Miércoles, 31 Julio 2019 14:07

Activemos nuestro fondo de humanidad

Artículo | Algo Más Que Palabras

“Somos gentes de anhelos, por ser familia unida e indivisible, y yo no puedo desentenderme del pulso de mis semejantes.”

     Quizás el compromiso de todos los humanos sea humanizarse, llenar la vida con esa esperanza de unidad que a todos nos conviene, por el hecho mismo de avanzar en relación, cooperando cada cual desde su misión, en el espíritu de concordia que es lo que verdaderamente nos hace grandes, abiertos siempre a recomenzar desde esa mirada global enriquecedora y batalladora, en busca de horizontes habitables y justos. No cabe la resignación. Es cierto que atravesamos momentos con muchas dificultades, no en vano el crecimiento de la economía mundial se estima que será del 2,6% en 2019, cuatro décimas por debajo del registrado en 2018, y con una desaceleración mayor en las economías desarrolladas que en aquellas otras en desarrollo. Pero aún, no negando estas circunstancias de salarios insuficientes y deterioro del empleo, creo que nunca es tarde para fomentar otros estilos de vida más humildes, convencido de que los grandes avances se encuentran en las pequeñas cosas, en los ínfimos detalles que nos hacen ver la necesidad de poner orden y reducir los llamados flujos financieros ilícitos, adoptando políticas coherentes de reparto, que tengan impactos sobre todo en términos de innovación, aprendizaje y empleos de calidad. Por otra parte, nuestra actitud positiva siempre va a ser fundamental para practicar esa cultura del abrazo, laboriosa en la caridad fraterna y exultante de alegría en cada paso.

    No dejemos nuestros deberes como humanidad. Transformarnos, indudablemente, va más allá de ese mero teatro que nos hemos reinventado, nos exige retoñar y activar ánimos entregados a la mística del auxilio. No olvidemos que mientras crece la pobreza extrema en América Latina y trabajar tampoco garantiza unas condiciones dignas de vida, los demás continentes, incluido Europa, tiene que aminorar las desigualdades entre moradores, lo que exige políticas sociales de apoyo frente a tanta precariedad e incertidumbres. Las agudas tensiones comerciales, las perspectivas de un brexit sin acuerdo, el no proteger a los más vulnerables, la falta de transparencia en los mercados cada vez más irracionales, son algunas de las muchas inhumanidades que nos impiden progresar en conjunto; de ahí, la importancia de que los países tiendan a mancomunar esfuerzos cooperantes que nos humanicen, liberándonos de ese aire mortecino corrupto que nos viene dejando sin fuerza hasta para vivir. En consecuencia, si esencial es tender hacia ese equilibrio económico mundial, no menos principal es rechazar esta lógica mundana que nos acosa. Al igual que a la violencia no se responde con el fanatismo del terror, tampoco podemos jugar con lenguajes falsos e injustos, ya que estamos llamados a caminar juntos. Dentro de esa universalidad del empuje auténtico, las buenas relaciones entre todos, sin duda son el mejor horizonte para comprendernos y florecer humanamente. Por desgracia, aún no hemos prosperado en el terreno humanitario, necesitamos más desapegos, más generosidad y menos particularismos.

    Sea como fuere, no podemos seguir cultivando este estado salvaje. Jamás nos derrotemos con inútiles contiendas. Tampoco practiquemos la pereza. Somos gentes de anhelos, por ser familia unida e indivisible, y yo no puedo desentenderme del pulso de mis semejantes. Todo lo suyo nos afecta a todos. Por tanto, nos merecemos un cambio en nuestra historia de vida. Ha de nacer de la consideración por el otro, por nuestro análogo. A los hechos me remito: 2018 se ha convertido en el año con más niños muertos y heridos en guerras, con más mujeres y mayores abandonados a su suerte; con más jóvenes sin futuro alguno. Humanamente vamos en retroceso, ¿pero hacemos algo por cambiar de talante? No podemos continuar en esta pasividad. Dejemos de ser piedras. Sabemos que el negocio de la trata prospera por la indiferencia nuestra ante la explotación. Despojémonos de nuestras miserias. Pongamos alma en nuestras acciones, apreciemos toda vida. El mundo entero, con sus gobiernos ejemplarizantes, deben aumentar los servicios de ayuda para atender la ola migratoria, las numerosas personas marginadas y sin hogar que deambulan por doquier rincón, y también la ciudadanía, cada persona desde su orbe, tiene el deber de extender sus manos y abrazar de corazón, pues lo que nos da fuerza, no es tanto el alimento como el calor del afecto, nuestra presencia para superar la exclusión.

Sencillamente, el mundo está hambriento de amor. Seamos justos con nosotros mismos, no caigamos en etiquetar como parásitos de la sociedad a gentes desechadas, a lo mejor nosotros debiéramos tener algún sentimiento de culpa en ese rechazo social. Nos merecemos todos salir de ese túnel de la miseria y trazar nuevos encuentros, generando signos visibles y tangibles de simpatía, porque quien se compadece del dolor ajeno recibe fuerza y confiere vigor de humanizarse, primero queriéndose a sí mismo y luego donándose a los demás. No seamos nuestro peor enemigo. En lugar de lanzarnos piedras, acojámonos hasta reír y llorar conjuntamente. La obligación de soñar es algo humano, y tal vez sea el primer estimulo humanístico. Luego están las persuasiones educativas, encaminadas en obtener siempre lo mejor de uno mismo. Y, por último, comprender que la mayor riqueza no la da el dinero, sino esa atmósfera armónica construida por todos, crecida por una nítida voluntad perdurable de un latido hecho poesía y nunca poder.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 17 Julio 2019 18:12

Me niego a que me mutilen el corazón

Artículo | Algo Más Que Palabras
 
“Unirse es un buen plan y un justo concebir. Trabajar juntos es el gran avance, el mayor progreso, pues lo que se hace corazón a corazón, revierte en humanidad.”
   
    Reconozco que me entusiasma la gente de palabra, con mirada profunda y visión amplia, dispuesta siempre a conciliar lenguajes y a relativizar situaciones; pero si hay algo que también me decepciona, son aquellos que intentan mutilarnos el corazón ideológicamente. Me niego en rotundo a ello. Déjennos sentirnos libres, aunque nos equivoquemos. Tampoco nos amarguen la existencia. Quiero vivir, y quiero hacerlo con alegría. Porque la vida no es un combate, sino un discernimiento, que requiere fuerza y valentía para resistir nuestra propia fragilidad. Cada cual busca su personal espíritu y aviva sus talentos. El objetivo sí que ha de ser común, la reconstrucción de un mundo más justo y menos desigual. A mi juicio, lo significativo es activar la cultura del abrazo, una verdadera salida de nosotros mismos, que nos insta a un autoanálisis en nuestra forma de pensar y hacer.  Por ello, quizás tengamos que forjar un nuevo plan de acción, para que no nos quedemos únicamente en los buenos proyectos, sino que vayamos a ese cambio inclusivo que ha de transformarnos en un cultivo permanente de donación.

    Unirse es un buen plan y un justo concebir. Trabajar juntos es el gran avance, el mayor progreso, pues lo que se hace corazón a corazón, revierte en humanidad. Sin embargo, en todas partes, los países encaran el desafío del envejecimiento de la población, lo que se requiere promover la mano tendida para suscitar una vejez más saludable y activa, además de brindarle protección social adecuada. De igual modo, el mundo se encuentra desbordado por multitud de realidades violentas que han de cesar. Es una lástima que la corriente vivificante de la poética, de esa mística que mueve los esfuerzos, permanezca invisible. No seamos cómplices de opresiones, ni cobardes, nos merecemos respeto mutuo y más que pan, amor sin reservas, del auténtico, para encontrar una respuesta de cariño cada aurora.

Ojalá se nos despierte la voluntad y nuestras vidas demuestren su poder en acción conjunta y armónica, incluso en medio de la debilidad humana, para que tomemos otro rumbo más considerado, pues si importante en su momento fue vincular a la población con los derechos humanos, hoy también tiene que ser fundamental hermanar sentimientos, al menos para no dañar a los más vulnerables. No perdamos la esperanza de que dejemos hablar al alma, la esencia de lo que somos. Al fin y al cabo, el problema del ser humano no está en la carrera armamentística, sino en su espíritu, en que ningún poder terrestre violente el sagrario impenetrable de la libertad interior de cada ciudadano, pues la jerga de las entretelas es universal, solo se necesita sensibilidad para entenderlo y poder hablarlo.

    En efecto, pongamos constantemente corazón en lo que hacemos; máxime en un tiempo de tanta siembra de atrocidades, que requieren con urgencia, sobre todo los más vulnerables, ayuda humanitaria y protección. No podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos, sin imaginación alguna, es necesario auxiliarnos, vencer definitivamente la desgana, la dureza del nervio y el odio. Son tantas las tentaciones diabólicas, que no podemos dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia. Desde luego, hemos de salir a verter consuelo, a través de un lenguaje de cercanía y un léxico de paz. Cuando la sociedad y la política no se comprometen a fortalecer el estado social, se priva de un recurso esencial a toda la familia humana, cuestión que ha de reconducirse y universalizarse. Será una buena manera de generar otras atmósferas más tolerantes y pacíficas. Para empezar, empleemos bien los días; vivamos en la palabra, pero también en la acción; coexistamos en el camino, pero también confiando abrazar horizontes de luz para todos.

Truncado el corazón de los moradores todo es posible, hasta justificar el terror. Por eso, cualquier gesto pacifista nos engrandece el ánimo, que buena falta nos hace, y hasta revierte en entusiasmo. El momento no es para decaerse. Necesitamos alentarnos unos a otros. Téngase en cuenta que el hambre está creciendo paulatinamente y se han perdido años de desarrollo a nivel mundial. Lo malo no es ya el debilitamiento de la economía, sino la falta de solidaridad hacia esas gentes que no tienen asegurada la comida o su propia salud. En el núcleo de esto están las comunidades y las tragedias individuales. A propósito, se me ocurre pensar en la declaración del brote de la enfermedad del virus del Ébola en la República Democrática del Congo, una emergencia de salud pública de interés internacional, que no debe utilizarse para estigmatizar o penalizar a las personas que más necesitan nuestra asistencia, y también sentir nuestro sufrimiento. Al fin y al cabo, todos somos linaje, hermanos, o si quieren familia.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 02 Mayo 2018 15:14

Una generación despreocupada

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
    Somos un pozo de contrariedades. Nos importa nada tener comportamientos desastrosos. Andamos escasos de humanidad y de conciencia. Sabemos que la contaminación del aire provoca siete millones de fallecimientos cada año, y apenas mostramos preocupación alguna efectiva. Hemos entrado en el estado de la pasividad. En lugar de unirnos para aminorar que los seres humanos dejen de degradar su propio hábitat, no sigan desnudando la tierra de sus mantos verdes, o continúen activando los agentes contaminantes por los suelos, el aire o las aguas, mostramos divisiones, enfrentándonos con actitudes irresponsables. Por tanto, urge una voluntad de compromiso que ha de globalizarse para que todos los continentes activen otro espíritu más respetuoso con el entorno, empezando por otros modelos de producción y de consumo más éticos.

Sin duda, hoy más que nunca es menester alcanzar acuerdos conjuntos sobre la adopción de medidas para abordar problemas medioambientales urgentes. Ahí están los millones de toneladas de basura que acaban cada año en nuestros océanos, convirtiéndolos en gigantescos vertederos. Este fenómeno destructor es algo muy serio, pues no solo resulta anti-estético, sino que también provoca inconvenientes en temas de salud, aparte de otras cuestiones adyacentes como las económicas.

    La despreocupación es tan evidente que la misma naturaleza, en ocasiones,  nos responde de manera catastrófica. Por cierto, el inolvidable médico español, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), solía decir al respecto, que: “sus crueldades representan la venganza contra nuestra indiferencia”. La cuestión es tan grave, que en los centros de enseñanza y en las familias, concienciadas estas últimas a través de las escuelas de padres o mediante campañas en medios de comunicación, es donde hay que aprender a reutilizar y a reciclar, para contrarrestar esta cultura actual que derrocha y contamina sin miramientos, porque no entiende de moderar el dispendio, y aún lo que es peor, de activar otras energías más limpias y renovables.

Para desgracia nuestra, no solemos pasar de las palabras. Es lo más fácil, lo difícil es entrar en acción, con un estilo de vida diferente al actual. Lo mismo sucede con la cuestión del agua potable (un derecho natural básico), que puede llegar a convertirse en una de las principales guerras de este siglo, pues mientras en unas regiones hay abundante líquido en otras escasea, en parte por nuestros agentes contaminantes. Olvidamos, con demasiada frecuencia, que los recursos del planeta son escasos y están para compartirlos.

En consecuencia, es hora de preocuparse mucho más por lo que nos rodea. A propósito, tenemos constancia que más del 90% de las muertes relacionadas con la contaminación atmosférica se producen en países de ingresos bajos y medios, especialmente en Asia y África, seguidos por los de la región del Mediterráneo oriental, Europa y las Américas, lo que nos exige, para empezar, otro espíritu más cooperante, puesto que todo está interconectado y correlacionado. Me parece oportuno, luego, incentivar la educación y el conocimiento hacia ese mundo natural, que a todos nos pertenece por igual, y que ha de estar orientado sobre todo a sensibilizarnos sobre la necesidad de proteger el medio ambiente; nuestra propia casa común, lo que nos requiere de una solidaridad universal renovada, si en verdad queremos que no prosiga deteriorándose la calidad de la vida humana. 

Pensemos que la vida no puede privatizarse, está con todos los seres vivos, tampoco el medio ambiente, es patrimonio de todos y responsabilidad de la especie pensante, y más pronto que tarde debe reconducirse hacia unos lazos de integración y respeto, algo que irá en beneficio de todo el linaje. Ojalá aprendamos a vivir para dar savia, no para negar existencias; sin obviar que somos energía y voluntad, pero también confluencia de naturaleza armónica con los espacios.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 22 Abril 2018 16:54

El camino de la certeza

Artículo | Algo Más Que Palabras
      
    Las incertidumbres y los despropósitos vienen dejándonos sin alma. Ante esta realidad, es menester concentrar esfuerzos y ver la manera de reactivar, de una vez por todas, la certeza del encuentro. Nos hemos devaluado tanto, en ocasiones hasta dejarnos robar la propia voluntad, que apenas tenemos fuerza para ser coherentes con nosotros mismos. Muchas veces, a mi entender demasiadas, lo hemos dejado todo en manos del poder más necio, como son las ambiciones y el dinero, donde nadie conoce a nadie y nadie mira por nadie. Nefasta dejadez la de permanecer en las astas del toro. No olvidemos que abandonarse, por muy grande que sea el dolor o el bienestar,  es un modo de encaminarse al suicidio.

Por otra parte, la inhumanidad es tan palpable que tenemos que multiplicar los esfuerzos, y aún así, nos falta aliento para desterrar el veneno de tanta crueldad sembrada. Ya está bien de esparcir falsedades por doquier, mayormente acrecentadas por liderazgos irresponsables, que no han tenido ni un mínimo de decoro, enfrentándonos, en lugar de fortalecer uniones y armonizar ideas. Por ello, hace falta volver a esas misiones de autenticidad, donde se hable claro y profundo, para restaurar otras sendas más generosas, de gobernanza global, que sumen comprensión y nos dignifiquen. Por consiguiente, hemos de volver a ser gentes de palabra, gentes de bien y bondad, gentes con la evidencia de ser conductores de humanidad.

    Lógicamente, nos hace falta mantener la brújula orientada hacia lo armónico, con la convicción de que un mundo sin armas es un mundo más cerca de la paz. La apuesta no es fácil, pero es posible. Pongamos la herramienta del sentido común, de la mediación y de la diplomacia preventiva, para poder encauzarnos hacia otro destino más justo, pues no hay sosiego sin certidumbre, como tampoco hay certidumbre sin conciliación. En efecto, ha llegado el momento de conciliar, ya no solo la justicia con la libertad, también cada cual consigo mismo y con los demás, cuando menos para poder huir de este tumulto de fracasos que nos desbordan y aprisionan. Yo creo que al final despertaremos y tomaremos la disposición debida, con la certeza de que la mano tendida es la respuesta y que al final resplandecerá de nuevo la concordia, lo que exige una efectiva transformación de los corazones en camino.

    Está visto que necesitamos reconducirnos hacia un mundo más hermanado anímicamente, y también moralmente, puesto que no es de recibo que aquellos moradores afanados por destruirlo todo, permanezcan inmunes, sin saldar sus cuentas mortecinas que nos afectan a todos. En modo alguno puede propagarse la impunidad de crímenes y maldades. Pongamos por caso, el reciente comunicado que hizo público en España el diario Gara, en relación a la organización terrorista ETA, en el que no se vierte garantía alguna de que vayan a colaborar con la Justicia para arrojar luz sobre los cientos de asesinatos que aún permanecen sin resolver, y que alcanza el 34%. No podemos quedarnos en una calzada hipócrita, de falsos principios, que es lo que verdaderamente origina una intranquilidad manifiesta y la pérdida de todo espíritu armónico.

    El pasaje de la certeza, por tanto, es aquel que nos injerta esperanza y vida para que entre todos podamos construir un mundo menos salvaje. Hoy más que nunca requerimos de leyes justas centradas en la ciudadanía más débil, para defender sus derechos fundamentales, tantas veces pisoteados por los poderosos. Hay que controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio para actitudes corruptas o de supremacía, pues la justicia no se puede omitir, ya que para reconciliarse verdaderamente hay que estar dispuesto a sincerarse, donándose en favor de la víctima. No sirven en este caso las palabras, son demasiado fáciles, o si quieren superficiales, las cosas que salen del corazón son más profundas, más auténticas, más de conversión humanística, de ponerse en el lugar de la víctima y de caminar junto a él por siempre con su cruz, sin levantar voz alguna ni mirada, que no sea para acariciarle. 

    En consecuencia, estoy convencido de que toda cultura, tiene una gran necesidad de quietud, con lo que cual todos estamos llamados a consolarnos mutuamente. A veces nos hemos endiosado tanto, que hemos perdido los pasos del verso, no hemos escuchado nuestros latidos, para converger en esa poesía edénica que todos deseamos abrazar. Sin duda, estamos obligados a vernos más interiormente, a compartir experiencias y a repartir abrazos, porque al fin, hemos de ser más seres de acogida que de rechazo, de luz que de sombras. Al fin y al cabo, lo que necesitamos es mucho amor, tanto para entregar como para recibir.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 18 Abril 2018 18:49

Hay que levantarse siempre

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
    Tenemos que mejorar los cimientos éticos, luego es menester levantarse siempre, a pesar de las dificultades que muchas veces nosotros mismos generamos, con actitudes indecentes y salvajes. Hay quien dice que el auténtico avance humano radica, precisamente, en ese empuje moral, que es el que nos humaniza. Quizás tengamos que tomar conciencia y aprender a correspondernos más y mejor con ese mundo laboral, y por ende, despojarnos de todo egoísmo, para activar un sentir responsable social y corporativo, como especie hermanada y pensante. Por ello, el deber de dignificarnos es primordial y hemos de hacerlo sin exclusiones, con un trabajo decente, lo que conlleva un salario digno, unas condiciones laborales justas y un quehacer humanizado, capaz de realizarnos como personas, y que ha de estar por encima del capital, del beneficio y del mercado.

    En efecto, hay que promover una salida de este estado salvaje, sin honestidad alguna, para dar paso a otro mundo más civilizado, en comunión con la vida, donde cada cual pueda sentirse reencontrado con su análogo, y no enfrentado. Por desgracia, las políticas hace tiempo que han perdido ese universo de ideales conciliadores y de diálogos auténticos, de servicio incondicional y desinteresado, para dar erupción a una legión de personajes titiriteros y corruptos, que más que servidores de lo público, han fomentado el departamento de espectáculos. Hemos de volver, por tanto, a esa dimensión social de trabajar para el beneficio social de toda la Humanidad. Hoy más que nunca, sin duda, es esencial trabajar juntos por el bien común, con el mejor liderazgo posible, ya que es un servicio de mucho sacrificio y dedicación, especialmente en un momento de tantas dificultades como el presente.

    Urge, en consecuencia, elevarse y ennoblecerse como ciudadanos de bien; dispuestos a compartir horizontes y a soñar con otro mundo más pacífico. No fabriquemos más armas, por favor. Entremos en conversación, con la empatía necesaria para el consenso, y así se propagarán  noticias esperanzadoras que nos despertarán el ánimo. Ahora sabemos, por ejemplo, que doscientos niños de Sudán del Sur ya no tendrán que tomar las armas a diario. Los grupos armados los han liberado de sus filas tras unas negociaciones apoyadas por UNICEF, que ha destacado que “por cada niño liberado, se marca el comienzo de una nueva vida”. Se espera que sean mil los menores que dejen la guerra en los próximos meses, pero aún quedan 19.000 niños soldados en el país africano. Algo es todo, conviene recordarlo, como que la primera condición para generar un clima armónico, es tener voluntad de conseguirla.

    Indudablemente, el querer lo es todo en la vida. Es la energía interna de cada cual la que nos trasciende y nos transporta. A propósito, también este año, se celebra el octavo “Diálogo sobre armonía con la naturaleza”, el día 23 de abril en la Sede de la ONU de Nueva York. Pensamos que esta plática interactiva es una buena plataforma para tratar temas como la producción sostenible y los patrones de consumo. Asimismo, el coloquio quiere fomentar que los ciudadanos y las sociedades se conciencien sobre cómo se pertenecen y cómo pueden acoplarse con el mundo natural; al mismo tiempo, pretende mejorar los cimientos moralistas de la relación entre la Humanidad y la Tierra, en términos de desarrollo sostenible, puesto que si la Tierra y sus Ecosistemas son nuestro hogar, también el cuerpo y el espíritu son nuestra vida a proteger, lo que nos reclama un respeto innato el uno por el otro; ya que, de lo contrario, nuestra propia existencia deja de ser aceptable.

De ahí, que por la concordia todo se engrandece, mientras la discordia todo lo destruye. La esperanza nos espera siempre para abrazarnos. Dejémonos envolver por su estimulante vital, muy superior a la suerte e inmensamente vivificador de nuestros días. Con razón, se dice, que la ilusión le concierne a quien camina, pues es el caminante mismo salvaguardándose, revelándose contra sí mismo.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 04 Abril 2018 15:50

Ante las potencias del mal

Artículo | Algo Más Que Palabras
   
      Tenemos que desmontar las potencias del mal, como siempre aglutinadas en torno al ídolo del dinero, y hemos de hacerlo, antes de que éstas nos trituren el alma y nos impidan seguir caminando por la vida. Hay que oponerse a tantas injusticias repartidas, si en verdad queremos reponernos en el espíritu de la concordia. No perdamos más tiempo. Ante este ambiente tan convulso, las medidas de desarme y de control son más necesarias que nunca. Hay que aliviar tensiones para poder crear otro ambiente más armónico. Quizás debido a su gran alcance, popularidad sin parangón y los valores positivos sobre los que se sustenta, tal y como reconoce Naciones Unidas, el deporte sea un buen revulsivo de cambio, tanto a nivel individual como colectivo.  De igual modo, la práctica de cualquier arte, o la exploración científica, por si mismo nos embellece, a través del entusiasmo y del asombro, ante las energías de la mente y el corazón, en justa alianza con el propio universo que nos acompaña. 

    Dejémonos reconducir, por tanto, hacia otros horizontes en el que podamos sentirnos humanidad. Será la manera de edificar un planeta fundado en los valores de la justicia, la libertad y la paz. En consecuencia, las condiciones económicas no lo son todo. Es bueno progresar, pero de otro modo. Reparemos las fuerzas, hagámoslo de manera más solidaria. Por desgracia, han crecido las situaciones inhumanas. Ya está bien de tanto mercado insensible. Nos hace falta el crecimiento del ser interior, tomar otra conciencia, otro rumbo, con mejores relaciones de convivencia y no de conveniencia. Fijemos nuestra mirada en dejarnos ver más allá de nuestro natural egoísmo, y así podremos transformarnos en gentes de bien, que es lo que el mundo hoy necesita. Abundan demasiados intereses que lo único que hacen es separarnos unos de otros y anteponer la maldad como abecedario destructivo. Deberíamos tener más presente que únicamente aquella voluntad libre, que se ampara en lo auténtico, buscando el bien de sus análogos, camina feliz hacia su verdadera realización. Jamás nos acostumbremos al mal que siempre será pésimo para todos.

Bien es verdad, que no todo está perdido. En los pasados veinte años, la Unión Europea por ejemplo, ha establecido algunos de los estándares más altos de asilo común en el mundo. Y, asimismo, en estos últimos dos años, la política migratoria europea ha avanzado a pasos agigantados con la Agenda Europea de Migración, propuesta por la Comisión Juncker, en mayo de 2015. Progresivamente, está surgiendo un enfoque más unido para abordar la migración. Pero todavía hay trabajo por hacer para construir una forma coherente y global de cosechar los beneficios y abordar los desafíos derivados de la migración a largo plazo. Junto a este camino recorrido de auxilio y donaciones, y a pesar de tantas crueldades sembradas, que tanto nos condicionan en ocasiones, la esperanza por un mundo más humanitario no puede desaprovecharse. Cualquier motivo puede ser saludable para instar a mover el bien de la colectividad.

En cualquier caso, hay que tener presente que las fibras del mal no se vencen ni convencen, con raciones de mayor perversidad, sino con la lógica interna de la fortaleza, puesto que no tiene otra gramática la vida que el fomento de actitudes desinteresadas y nobles. Cada cual, evidentemente, desde su camino ha de implicarse en armonizar sus lenguajes en favor del linaje en su conjunto.  En 2015, 2016 y 2017 las operaciones de la Unión Europea contribuyeron a: más de 520.000 vidas salvadas y a más de 2.100 presuntos traficantes y contrabandistas detenidos. Desmantelar las redes delictivas implicadas en el tráfico organizado de migrantes es un buen propósito. Universalicemos, entonces, la consideración hacia todos, respetándonos más y escuchándonos mejor.  Nadie se hizo perverso de la noche a la mañana. Tampoco lo dejemos todo en manos de la Comunidad Internacional, también cada ciudadano, está en la obligación de dejarse sintonizar por otras culturas  para poder hacer piña y levantar otro mundo más inspirador de los principios universales de la equidad y la unión. Desterremos, al fin, aquello de que el hombre es un lobo para el hombre, por aquello de que la bondad es la única inversión que jamás quiebra.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 19 Noviembre 2017 21:37

En un mundo de fugitivos

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Vivimos unos tiempos en los que cada vez es más preciso sentir la necesidad de crecer en la compresión mutua y en el respeto, como miembros de un linaje predestinados a entendernos. Esto nos confirma que, aglutinados bajo las alas de este espíritu conciliador, todo es más fácil para el encuentro. No podemos permitir que nos arruinemos por nuestra propia irresponsabilidad. Es hora de nuevos entusiasmos, de querer y poder  hacerlo, puesto que hemos de trabajar más unidos que nunca, con la confianza de tender puentes. Dicho lo cual, pienso que debemos romper los patrones existentes de impunidad, apoyando incondicionalmente aquellas causas que creemos justas.

Para empezar, ojalá aprendamos a convivir y a estar a favor de la verdad, la diga quien la diga. Es una desgracia, como otra cualquiera, que aún no hayamos aprendido el sencillo arte de querernos y de amarnos. Sea como fuere, en un mundo de fugitivos como el presente, todos parecemos huir hasta de nosotros mismos. Deberíamos, pues, recapacitar mucho más, cuando menos para ver la manera de emprender un nuevo itinerario de discernimiento, con más horizontes y menos muros, con más generosidad y menos competitividad entre nosotros, con otra misión más humanista injertada a esa innata sabiduría que todos llevamos consigo¸ en vez de sembrar tantas contiendas inútiles, que tanto nos degrada y nos hace unos desgraciados.

En cualquier caso, resulta asombroso observar que esta humanidad globalizada todavía no sepa vivir armónicamente. Está visto que cada uno de nosotros sólo será equitativo en la medida en que haga lo que le corresponde hacer, en esta permanente corrida de huidos, que tampoco nos lleva a buen puerto. Desde luego, hemos de perseverar en otros finales más bienhechores. Por eso, nos hará bien reflexionar continuamente, máxime cuando las ciudades son casi siempre ruidosas, ahondar en nuestras raíces, compartir vivencias y preocupaciones, vencer y superar las desigualdades sociales, la indiferencia egoísta, la prepotencia estúpida y altanera, así como  esta desbordante intolerancia que nos aniquila permanentemente.

También me lastima ver esa condición de fugitivo de un mundo que a todos nos pertenece. Quizás esto suceda porque nos falte esa actitud de disponibilidad constante, de arroparnos, de comunión entre unos y otros, de esfuerzo por combatir el orgullo que  nos encierra, por cierto tantas veces en divisiones absurdas e inútiles. De igual forma, me mata ver a esos humanos que escapan de la pobreza o de la persecución en sus países. Nadie se merece tanta crueldad. Deberíamos ser más solidarios, o si quieren más devotos de lo fraterno. La falta de lo necesario para vivir humilla a todo ser humano, es una catástrofe ante el cual la conciencia de quien tiene la responsabilidad de intervenir no puede (ni debe) quedar impasible.

    Ante esta temible y terrible realidad, sumémosle el fenómeno de la intolerancia racial, étnica o religiosa, que nos está llevando a un orbe de salvajismos sin precedentes en nuestra historia humana. Todos tenemos derecho a mejorar nuestra vida, a liberarnos del miedo que nos acorrala, a sentirnos realizados dignamente. De ahí la necesidad de transformarnos, en el sentido de mantenernos abiertos a la esperanza del cambio. Una sociedad que no está con los que sufren, que no es capaz de aminorar su dolor, difícilmente avanza. Conscientes de que la unión y la unidad de otra existencia más hermanada es lo que verdaderamente nos hace florecer hacia un estilo de vida más justo, propongo que aquel que no sepa gobernarse a sí mismo, por ética no quiera gobernar a los demás, aparte de que sus bolsillos sean transparentes.

Gobernemos gracias al amor a ese pueblo y no gracias al poder que me otorga. Considero, por tanto, que tenemos que poner la mirada en las cosas más esenciales, como puede ser el de un desprendimiento que va contra la lógica del poseer, y de la búsqueda incesante del lucro que, por otra parte, jamás nos sacia. Pensemos que vuelve a crecer el hambre en el mundo impulsada por los conflictos y el cambio climático, mientras otro sector del mundo derrocha sin cesar, y hasta se jacta de forjarlo. En efecto, son estas contradicciones las que nos deshumanizan. Estoy convencido, en consecuencia, de que si pusiéramos en valor nuestra capacidad de amar, no con palabras sino con hechos, el mundo sería otro, al menos dentro de nosotros tendría otra influencia más compasiva. No olvidemos que la compasión, eternamente un pulcro ser, es casi siempre la celeste precursora de una alegórica mujer con los ojos vendados, con una balanza en una mano y una espada en la otra.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 16 Julio 2017 17:03

Hay que aprender a amarse

Artículo | Algo Más Que Palabras
 
    Nuestro mundo anda crecido de desórdenes y fuerzas divisorias, pues la falta de respeto y la violación de los derechos humanos, lo han convertido en un diario de muerte contra todos los moradores.  Nadie está seguro en ningún sitio. Ante esta situación, pienso que es un deber de todos activar en la sociedad una conciencia de consideración hacia todos ser vivo,  y también hacia nuestro entorno, aparte de que cada cultura debería incentivar modos y modelos responsables de coexistencias. Subsiguientemente, creo que es fundamental interactuar de otra forma, con un lenguaje más auténtico y cercano, ya que todo ser humano está llamado a entenderse y a ser comprendido por su análogo. Por tanto, para abordar estos problemas, a mi manera de ver, se hace imprescindible atajar las causas que los provocan, fomentando y defendiendo la generosidad, junto a los lazos de amistad, siempre vinculantes a un ambiente más unido y hermanado. Se trata de tender puentes, o si quieren la mano, a tantos excluidos del sistema. Urge sacarlos de su tristeza, abrazarlos, y hacerles sentir que otro mundo más justo es posible, en la medida en que rompamos su círculo de soledades y bochornos.

Desde luego, lo prioritario es que la gente en lugar de ejercitarse en el odio, aprenda a amarse. Una especie que en verdad se estima, transforma el mundo y derriba todas las barreras que nos separan. Esta es la cuestión a considerar ante tantas tragedias y necesidades que golpean a nuestros semejantes. El discurso de la venganza nos deja sin nervio y también sin verbo que nos aliente. A propósito, el Secretario General de la ONU, António Guterres, acaba de ser contundente: “La voz, la autoridad y el ejemplo de los líderes religiosos son vitales  para prevenir la incitación a la violencia”. Ciertamente, en un momento en el que las religiones se han tergiversado y manipulado para justificar la marea de hechos violentos, conviene reconsiderar que la mística auténtica es manantial armónico y no fuente de absurdas batallas. Por otra parte, el espíritu humano no puede perder de vista el sentido hondo de las experiencias de vida y, en este sentido, necesita recuperar la esperanza en el amor más efectivo.

Cada uno de nosotros tiene su propia identidad poética, a la que es fiel, y con la que debe avanzar autónomamente, experimentando con su personal actuación, la de ponerse al servicio de los demás para sentirse cuando menos más libre, algo tan sublime como la distintiva humanidad. No podemos seguir con esta frialdad de relaciones humanas. A mi juicio, es primordial que la sociedad trabaje conjuntamente en todos los ámbitos para crear vínculos de unidad y unión, que rompan los muros que nos aíslan y marginan. Estamos predestinados a dejarnos amar y a ser amados, por lógica conciencia humana, sabiendo que sólo así se puede favorecer una mejor convivencia y lograr, de esta manera, superar el aluvión de dificultades que soportamos a diario. Los pueblos alzados en contiendas jamás alcanzarán prosperidad alguna. La gente tiene que cultivarse en el sosiego para poder orientar sus decisiones en favor de una actuación más colectiva, de protección de nuestro hábitat, para construir y reconstruir una civilización cada vez más solidaria y compasiva.

El día que la humanidad, en su conjunto, haya aprendido a amarse, no a armarse,  habremos alcanzado el mayor signo de vida, pues nadie morirá nunca, todos seremos recordados por nuestra capacidad comprensiva y por nuestra actitud de donación. La receta de un doctor de la Iglesia, considerado el Santo de la Amabilidad, como San Francisco de Sales,  seguro que nos pone en el buen camino. Este era su clarividente mensaje: “Se aprende a hablar, hablando. A estudiar, estudiando. A trabajar, trabajando. De igual forma se aprende a amar, amando”. Indudablemente, si la vida nos hace pensar en la vida, es el amor también el que nos da amor, y no las condiciones económicas favorables. Cuando uno experimenta un gran afecto en su caminar, todo adquiere otro sentido más del espíritu que del cuerpo, y así, cuando se sufre con el otro, por los otros, se da verdaderamente un sentido de pertenecía que no es un fundirse, pero tampoco un hundirse, sino un partir y un compartir, hasta que se convierta en un estilo existencial, donde el vínculo de la amistad lo es todo, inclusive más que el talento, puesto que es un sentimiento noble y valioso en la vida de los seres humanos de todo el planeta.

Amarse, efectivamente, es impulsar un cultivo diferente al actual, y en el que ha de jugar un papel transcendental la educación, para que el respeto germine con más fuerza si cabe, pues nunca el cambio fue más requerido en un mundo tan desigual y de tantas incoherencias, renombradas como crisis democráticas.  Pongamos, sobre la mesa, el reiterado compromiso del mundo por crear un mejor futuro para todos, para las personas y el planeta, pero no pasamos del intento a la acción, precisamente, por esa falta de autenticidad, de coraje en el cambio del sistema financiero global, más empeñado en otros intereses más mercantilistas que humanos, y aunque nos consta que los países del G20 han movilizado miles de millones de dólares en el último año hacia el desarrollo sostenible, la realidad nos apunta que la economía y la ecología, hoy por hoy, son mundos contrapuestos. Falla esa generosidad, propia del auténtico amor entre las gentes, para unir responsabilidades y no intereses monetarios, que todo lo vician y corrompen.

Ojalá podamos sentirnos ciudadanos del mundo, con lo que esto supone de ética moral y de convivencia armónica, a través de la naturaleza de la que formamos parte y por la que somos el todo. Esa universalidad que nos merecemos hay que ponerla en práctica. Hoy muchas comunidades aún se hallan por debajo de la mayoría de los indicadores sociales y económicos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. ¿Hasta cuándo? Está visto que nos falta amor y nos sobra adulación. Lo escribió, en verso, el mismo Pablo Neruda: “es tan corto el amor y tan largo el olvido”. Por omisión, cuántas cosas necesarias dejan de hacerse, que no es menos reprochable que la comisión del mal.

En todo caso, la apuesta del amor en un mundo tan desencantado, con tantos desengaños en los vínculos del compromiso, con tantas acepciones comerciales cínicas, donde nadie se ocupa ni preocupa por el otro, debe hacernos repensar sobre el alcance del término. El amor no entiende de medias tintas y menos de tintes que no son transparentes.  Mi prójimo es cualquier ciudadano que me requiera y yo pueda auxiliarle. Cuando esto se produce, ahí nace el amor en su pureza, el auténtico amor, que es gratuito y servicial siempre. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a que los pudientes de este mundo suelan acoger una posición de superioridad, en lugar de donación, que es lo que verdaderamente nos hace humanitarios. Algo fundamental para cualquier proceso en construcción que ponga, en primer lugar, el desarrollo orientado hacia la satisfacción de las necesidades humanas  globales y la conservación de la naturaleza. De ahí la necesidad de transitar por caminos abiertos, con un corazón que ve y siente;  y que, por ende, actúa en consecuencia. Al fin y al cabo, el amor todo lo vence y convence. Tanto es así, que nuestra alma no tiene edad para aprender a amar, el aprendizaje es un perseverante deber, lo que nos exige ser compasivo, puesto que el amor compadece, –como decía Unamuno- , “y compadece más cuanto más ama”. Además; es buena señal de que así sea, al menos para conciliar cuánto más reconciliaciones mejor.
 
Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 25 Junio 2017 16:14

La inclusión

Artículo | Algo Más Que Palabras

La humanidad cada día necesita más solidarizarse con los valores de justicia y paz. La inclusión relacional es tan prioritaria en un mundo tan diverso como el aire que respiramos. Con urgencia, deberíamos reeducarnos hacia otras actitudes, buscando la cooperación entre todas las culturas. No es de recibo que sigamos excluyéndonos; de ahí, la necesidad de activar en todos los países políticas sociales como efecto dinamizador. Por otra parte, hay que promover la existencia de igualdad en lo que concierne a la oferta educativa. Todos tenemos que poseer igualdad de oportunidades. La discriminación, como los muros que se levantan a diario, no favorecen para nada el acompañamiento humano, máxime en un periodo en el que más de treinta y un millones de personas en todo el orbe fueron desarraigados o forzados a desplazarse dentro de sus propios países en 2016, a causa de conflictos, violencia y desastres naturales.

Tenemos que ayudarles a reconstruir sus vidas. No importan las zonas, ya sean rurales o urbanas, hemos de activar nuestro rostro humano para trabajar y seguir en busca del bien colectivo, que no es otro que unas buenas prácticas orientadas a hacer crecer el respeto hacia toda vida, por insignificante que nos parezca. Las atmósferas generadas tampoco pueden ser de triunfalismo, sino de servicio. Para desgracia nuestra, el mundo privilegiado se ha vuelto insensible y corrupto. Es la victoria de lo inhumano sobre la realidad y de la miseria humana endiosada, hasta el extremo de que la corrupción se ha convertido en algo habitual, con el beneplácito de todos. Luego está la falsa inclusión social de jóvenes en contextos de creciente violencia e inseguridad, que merecen otras motivaciones más armónicas, acordes con la aceptación de las diferencias. Desde luego, el encuadre mejor siempre será aquello que pasa por el camino del conocimiento y del aprecio, del respeto mutuo y del auténtico diálogo, entre todos los sectores del pueblo, sin marginar a nadie.  

Tomando como fundamento nuestra base histórica, la mejor sabiduría es aquella que nos reconcilia y hermana. Y en este sentido, personalmente me llena de alegría la apuesta de las cooperativas en todo el mundo, dispuestas a celebrar el tema de la inclusión el día 1 de julio de 2017, para que nadie se quede rezagado. La inserción no solo refleja la naturaleza de enfocarse en las personas de las empresas cooperativas, sino que también resuenan los principios cooperativos de sus miembros, donde todas las personas, sin importar la raza, género, cultura, origen social o circunstancias económicas, pueden responder a necesidades y construir comunidades mejores, ya que su modelo de negocio pone el desarrollo sostenible en el centro y se basa en principios y valores éticos. Ojalá aumentase esta conciencia cooperativista en el mundo. No olvidemos que su buen hacer por avivar el afán cooperativo, ha contribuido a impedir que muchas familias y comunidades caigan en la pobreza más excluyente.

La mejor inclusión, indudablemente, pasa por el compromiso y la responsabilidad de la marcha de la sociedad, siempre a favor de la justicia social y la promoción de los más pobres. Durante los años setenta y ochenta, cientos de miles de personas fueron torturadas, asesinadas y desaparecidas por las dictaduras militares de Sudamérica. Recordamos que fue crucial la denuncia de estos hechos. Pensemos que el mundo será lo que nosotros queramos que sea. En ocasiones, nos impacta particularmente la naturaleza brutal y cruel de fanatismos y quebrantamientos que nos llegan en imágenes, o las padecemos a pie de camino, pero la cuestión no pasa por dejar hacer, sino por analizar la cuestión de este mundo dominado por traficantes de armas que, sin alma alguna, se benefician de la sangre de tantos inocentes. La deshumanización y humillación que mucha gente soporta a través de la explotación física, económica, sexual y psicológica, es igualmente una manera de destruirnos poco a poco. No podemos, en consecuencia, arrojarnos a un lado, porque seremos derrotados. Cada cual, y todos los seres humanos son iguales y se les debe reconocer la misma libertad y la misma dignidad, aparte de imprimir su espíritu, ha de injertar su propio entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria.

En todo caso, cualquier relación discriminante o excluyente, que no estime este derecho natural inherente, no puede, ni debe, quedar impune. Juntos en esa acción inclusiva, también hemos de dar un paso adelante para poner fin al ciclo de impunidad y salvaguardar los derechos de un refugiado o migrante, una persona con discapacidad, una persona LGBT, una mujer, un indígena, un niño, un afrodescendiente, o cualquier otra vida en riesgo de ser discriminada o sufrir algún acto violento. Sea como fuere, vivimos tiempos en los que, tanto por parte de algunos sectores de poder, finanzas o político, como por parte de algunos voceros, se incita algunas veces a la intimidación, y aún lo que es peor, otras veces a la venganza. Esta manera de proceder nos deja sin sentimientos, sin nervio alguno humano. No cabe, pues, la resignación. A propósito, el mensaje del Papa Francisco, con motivo de la I Jornada Mundial de los Pobres, a celebrar el 19 de noviembre de 2017, nos advierte como actuar más allá de las palabras, con las obras: “A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad”. Renovarse o morir, que se dice.

Sin duda, ese diferente enfoque existencial inclusivo implica alianza, preocupación por el análogo y responsabilidad común. Ahora bien, no será posible hallarlo si no nos escuchamos más unos a otros, sin que suponga renuncia a los derechos humanos. Tampoco me gustan los estilos de vida impuestos. Soy más de proponer, considerando que si la justicia existe, tiene que ser para todos; nadie puede quedar exceptuado. Por tanto, ¡es hora de decir basta!, que una causa bien amparada es una causa ecuánime. Dicho lo cual, activar una cultura que nos hermane se convierte en una llamada global que debemos asumir con urgencia. No hay tiempo que perder. Si en verdad nos preocupa la supervivencia de la familia humana, hay que llevar a efecto cuanto antes el espíritu comprensivo de la acción, saliendo de nosotros mismos, y haciendo valer la voz de los marginados y los indefensos, también los derechos de los pueblos indígenas de Brasil que están bajo ataque permanente, por poner un ejemplo de tantos. Deberíamos saber que nadie puede liderar nada por sí mismo, tampoco el género por si solo puede liderar nada, es en su conjunto como la humanidad avanza hacia el estado de derecho, la justa gobernanza y la rendición de cuentas. Al fin y al cabo, el bien de todos ha de consistir en que cada uno viva al máximo la placidez que pueda, sin disminuir  el bienestar de los demás. Puede ser una buena receta para ese cambio de talante, pues no hay postura más egocéntrica que los propios ojos de uno cuando miran su propio yo. Bien que lo siento, pero somos así.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 21 Junio 2017 17:33

Rehacer la humanidad

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    Con la multitud de crueldades sembradas por doquier rincón del mundo, es preciso activar la reconstrucción de existencias desde la esperanza a un proceder digno, el que todos nos merecemos por el hecho de ser personas. No podemos continuar con esta deshumanización, máxime en un momento en que,  según cifras de agencias de la ONU, 1 de cada 113 personas es desplazada o refugiada y cada minuto 24 personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror. Si importante es trabajar unidos, a mi juicio es vital rehacernos como seres caritativos. Es una lástima que los países que menos recursos tienen son los que hacen más por los débiles. Para empezar debiéramos aprender a soportarnos, a guardarnos estima, a competir menos y a compartir más, a vivir y a dejar vivir. Ya está bien de injertar tanta ración de tormentos. Realmente me entristece esta aguda psicosis bélica que nos envuelve. Hace falta que la sociedad deje de ser tan fría, dominadora y sumisa a la vez, pues más que un rebaño sin consistencia alguna, hemos de ser corazón y savia, siempre dispuestos a ser familia y a hacer familia, con la altura espiritual que esto supone. Ahora sabemos que una cifra récord de 141 millones de personas en 37 países necesita ayuda humanitaria; mientras, los planes de respuesta de la ONU destinados a ayudar a 101 millones de los más vulnerables, ha recibido solamente una cuarta parte de los fondos requeridos. Estos datos nos indican que tenemos que ser más bondadosos humanitariamente, ya que en un mundo globalizado como el actual es mejor afrontar los retos coordinados y unidos que dispersos y divididos.

    Sin duda, la humanidad deberá formar un cuerpo integral para poder avanzar en calidad de fortaleza, y así, poder mejorar de este modo, un espíritu hermanado y no tan revanchista como el momento presente. Por ello, tenemos que recuperar la racionalidad de lo humano frente a tanta inhumanidad, lo que impone una fuerte vinculación honesta responsable y profundamente solidaria. De ahí, la importancia de los diálogos entre las generaciones, entre familias y pueblo, porque todos somos pueblo, con la capacidad de dar y recibir. Lo que es alarmante es que siga imperante el sufrimiento en tantas poblaciones del mundo, donde el vivir diario es peligroso y desesperante, a pesar de que las expectativas de vida vayan en aumento. En vista de la situación tan nefasta, nos alegra que Uganda lleve a cabo una cumbre solidaria con el apoyo de Naciones Unidas para hacer frente a la creciente crisis de refugiados. Ojalá este tipo de actuaciones, que desempeñan un papel fecundo de levadura en la relación social y de animación humana,  nos injerte a todas las culturas un cambio más allá del poderío tecnológico, ya que los valores genuinos deberían impregnar nuestras andanzas, así como el recogimiento por la creación. Por tanto, bajo esta acción de mezclarnos, de apoyarnos, de ayudarnos a caminar unos en otros, es como nos podemos rehacer humanamente, permitiendo que la economía y las finanzas se pongan al servicio de todos y no al interés de unos pocos privilegiados, que han puesto al dinero como fin y razón de toda actividad e iniciativa.

    No podemos permitir que se haga todo por dinero como se suele hacer. Sea como fuere, no es de recibo continuar destruyéndonos como unos genuinos irresponsables. Bien es verdad que para rehacerse, a mi juicio lo prioritario es impulsar una verdadera globalización de la solidaridad. En ocasiones, olvidamos que detrás de las muchas tragedias familiares hay una desesperada soledad, un grito de incomprensión que nadie ha sabido comprender. Es trascendental, por ende, volver al auténtico sentido de la familia, a propiciar vínculos y no divorcios. Si uno de los riesgos más graves de nuestro linaje, es la permanente separación entre economía y moral, entre política y ética, entre análogos y su poética, pues para volver a la poesía de la que formamos parte, o sea de la vida, hace falta un estilo muy distinto al actual, de donación y cercanía, de proximidad con el prójimo, para que todo ciudadano se sienta escuchado, acogido y acompañado. Quizás si hiciésemos más reflexión entre nosotros nos podríamos reconducir antes. El ser humano hay que volverlo al centro de todo, al centro de las ideas, y también de los sueños. O como han apuntado los promotores del Día Internacional del Yoga, liderados por el gobierno de la India, al considerar que el enfoque de la salud y el bienestar a través de esta disciplina puede ayudar a avanzar hacia estilos de movimiento armónicos con la naturaleza. Esa concordia, tan necesaria, es lo que hoy nos falta en el planeta, en todo el mundo, en parte por una aglomeración de estupideces y de discordancias, hasta el extremo de que se ha perdido ese respeto inherente y natural de los unos hacia los otros.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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