los demás. Por ello, la gran enfermedad del siglo actual es el egoísmo. Así surge la gran crisis de la familia, como yo no siento, corto el vínculo que me une y me olvido de la promesa de unión y unidad. Nada es definitivo, todo lo hemos vuelto provisional. Ahora me apetece una cosa, la lleva a cabo; mañana no me apetece, la abandono. Me deshago de ella. Nos hemos convertido en auténticas piedras inservibles, en parte por esa ausencia de principios morales. Ellos son los que verdaderamente nos sustentan. Sólo, de este modo, con esa comprensión profunda por el ser humano, podremos trabajar con eficacia para que esta sociedad pueda cambiarse, pueda reconstruirse respetando la dignidad, la libertad, el derecho de toda persona. Lástima de aquel ser que se deja dominar por el aislamiento, la ingratitud, empobrece sus horizontes de vida, rebaja sus energías internas, arruina su presencia e impide el adecuado crecimiento de su personalidad. De ahí, lo difícil que es hoy en día hallarnos con semejantes en un estado de completo bienestar físico, mental y social.

    A poco que salgamos de nuestro ser, ciertamente, veremos a gente sola, con la tristeza en la mirada, ausente, sin ganas de vivir; y es que, la depresión hoy en día, afecta a nacidos de todas las edades y condiciones sociales y de todos los países. Provoca angustia mental y afecta a la capacidad de cualquiera para llevar a cabo incluso las tareas cotidianas más simples, lo que tiene en ocasiones efectos nefastos sobre las relaciones con la familia y los amigos y sobre la capacidad de ganarse la vida. En el peor de los casos, este hundimiento del individuo puede provocar el suicidio, que actualmente es la segunda causa de muerte entre los de 15 a 29 años de edad. Si en verdad fuésemos más solidarios, acompañaríamos a estas existencias, pues el amor es el significado último de todo cuanto nos rodea, y, por ende, la receta más liberadora del ser humano.

    Sentir y pensar, considerándolo bien, son palabras que se complementan, ya que ambas se requieren mutuamente para experimentar, percibir sensaciones, o estados de ánimo, que sin duda se encuentran en estrecha  vinculación con la actividad intelectual. Desde luego, el mundo no puede cambiar sin la renovación de su gente. Quizás, por ello, la gran asignatura pendiente de nuestra época sea la de dejar de vivir para sí mismo y por sí mismo. El centro no puede ser uno mismo sino los acompañantes. Todos somos parte de un todo y, seguramente, aparte de aprender a pensar más profundamente, tengamos que poner todo nuestro conocimiento en el quehacer de los puros sentimientos, que son los que nacen en nuestras entrañas. En este sentido, a la hora de ahondar en los sentimientos más níveos, no podemos perder la esperanza. Sin duda, tenemos que perseverar y preservar en la ilusión por vivir y dejar vivir, por ser y dejar ser, por amar y dejar amar, por muy frágil que sea nuestra naturaleza humana.

    Junto a esta frialdad de espíritu, Naciones Unidas acaba de advertir al mundo, sobre una corriente peligrosa que está cobrando fuerza en los últimos tiempos, y es la falta de respeto hacia todo, hacia los mismos derechos humanos. Zeid Ra’ad Al Hussein, del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, se refirió a los movimientos populistas que invocan el nacionalismo y tradicionalismo para justificar el racismo, la xenofobia, el sexismo, la homofobia y otras formas flagrantes de discriminación, aprovechando un clima de crisis económica. También denunció que los discursos de odio que apuntan a incitar a la violencia están aumentando drásticamente, al igual que la intimidación o el crimen contra las mujeres, los niños, los grupos étnicos, religiosos y las personas con discapacidades. Además de ataques a las minorías sexuales y los migrantes. Deberíamos, en consecuencia, mantenernos firmes en tan noble sentimiento de proteger los logros activados desde 1948, para seguir avanzado, en el pensamiento libre, pero respetuoso con el bienestar de la ciudadanía, habite donde habite,  la estabilidad de las sociedades y la concordia de un mundo interconectado.

    Tal vez tengamos que dejarnos reconducir por los sublimes sentimientos de nuestra propia esencia humana; será el modo de que nada de este mundo nos resulte frío e insensible, de que permanezcamos unidos siempre a pesar de nuestras diferencias e indiferencias, ya que lo que está pasando en cualquier país forma parte de nosotros, forma parte de un planeta que es casa común de todos. Con estos pensamientos, generados desde el hondo sentir de mi camino, pido al lector que activemos el consuelo para emprender un conciliador y reconciliador sentimiento que nos fraternice, humanizándonos, en la confianza de ser para los demás, la inspiración de la verdad al servicio del inocente, ¡del Niño que va con nosotros!. Que su pujanza inocente transforme las armas en latidos, la destrucción en reconstrucción, el rencor en ternura. Así podremos decir con alegría: ¡el hombre ya no es un lobo para el hombre!.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras   
   
    Nunca pensé que en la vida hubiese tanto drama. Son muchos los sembradores enviciados en cultivar este bochorno de funestas realidades que nos dejan sin fuerzas, pero también sin aliento para proseguir el camino. Por cierto, se dice que la tristeza del alma puede matarnos vertiginosamente, como si fuese un virus. Quizás sea así, pero a veces necesitamos llorar para descubrir nuestras habitaciones interiores, para sentir que somos alguien, algo más que un objeto a utilizar por los inhumanos mercados, que todo lo comercian, inclusive cualquier vida humana. Ahora bien, no me sirve la compasión mundana, que a lo sumo vierte una mirada triste, hay que saber llorar con el que se lanza al mar en busca de nuevos horizontes, con el que trepa un muro para saltar hacia otros espacios más libres y justos. Únicamente así, desde el acompañamiento más profundo, se puede entender el sacrificio de poner en riesgo su existencia.

    Seguramente si hubiésemos aprendido a sentir de verdad, cuando veo a un análogo a mi deambular por la calle, porque la sociedad le ha marginado y no por capricho,  jamás hablaríamos de construir muros fronterizos en ningún país. Yo también pienso, como tantos observadores, que la tendencia y la tentación de construir barreras e inhibir la migración es contraproducente porque fuerza a la gente a colaborar con las bandas de criminales sin escrúpulos y aumenta los ingresos de esas mafias dándoles recursos para corromper a funcionarios de ambos lados de la frontera, dondequiera que esté el límite. Ante estas situaciones, lo trascendental no es darse golpes de pecho, que también, pero si cabe aún más, cuanto más sufrimos su dolor, que es el nuestro igualmente, tanto más sentimos la necesidad de estar entre sus lamentos con nuestros sollozos.

    En efecto, hay realidades que sólo se alcanzan a ver cuando nos sobrecogen las lágrimas. Anoche tuve la oportunidad de charlar con un grupo de migrantes, de compartir sus gemidos a través de su voz entrecortada, y me di cuenta de que todo sería distinto si hubiésemos aprendido a descifrar los auténticos sentimientos. Es muy alarmante que se aliente la marginalidad, la exclusión, la xenofobia y, luego, se les demonice hasta el extremo de considerárseles un producto de desecho. Si importante es limitar y controlar el acceso a las armas mortales, no menos vital es, de igual forma, retornar a los armónicos lenguajes de la mente y del corazón, sobre todo para establecer vínculos que nos hermanen. El inolvidable espíritu de Miguel de Unamuno, puede darnos con la llave maestra, "la de vivir y morir en el ejército de los humildes", uniendo poéticas u oraciones, con la santa libertad de llorar cuando a uno le venga en gana. A veces, el berrinche es más benéfico que las hipócritas risotadas tan de moda hoy en día.

    Sea como fuere, afecto, tolerancia, respeto mutuo, son conceptos que han de formar parte de nuestro modo de ser y de convivir. Se me ocurre, por consiguiente, que coincidiendo con la onomástica del Día Internacional de la Amistad (30 de julio), se recapacite sobre esos ciudadanos que caminan en la desolación permanente. Si en la constitución de la UNESCO se apunta la necesidad de que la paz no se base exclusivamente "en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos", sino en la "solidaridad intelectual y moral de la humanidad"; permítame el lector señalar de que la vida no se fundamente únicamente en etiquetas, pues todo nuestro conocimiento tiene su principio en los sentimientos, que conforman un acuerdo perfecto cuando se unen a la bondad y a una recíproca ternura.

    Ya en su tiempo Platón decía de que "cada lágrima enseña a los mortales una verdad". No las sequemos. Pongámonos a pensar sobre ellas. Quizás aprendamos, de este modo, a ser más solidarios, cuestión esencial para promover otro ambiente más humano, más de todos y de nadie, más de servicio al ser humano y no al poder. De hecho la ambición es la raíz de muchos males. Personas que ayer vivían en auténtica concordia, hoy se sirven la copa del divorcio, viven más distanciadas que nunca. Cualquiera que sea la causa y por muy poderosos que sean los motivos que provocan esta separación, el espíritu humano no se entiende  como algo desunido, disconforme, independiente... La misma existencia no es aceptable a no ser que alma y cuerpo cohabiten en buena armonía, si no hay una estética natural de respeto de unos para con otros. Cuando se llega al desprecio resulta complicado conciliar nada, reconciliarse y ser feliz. Nos han vendido tantas mentiras esta sociedad de privilegios mundanos, que apenas podemos comprender nada; en parte, porque tampoco nos dejan tiempo ni para recapacitar. Por eso, abunda tanto fanático suelto, tanto cobarde agasajado por corruptos poderes, tanto idiota con cara de borrego.

    Naturalmente, pensar es más fructífero que doctorarse en disciplinas que no sirven para nada, ni para saber mirar a nuestro alrededor y ver, que son muchas almas, las que cada día dormitan entre injusticias, y por las que nadie suelta llanto alguno. Qué pena de especie humana, tan endiosada como sin corazón, sin nervio para regenerarse como una sola familia humana en este planeta que todos debiéramos compartir. Recordemos los lazos que nos unen, el tronco común del que formamos parte como linaje, independientemente de la raza, la religión, el género, la orientación sexual o las mismas fronteras y frentes que nos horrorizan. Después del fracaso de tantas mundializadas guerras, ¿cómo es posible no entender la apuesta por lo armónico? Continúan siendo viables las contiendas, porque también hoy nos dejamos embaucar por la falsedad de unas estrategias atroces que nos impiden gemir, porque el mismo corazón lo tenemos insensibilizado, corrompido hasta el tuétano. En consecuencia, soy de los que pienso que la humanidad tiene necesidad de hallarse, de fundirse, de lloriquear como niños. Quizás sea la hora del suspiro, de la queja y del crujir de dientes, para que renazca un mundo más fraternizado, con unos moradores más perceptivos a la realidad que nos circunda.

    Para algunos de los humanos  la vida es tan dura, que para desenganchar los traumas hace falta derramar muchas gotas de sangre y sudor. La integración de culturas, aparte de precisar de gran paciencia, requiere autenticidad en la acogida, y eso se percibe a través del alma de sus ciudadanos, que han de reflexionar sobre la manera de construir un mundo más ensamblado internamente. A este respecto, las religiones creo que pueden ayudar en este caminar juntos en peregrinación por el tiempo. Así, el año de la misericordia de los católicos, sin duda es la ocasión propicia para redescubrir y vivir esta dimensión de solidaridad, fraternidad, ayuda y apoyo recíproco, que hoy tanto el mundo necesita. También el budismo activa el cultivo de la mente y el corazón, por medio de la meditación, atención y plena consciencia del presente. O el mismo Islam, como una religión de tolerancia, que nada tiene que ver con las acciones perpetradas por los jihadistas. La religión auténtica es manantial de concordia siempre.

    Al fin y al cabo, lo verdadero rehúye de actitudes irrespetuosas y premia los diálogos constructivos, teniendo presente que, cuanto más se pone uno al servicio de los demás, más libre se siente y más gozoso transita. No perdamos de vista que a todos nos une un mismo pasaje existencial, cada cual desde su propia identidad; y, como tal, no ha de traicionarse asimismo, pues indivisos necesitamos del colectivo, ya sea para reír o para llorar. No hay mayor causa de súplica que no poder hacerlo.


Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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