Domingo, 25 Agosto 2019 20:45

El poder del dinero como catástrofe

Artículo | Algo Más Que Palabras

“El pobre continúa marginado del circuito económico”.

Cuántos olvidados en este mundo, desbordado por el aumento de las desigualdades a pesar de la bonanza económica de algunos, en el que imperan tantos sufrimientos injustos, que nos debilitan como especie pensante. Cuántas miserias nos vertemos unos contra otros, que lo único que avivan es una escalada de tensiones francamente alarmantes, en lugar de dar un vuelco a nuestra historia de vida, y hacérnosla más llevadera y humana. Desde luego, no estamos entregando un crecimiento inclusivo y sostenible, más bien lo que ofrecemos son batallas inútiles, fomentadas por prácticas deshumanizadoras, a través de un mal uso de la riqueza, puesto que el pobre continua marginado del circuito económico; exclusión en parte propiciada por políticas que no ayudan socialmente a los más vulnerables. Quizás todos los países tengan que mancomunar esfuerzos, al menos para ahuyentar el impulso corrupto de ciertos dirigentes, la falta de oportunidades para determinados sectores de la población, o la misma tributación internacional ha de tomar otra conciencia más solidaria.

Lo prioritario, a mi manera de ver, es que el ser humano en su conjunto deje de postrarse ante las finanzas, como si fuese la única razón de subsistencia, pues cada día nuestra existencia es puro mercado, ya sea a través de foros sinceramente mezquinos y engañosos, o a través de las tecnologías digitales, activando la inteligencia artificial como negocio, adoctrinando contra el sentido común de los ciudadanos y sus libertades. Por otra parte, tampoco podemos seguir engañándonos con poderes, poco cooperantes entre sí, dogmáticamente opresivos y que son una auténtica perdición para el linaje. Este círculo vicioso de la voracidad del capital nos está dejando sin alma. No es ético que nuestra propia vida dependa de lo que se posee, más bien hemos de compartir esa comunión de bienes, de talentos y beneficios, haciendo familia, creando humanidad en definitiva. Esto es lo que realmente fructifica en una lógica solidaria que es lo que da lugar a la generosidad y al repunte de lo armónico.

De ahí, la importancia de recuperar  el territorio económico y darle un sentido social, ofreciendo ayuda financiera para proteger nuestra casa común, incluidos los bosques y los océanos, pero también ese otro mundo de desfavorecidos del sistema. En esto, hemos de reconocer que el espíritu europeísta pacífico, unido y floreciente,  es verdaderamente humanístico. Todo un referente en su piedra angular, no en vano ha asumido el liderazgo en la protección del medio ambiente y en la lucha contra el cambio climático. Así mismo, la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude también garantiza que el dinero de los contribuyentes se utiliza de la mejor manera posible mediante la investigación de los chantajes, la inmoralidad y las actividades ilegales que afectan a los fondos de la Unión. Téngase en cuenta que hemos venido al mundo para vivir en comunión y en comunidad, no para ganar patrimonio, y esta vida nos lleva a esa coexistencia de relaciones en las que no debe prevalecer la hacienda, sino para asegurar la satisfacción de que tengamos cubiertas la necesidades humanas fundamentales. Ojalá el Estado de derecho y los Derechos Humanos prevalezcan y se ponga fin a tantas hostilidades, incluidas las poderosas guerras interesadas comerciales.

En  consecuencia, si fundamental es hacer una revisión cada cual consigo mismo, pues es vínculo de unión y unidad inherente a todo ser humano, también se nos exige otro ánimo menos interesado y más de donación. Hoy por hoy, la plata es una clase de poder que tenemos que desterrar porque además nos vuelve estúpidos y endiosados. Se me ocurre también pensar en aquellos países que gastan más divisas en armamento que en programas sociales. Debieran rectificar, porque de algún modo están contribuyendo a que se ensanche la rivalidad, y por ende, su poder de fuego. Por desgracia, esa igualdad de la prosperidad, que en su época propició el inolvidable filósofo francés Jean Jacques Rousseau (1712-1778), que consiste “en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, y ninguno tan pobre que se vea necesitado de venderse”, aún persiste en el tiempo con sus efectos catastróficos, avivado por el imperio de la fortuna, por ejemplo a través de la trata de personas, un delito serio y una violación grave de los derechos humanos, que continúa creciendo sobre todo en zonas de conflicto, pues las naciones más desarrolladas suelen ser el destino de esas personas, al ser engañadas por redes en sus países de origen, que les ofrecen trabajos falsos y moneda fácil de conseguir. Otra vez, el talego de la pasta, es el que nos mueve y no para salvarnos. Yo suelo decirme cada amanecer, por si le sirve al lector, lo de negarme en cada despertar a hacer algo por peculio. Mercadearme, sería lo último. Dicho queda.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Nunca es tarde para poner en valor la gratitud y que reverdezcan los horizontes de la vida. Mostrar agradecimiento es lo propio de un ciudadano de bien, dispuesto a sentir el gozo de la interdependencia entre las personas y la variedad de especies con las que compartimos nuestro andar. De ahí, la importancia de protegernos unos a otros y de alumbrar la emoción de la poesía que nos alienta. Ojalá aprendamos a embellecernos con la bondad de unos y de otros, a ser cada día mejores con la esperanza de un porvenir mejor para todos, y a desvivirnos por la Madre Tierra y la Familia Humana.

    Así, con mayúsculas, la Tierra es la casa colectiva, en la que no han de consentirse privilegios alguno, sino justicia para todos. Al igual que cada árbol cumple su función en la biosfera, también deberíamos hacerlo nosotros como seres humanos, preocupándonos mucho más por nuestro hogar común. Por otra parte, la frágil estirpe debe tomar el firme propósito de ser más caritativa, más respetuosa con la poética de la creación y hacer un uso moderado de las cosas. Quizás nuestro descontento, por aquello de lo que escaseamos, proceda de nuestra falta de reconocimiento hacia lo que tenemos. Sería saludable, por consiguiente, hacer un serio examen de conciencia y llenos de arrepentimiento, activar un cambio de modos y maneras de vivir, a fin de mejorar, ya no solo nuestros habitables espacios, también la convivencia, o lo que es lo mismo, el sencillo arte de vivir como hermanos.

    Asimismo, la gratuidad en una época de tantos intereses de conveniencia y recompensa, merece ya no sólo ser considerada, también vivida. En ocasiones, olvidamos que lo transcendente en nuestra existencia nos llega gratuitamente a poco que abramos el corazón. Tantas veces pensamos que todo gira alrededor nuestro, pues no percibimos la donación como entrega desprendida, sino que practicamos la vanidad en cualquier rincón del camino, dejándonos al descubierto hasta nuestro amor propio.

    Por desgracia, nos hemos acostumbrado a que todo es cálculo y medida, precio y posesión, algo que no puede concebirse en un mundo en el que todo nace porque sí, y en el que nadie se lleva nada consigo. En el jueves santo, precisamente, la iglesia católica celebra la generosidad por excelencia, como una superabundancia de compasión y clemencia, de luz y caridad fraterna, sabiendo que al atardecer de nuestra existencia seremos examinados del amor. Recordemos el gesto del Señor de lavar los pies a sus discípulos como un acto de afecto y servicio. Al día siguiente, con la pasión y muerte, lo envolverán todo en tinieblas y oscuridad, como si el poema de la vida se borrase de nuestro iris viviente. No obstante, cuando todo parece haberse derrumbado en la nada, surge el día y prevalece como un floreciente verso, cuando el Padre arranca a su Hijo amado del abismo de la muerte, bajo una atmósfera verdaderamente embellecedora, tras derribar todas las barreras del odio. De igual forma, los no creyentes han de aprender de este don de la naturaleza, de esta fuerza armónica, a cooperar con sus análogos de modo constructivo. Sin duda, este es el primer pulso en el camino de la transformación. 

    Bien es verdad que para este cambio se requiere un creciente consenso entre toda la especie humana. Por ello, conscientes de la tremenda realidad de contiendas sembradas por el mundo, se me ocurre pedir más diálogo y menos amenazas, más conversaciones y menos silencios, tal vez una justicia universal, con una autoridad universalmente reconocida y aceptada. Todo esto, también nos exige a los humanos, un mayor compromiso de acciones conjuntas activadas desde la gratitud y la gratuidad, lo que acrecienta la amistad entre pueblos. Hoy más que nunca nos hace falta aglutinar sosiego, pero también empujar lenguajes comprensivos que mermen las tensiones mundiales, que mal que nos pese, están aumentando considerablemente. También se acrecienta el número de seres humanos que viven con miedo crónico y necesitan terapia, muchos de ellos niños.

    Subsiguientemente, deberíamos mirarnos más en nuestra historia y perseguir un coloquio entre culturas más inclusivo, respetando en todo momento la diversidad y nuestras diferencias, escuchándonos más y mejor, sobre todo poniendo empeño en los acercamientos de unos y otros, con un espíritu de compromiso y flexibilidad. Sea como fuere, necesitamos reencontrarnos como humanidad antes de que nos globalice la catástrofe, ya que todos somos necesarios e imprescindibles. El fortalecimiento de las normas internacionales es un avance fundamental, ha de serlo por muy difícil y largo que sea el pasaje de la paz. En cualquier caso, nadie puede actuar a su antojo, con total impunidad, violentando los derechos humanos. No sigamos, en consecuencia, destruyendo el espíritu humano de la concordia, que nos pasará factura más pronto que tarde.

    Ciertamente, lo armónico hace crecer las pequeñas cosas de cada día; la discordia, sin embargo, todo lo arruina. Al fin uno siempre recuerda, con cierta dosis de gratitud, aquellas gentes que impulsaron en nosotros buenos sentimientos, como el de la gratuidad sin negocio. En un mundo en el que todo se compra y se vende, por momentos hasta la propia vida humana, es bueno que las culturas diversas huyan de ese afán mercantilista, principalmente en cuestiones de principios. Lo decía el inolvidable científico alemán, nacionalizado estadounidense, Albert Einstein (1879-1955): "Al principio todos los pensamientos pertenecen al amor; después, todo el amor pertenece a los pensamientos". En efecto, uno vive con las ideas, las comparte ofreciéndolas de manera franca y noble, a la espera de que  puedan contribuir a una atmósfera de alianzas, siempre y cuando cohabiten mentes abiertas.

    Con frecuencia, pensamos que solamente nosotros tenemos razón, y apenas hacemos nada por entender otras reflexiones; es la idolatría del propio pensamiento: yo lo pienso así, esto debe ser así y punto. Pues no, la vida es algo más que un lenguaje único, que un corazón con un abecedario, por muchas titulaciones superiores que poseamos. Hay que ser humildes, tanto como el polvo del camino, y ver que los endiosamientos nos han degradado como personas. Está visto que paso a paso, podemos hacer más entre todos, para cimentar nuestro acontecer diario en valores comunes de igualdad y dignidad humana. La exclusión no es de recibo, tampoco es de justicia. Defender los derechos humanos, estemos donde estemos, va en congratulación de todos.

    Estoy convencido de que si practicásemos más la gratuidad con nosotros mismos, viviríamos mejor, al  menos con menos fraudes, pues uno siempre ha de poseer el privilegio de ser uno mismo para no ser absorbido por la tribu del dividendo, que utiliza el "tanto tienes, tanto vales". Uno tiene que interrogarse en libertad siempre, y tener tiempo para poder asombrarse, tanto de sus propias ideas como de las que le llegan. También la sabiduría es un don que nos permite discernir lo verdaderamente transcendental de lo secundario, especialmente en un mundo de tanta ausencia de amor y de respeto a la vida, al prójimo y a toda la creación. Sin duda, es saludable el mensaje de donarse, de salir de uno mismo, de abrazarse al mundo y a la humanidad. Juntos, al fin, defendamos con gratitud y gratuidad los derechos de los demás, hoy, mañana y siempre.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Publicado en COLUMNAS

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos