Domingo, 28 Enero 2018 17:35

Ser dueño de uno mismo

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
    Me gustan aquellos gentíos que son dueños de sí mismos, que no juzgan y tienden manos, aquellos que miran a los demás sin etiquetas, con la mirada del consuelo y las lentes de la generosidad, porque actuando así se construye un mundo más habitable y humano. También me apasionan aquellos foros de diálogo sincero que encuentran ámbitos de acuerdo y resuelven problemas juntos. Por el contrario, me desaniman los que se desentienden de todo y practican la indiferencia ante su análogo. Han perdido el corazón. Sólo ven por los ojos del dinero. A pesar de ello, creo que la legión de bondadosos es superior a la de los inhumanos. Algún lector me dirá, ¿y eso por qué? Quizás sea algo innato, puesto que no se puede cimentar nada, sino es a base de la compasión, que es lo que nos embellece al mostrarnos auténticos, originales en definitiva. Precisamente, desde esa originalidad del desprendimiento de uno mismo en favor de los otros, de nuestros semejantes, es cómo podemos alcanzar una sociedad floreciente; con unos moradores en los que realmente cada uno viva para los demás, y los demás vivan para cada uno.

    Reivindiquemos ser dueños de uno mismo en una sociedad que tantas veces nos roba hasta nuestra propia esperanza de subsistencia. Justo por ello, hoy más que nunca, necesitamos reencontrarnos. Caminar unidos para trabajar por la justicia, despojados de todo poder, ya que lo importante es servir, no servirnos de la gente. Sólo así activaremos lo armónico. El día en que todos los seres humanos se abracen a sus latidos, a su paz interior, será un signo evidente de que hemos hallado la comunión entre todos, a través de lo que somos: más espíritu que cuerpo, más verdad que mentira, más bondad que maldad. Por tanto, bajo esta galaxia poética, hemos de abrir las puertas del alma a refugiados y migrantes. Un corazón que encierra, destruye lo mejor de sí, que es el donarse. Por muy desdichado que uno sea, siempre se puede dar aliento a alguien; y, en todo caso, indignarse ante el mal. Todos, absolutamente todos, tenemos la responsabilidad de hacer frente a tantos sembradores de odio y venganza, cada cual desde su posición, si en verdad queremos levantar un porvenir digno para todos, de respeto a los derechos humanos y de acatamiento a los valores y principios inherentes a nuestra existencia.

    Para desgracia nuestra, continuamos viviendo en ese estado de amenaza permanente, de esclavitud ante una caterva de explotadores a los que habría que reconducir hacia una vida más sensible con el soplo humano. La tarea no es imposible. Es cuestión de querer, de asumir este deber, el de respetar la libertad de cada uno. Ya está bien de tanta propaganda, de tanto engaño y manipulación. Conocemos los horrores del pasado. No los repitamos. Recapacitemos ante el reconocimiento de los mutuos derechos y el cumplimiento de los respectivos deberes. Hagámoslo con empeño, considerando a todo individuo por minúsculo que nos parezca, como parte nuestra, como parte de ese progreso social que ha de hermanarnos sin exclusión alguna. De ahí, la necesidad de una autoridad pública de alcance global, que contribuya a promover y a defender, junto a ese bien colectivo planetario, ese orden moral en la que el ser humano sea señor de sí y esclavo de nadie. Ahora bien, uno tiene que aprender a dominarse a sí mismo, con la libertad que esto requiere, y la solidaridad que ha de verter, para que no surjan divisiones. Si hay que alzar voces que sea para una reconciliación efectiva.

    A veces pienso que es hora de los grandes encuentros, de las célebres conjunciones de ideas, de las insignes escuchas, de los inmensos anhelos en suma. Requerimos estampar una nueva dirección en el mundo, al menos para ser más tolerantes y comprensivos, para abrirnos a una nueva historia donde la humanidad en su conjunto se reconcilie con ella misma y, de este modo, se pueda activar otro mundo más avenido. El incumplimiento de nuestras obligaciones más innatas nos perjudica gravemente a todos. Por eso, es fundamental la reconstrucción de una sociedad más humilde, en la cual todos tengamos cabida, pues hasta el momento presente andamos demasiado endiosados y caprichosos. Hemos de abrirnos, pues. Actitudes como el lanzamiento del Año Europeo del Patrimonio Cultural 2018 en Bélgica es lo que hace crear conciencia de lo mucho que podemos hacer unidos, celebrando nuestra propia diversidad cultural y compartiéndola con el resto de los continentes. Así se llevarán a cabo actividades de sensibilización en todo el mundo, con la ayuda de las delegaciones europeístas. Por ejemplo, la Delegación de la UE en Japón tiene previsto lanzar un calendario sobre el Año y la Delegación de la UE en México está preparando una exposición sobre el patrimonio cultural de Europa, por citar sólo algunos eventos. Al fin y al cabo, la cultura nos injerta conocimientos de nuestra continuidad histórica, lo que nos permite reflexionar sobre maneras de pensar y vivir, y esto siempre es bueno para acrecentar lo de ser dueño de uno mismo. Ojalá, viendo nuestra propia genealogía, aprendamos a ser sirvientes de una conciencia ennoblecida y pura.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 13 Agosto 2017 14:20

Tocando fondo: la degradación de lo humano

Artículo | Algo Más Que Palabras
  
Cada día somos más, con estilo de vidas diferentes, pero que hemos de relacionarnos, lo que nos exige amplitud de miras y comprensión permanente. Precisamente, esa fuerza transformadora de los corazones, radica en el ropaje interior de cada cual, por lo que es ineludible cohesionar latidos desde todas las culturas y buscar la manera de fraternizar actitudes, sobre todo activando el culto a la coherencia con la autenticidad de lo que somos. No quiero omitir, que son de alabar los avances que contribuyen a entendernos; sin embargo, tampoco podemos dejar en el tintero, que la mayoría de las gentes mueren en la desesperación continua, sin consuelo alguno. Sólo hay que ver, cómo algunas patologías van en aumento. El miedo y la opresión es tan fuerte que se hace dificultoso vivir y, en ocasiones, para coexistir con poca dignidad. De nada nos sirven los progresos en el conocimiento y en la información, si luego,  a renglón seguido tenemos una economía excluyente que aniquila, que mata y nos comercia a su antojo. Hoy todo se mueve en torno al poder. Como antaño, el pez grande imperecederamente come al chico. Ante este panorama desolador, multitud de ciudadanos de todo el mundo se sienten mal, muy mal, sin horizontes, sin salida, sin luz en definitiva.

La falsedad es uno de los grandes tormentos actuales. Como dijo una vez el novelista y poeta Sir Walter Scott: “Oh, qué enmarañada red tejemos cuando primero practicamos el engaño”. Tengo el convencimiento, pues, de que si avivamos las alianzas con la verdad, podemos desenmarañar la intrincada red de transacciones sospechosas y llevar a quienes practican el engaño ante la justicia. Esto es algo que favorece la integridad financiera y el crecimiento inclusivo, cuestión que nos beneficia a todos. Hasta ahora nos han adoctrinado con una cultura del bienestar que encierra una idolatría del dinero como jamás, en lugar de activar otros cultivos que nos hermanen y nos ayuden a servirnos mejor unos a otros. Sólo hay que mirar y ver el endiosamiento de algunos poderosos, totalmente deshumanizados y corruptos a más no poder, siempre dispuestos a restar existencias, a no compartir nada con los más pobres, si acaso alguna migaja, para luego pasar a ignorarles. La persona se ha degradado como no se podía imaginar uno. La avaricia tampoco conoce límites. Hay un rechazo a toda moral y el interés ha sustituido a la solidaridad desinteresada. Lo malo de toda esta nube de despropósitos es que el mal se ha enraizado, lo que va a dificultar la expectativa de un futuro más justo.

Además, por si fuera poco, la persona ha dejado de amarse por sí misma, y se ha puesto al servicio de unas gentes económicamente privilegiadas, que no entienden de ética y sí de sobornos. Por tanto, tan importante como alimentarse para poder caminar, es salir de este espíritu que nos degrada, que nos insta a vivir en la superficialidad, siendo a veces un producto más de mercado, donde aquello que no produce se abandona. Con urgencia, el ser humano, si quiere permanecer como especie pensante, tiene que volver a ser él mismo, de ahí, la perentoria necesidad de una educación que nos enseñe a reflexionar críticamente, mediante un lenguaje universalista que ofrezca un camino de maduración en valores. Las gobernanzas mundiales han de humanizarse si en certeza queremos fortalecernos como linaje en este mundo tan velozmente cambiante. Por más que miremos para otro lado, la esclavitud moderna está presente en todas partes del mundo, devaluando a todo ser humano. Una vez más, don dinero es el motor. Un estudio reciente de la Organización Internacional del Trabajo lo avala, estimando que genera ganancias anuales de más de 150.000 millones de dólares, lo cual equivale a la suma de las ganancias de las cuatro empresas más rentables del mundo.

Hace tiempo que la primacía del ser humano sobre todo lo demás, ha dejado de ser una realidad. Olvidamos que estamos en el mismo camino y que todos somos necesarios para abrazar un único horizonte. ¡Atención al aguijón de la rivalidad! ¡O al incentivo del egoísmo! A veces la necedad nos puede, y obviamos que también las obras ajenas son nuestras obras también. Sea como fuere, veo que nos falta esa actitud de servicio incondicional y que nos sobran respuestas vengativas. Como decía san Ignacio de Loyola, “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Esto es lo que realmente nos fertiliza como seres vivos y nos permite cambiar, al experimentar la felicidad de legarse, sin reclamar dividendos, por el sublime deseo de realizarse donándose.  Hoy más que nunca requerimos más acogida, más misión, más entrega y generosidad, en suma. Ya está bien del reinado del dominio de unos sobre otros, o la nefasta competición para ver quién es más poderoso o productivo, restauremos otros valores más de familia, más de sociedad coordinada y cooperante, más de colectivo armonizado. Hemos de volver a la pureza, al retorno del amor verdadero, ese que comprende y disculpa, que injerta palabras de aliento y que reconforta con su propia mirada, lejos de esa desviación destructora que hoy tanto nos acorrala y aniquila.

En consecuencia, ha llegado el momento de reafirmar una actitud humana más acorde con el crecimiento espiritual, que es lo que verdaderamente nos hace más felices, o al menos, estar bien con nosotros mismos. Cualquier menoscabo cívico nos degrada. Deberíamos esto tenerlo más presente. Justamente, con esta degradación humana se hace muy difícil modelar la convivencia, por ejemplo. Cuando falla el respeto todo se desmorona. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones la consideración hacia sus análogos, cuando las mismas relaciones sociales se gestan desde una mentalidad egoísta, trastocándolo todo, desde la similar correspondencia del ser humano con la naturaleza. Con relativa frecuencia, éstas se hallan con conductas inmorales, y hasta perversas, como en el caso del llamado turismo sexual, en el que se degradan vidas humanas, incluso de tierna edad. Lo mismo sucede con el mundo del trabajo, es fácil encontrar testimonios donde la degradación de la persona es un hecho, en la medida en la que se le considera un mero instrumento en el campo de las ganancias y nada más que eso. De igual modo, a poco que paseemos por nuestras ciudades, se observan situaciones de degradación y de miseria en plena calle. Está visto, por ello, que hay que cambiar de rumbo y no aceptar pasivamente ciertos comportamientos que nos asombran, pero poco más.

Tengamos presente que solamente aquella autonomía que se somete a la naturalidad nos embellece como persona. Por otra parte, no es bueno acostumbrarse a que la vida humana entre en el mercado y apenas tenga valor alguno. Subsiguientemente, deberíamos hallar una manera de deshabituarnos de esta adicción al mal que nos acecha. Nunca es tarde para recapacitar, para volver a empezar a ser otro, aunque, como decía el novelista y ensayista estadounidense Susan Sontag (1993-2004): “Amar duele, es como entregarse a ser desollado y saber que, en cualquier momento, la otra persona podría irse llevándose tu piel”. Pero ese sufrimiento estará bien empleado, si supone socorrer a todos para transitar con todos. En este sentido, y aunque no tengamos derecho a juzgar a nadie, si que animo a considerar estas palabras de un sabio de la antigüedad: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”. Ojalá lo escrito aquí, dejase perplejo al lector, le hiciese reflexionar y se pusiese también a compartir lo que piensa. Sería una manera de esclarecer todos los laberintos que nos hemos trazado y, de ver, que aún estamos vivos.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Domingo, 12 Febrero 2017 15:56

Hay que poner límites sobre todo al poder

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    Nuestro mundo se ha convertido en un mar de olas, donde todas están interconectadas, cada una de ellas con su propia identidad, compartiendo marea con las otras, haciendo familia en definitiva. Al mismo tiempo, por desdicha, este cúmulo de ondas en ocasiones germinan violentamente, otras sin latido, desbordadas por la suciedad de una sociedad achaparrada, que no piensa nada más que en el consumo material. Para todo hay que poner límites, si en verdad queremos crecer como especie pensante. La prosperidad no puede ser privilegio de unos pocos. Tampoco podemos seguir desvirtuando lo innato, lo natural, a nuestro antojo. Necesitamos que los vínculos no queden en el vacío, que la economía respete los términos de la sensatez, y que no desfallezca la dependencia del bienestar humano con las relaciones sociales y la justicia.

    El efecto contagio, para bien o para mal, y mayormente con el vehículo de propaganda que son las redes sociales, viene generando una inseguridad sin precedentes, con el consabido sentimiento de desazón, que nos deja sin nervio y, lo que es peor, sin brújula de orientación. Los ataques ya no vienen solo por tierra, mar o aire, también están en la nube, en los ciberataques, que como ha dicho un dirigente de Naciones Unidas, "deberían estar recogidos en la Carta de las Naciones Unidas, en su capítulo VII, que define las amenazas y quebrantamientos de la paz y los actos de agresión". Sin duda, sería un buen avance para la humanidad, al menos yo así lo pienso. Pongamos voluntad y paciencia que lo conseguiremos, máxime sabiendo que el sosiego llega después de amasar mucho amor. Como tantas veces he escrito: Uno tiene que verse en el prójimo para que el mundo cambie.

    Los aires no son muy placenteros que digamos. Todo hay que decirlo. La incertidumbre nos saca de quicio, nos desorienta, de ahí la importancia de frenar aquellos agentes que generan inseguridad. En efecto hay que poner barreras, ya no digo militares, sino también políticas, de cooperación y colaboración, de diplomacia y diálogo en suma. Operaciones que han de ser llevadas a buen término con transparencia, para que el que cometa alguna irregularidad, por leve que nos parezca, se le detenga o cuando menos se le paralice la labor contaminante o corrupta. No podemos continuar en ese afán de derroche, sin pensar en los demás, deshumanizándonos, pues todo está integrado hacia lo armónico.

    La familia, fuente primordial de vida, está constituida en una sociedad y en una cultura que, a su vez, está compuesta por individuos diversos, moradores de un planeta, que nos exige un sistema ecológico vital, respetuoso con aquello que nos rodea. Precisamente, durante el mes de febrero, concretamente el día veinte, celebramos el Día Mundial de la Justicia Social; una onomástica que hoy más que nunca debe hacernos reflexionar a todo el mundo, pues si trascendental es erradicar la pobreza y promover el empleo pleno y el trabajo decente, no menos primordial es achicar las desigualdades, la igualdad entre los sexos y el acceso al bienestar social que todos nos merecemos, por el hecho mismo de ser ciudadanos del planeta.

    Indudablemente, la justicia social es un principio que armoniza, fundamental para la convivencia pacífica y próspera, dentro y entre las naciones. Por eso, es sustancial poner demarcaciones en todo, también al dominio. Para el escritor y teólogo francés, Fénelon (1651-1715), " el poder sin límites es un frenesí que arruina su propia autoridad". Ciertamente, cuando se pierde el ascendente influjo de la valía, es muy difícil dirigir nada, incluso hasta nuestra privativa existencia. Está visto que en todos nuestros proyectos es esencial el trabajo en comunidad, pero los poderosos que suelen ser una minoría privilegiada, tienen que concienciarse de que el poderío también es servicio, entrega y generosidad. No es tiempo de que unos opriman a los otros, sino de la mano tendida para reforzar los niveles mínimos de protección social e incluir a quienes viven excluidos socialmente. Al fin y al cabo, todos somos hijos de la vida, y como tales, hemos de forjar uniones encaminadas a un futuro mejor para todos. No es posible lograr equidad alguna si dejamos en el camino a quienes son explotados social y económicamente. Como tampoco es viable templar superioridad en el pedestal, cuando por ambición se simula ser honrados. Sea como fuere, todos nos merecemos un mínimo de dignidad que nos permita ser algo para poder cuando menos hacer algo, ser dueño de sí mismo, ¿qué menos?. Desde luego, el lenguaje del entusiasmo nos lo valemos porque sí.

    Hay, por otra parte, en algunas cuestiones que no cabe poner límites, por ejemplo a la hora de considerar a todo ser humano más allá de las fronteras ideológicas y confesionales. Dicho lo cual, abatidas las inútiles verjas, es crucial para el desarrollo mundial activar líneas de actuación que nos reconduzcan a planteamientos integradores. La brecha que cohabita entre los más pobres y los más ricos en el mundo ha crecido como jamás, acrecentando de este modo los conflictos violentos que tiene sus raíces en tantas injusticias vertidas, con notoria discriminación y pobreza generalizada. En esto sí que hay que ponerse manos a  la acción y ahondar en la capacidad de discernimiento. Hoy por hoy, en el mercado laboral, los jóvenes, los migrantes, las mujeres y los indígenas son los que más a menudo sufren desempleo. También reciben los salarios más bajos o bien ningún ingreso. Sería bueno, por consiguiente, impulsar la transcendencia de políticas sociales de acceso universal, además de modificar las normas sociales, culturales y políticas, así como revisar las actitudes que perpetúan la marginalidad.

    Es indispensable un cambio para construir sociedades avanzadas libres, inclusivas y equitativas, con vocación ecuménica. Tenemos que despojarnos de toda arrogancia dominadora, que lo único que fomenta es el atropello, en lugar de ponernos en asistencia a todo aquel que nos necesita. Ya lo decía Cervantes en su tiempo: "la ingratitud es hija de la soberbia". En este sentido, no se puede permitir que la República Popular Democrática de Corea, continúe lanzando misiles, violentando resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Este afán de provocación lo que hace es aumentar mucho más la tensión en el mundo. O ponemos límites para ser cumplidos o esta carrera armamentista nos lleva a la autodestrucción.  Yo me quedo con la rogativa de Gandhi: "Mi arma mayor es la plegaria muda".

    Queramos o no admitirlos, en el horizonte de nuestra época, han crecido los signos de muerte, hasta el extremo de quitar la vida a los seres humanos aún antes de su alumbramiento, o también antes de que lleguen a la meta natural del anochecer. Aquellos que aglutinan el poder debieran pensar en esto, puesto que son responsables de esta cultura dominadora, endiosada, omnipotente, que ni escucha, ni acoge. En cualquier caso, y a pesar de tantos acontecimientos dolorosos que a diario nos sobrecogen, no podemos dejarnos invadir por el desaliento, tenemos una historia detrás, y un camino recorrido, que debe ayudarnos a promover un diálogo sincero que nos fraternice. No será fácil, pero tampoco es imposible, a poco que avivemos el encuentro, apoyándose en el sentido común, sabiendo que ingresar en el terreno de los hechos es asociarse al mundo de los límites. Verdaderamente, la naturaleza impone sus propias leyes. No juguemos, en consecuencia, con armas, porque al fin alguien las utilizará en contra nuestra. El que avisa no es traidor. Dicho queda.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Miércoles, 04 Enero 2017 16:11

Llamados a ser luceros

Artículo | Algo Más Que Palabras

    Cualquier ciudadano de este mundo está llamado a ser humano, a caminar entre luces y sombras, con la magia de la palabra y de la acción. Para orientarse, no tiene otro modo que bucear por entre las vivencias de sus predecesores, por las místicas huellas dejadas en el libro de la creación, pues lo importante a la hora de ponerse en camino, aparte de abrir los ojos, es tomar el abecedario de la lámpara del verso, aquella que nace dentro de sí, y que nos permite encontrar el pulso del alma, que es lo que verdaderamente nos alienta y alimenta en nuestros proyectos para embellecernos y en nuestros planes de autenticidad para humanizarnos. Está visto que tanto para realzarse como para empequeñecerse, se requiere de un ánimo natural y humilde, pero grande y sentido.

    Sea como fuere, tenemos que conseguir edificar otro orbe más hermanado, de menos apariencias, de más virtudes y bondades, de menos poder y de más ternura. La humanidad toda ella, en su conjunto, está llamada a ser muchedumbre de compasiones. O si quieren, sociedades de verbo donado. A mi juicio, en el momento presente nos sobran demasiados actores políticos de usura inexplicable. Sólo hay que ver cómo todo lo embadurnan de miseria, de corrupción, de ausencia de libertad. Son los Herodes de ahora. De ahí la necesidad de que el ser humano se revele contra sí mismo, siga luchando y creando hermosura en su diario de existir, a pesar de ese otro espacio bárbaro y hostil que nos acorrala.

    Lo admirable son esas gentes de amor profundo, que le plantan cara a esos grupos violentos para que  depongan las armas a través del desarme, la desmovilización, la repatriación y la reintegración. Creo, por consiguiente, que ha llegado el instante preciso, y, por ende precioso, de tomar un nuevo destino, el de la reconciliación. Quizás, por ello, tengamos que hacer como aquellos Magos de Oriente que, con gran astucia y tesón, hallaron la luz que no encontraban, la búsqueda de la verdad, la pasión por los más indefensos. Pongamos un lucero en nuestra vida, por muy complicado que nos parezca, dejémonos actuar  por el punto solar del sublime poema de la perfección, al que estamos llamados a trascender.

    Ellos, los ilusionados e ilusionantes Magos de Oriente, si que supieron conjugar esa inspiración luminosa con su andar por la vida sin disfraz, siendo cada cual él mismo, más allá de cualquier mundanidad dominadora. Para unos serían soñadores, para otros unos sagaces poetas, e incluso para otros unos meros entusiastas, pero lo cierto es que estaban ahí, afanados por el deseo del corazón, de esclarecer la vida y de entusiasmarnos con ella. Al fin y al cabo, qué es la vida sino un peregrinaje para enaltecer nuestra humanidad, para sentirnos más vivos que nunca, para injertar una existencia que se ofrece a los demás, sin esperar recompensa alguna.

    Tal vez tengamos que ser más corazón, ¡seámoslo!; que la vida no se ha hecho para la palabrería y el frenesí, sino para compartirla en sosiego y para disfrutar viviéndola, más allá de la atracción frívola, con un renovado humanismo, más del discernimiento que de la insensatez doctrinaria, para que nos podamos fraternizar en esta globalizada deslocalización, donde todo se ha convertido en un desorden gobernado por el que más poder aglutina. Indudablemente, ante esta bochornosa realidad, tenemos que volver a ese pesebre de Belén, a recapacitar, y como los Magos de Oriente, sería bueno que saliéramos posteriormente a oírnos, a vernos en nuestro propósito de crónica. Siempre es saludable hacer memoria, pues está a las órdenes de nuestros latidos, y escuchándonos, acaso salgamos de este letargo de aburrimiento en el que tantas veces estamos inmersos.

    Tenemos tarea por hacer, la primera ser libres que ya es difícil en estos tiempos actuales, después dejarnos someter a la pureza, para poder avivar ese verdadero albor que aún seguimos buscando, la de ser persona de valor para reconstruir la confianza entre análogos y forjar horizontes comunes. Hemos de romper el vínculo entre los fenómenos meteorológicos y la pobreza extrema. También hemos de invertir en infantes para aumentar el crecimiento y la productividad. Demos voz a todas los seres humanos, de la misma manera a los pueblos indígenas. Aceleremos el apoyo a medidas climáticas en el globo.... A pesar de tantas labores pendientes de llevar a buen término, nos queda la esperanza, el sueño del individuo avispado. Al igual que en otro tiempo los Magos de Oriente, de igual forma nos volveremos a ver sorprendidos, de que la providencia misma se haya puesto en camino hacia nosotros para que seamos gentes de auxilio y apoyo.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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Artículo | Algo Más Que Palabras

    Si trabajar unidos es fundamental, máxime bajo una atmósfera tantas veces desilusionante, también confluir los sentimientos como memoria, o si quieren como conciencia colectiva de nuestra propia continuidad histórica, ha de ayudarnos a buscar caminos de esperanza y, así, poder abrir espacios nuevos a nuestra sociedad. Y, en esto es básico, el papel del culto a la cultura, el cultivo de la sabiduría en el sentido más profundo del término, de educación integral del ser humano. Sólo así podremos reconocernos, en esa vertiente integradora, en un momento en el que todo cambia y muy rápido.

    No son variaciones de épocas superficiales, son tan inmensas como penetrantes, lo que nos exige avivar los pensamientos, discernir las ideas, fomentar una cultura de escucha y diálogo, de concurrencia permanente y no de confrontación, pues; cualquier modo de pensar y de vivir, debe ser considerado y respetado por toda la humanidad. Tampoco es cuestión de volvernos inhumanitarios, o de deshumanizarnos, sino de comprender y valorar la riqueza de nuestro análogo, se halle donde se halle, ya que todos, sin excepción alguna, mientras vivimos somos un factor de crecimiento.

    Indudablemente las culturas, sean rurales o urbanas, son lo que son, ventanas al conocimiento de nuestra propia existencia. Quizás tengamos que renacer con un nuevo código ético, con un proceder más auténtico y racional, o tal vez, de conciencia colectiva, ya que todos necesitamos de todos. Cada uno tenemos nuestro puesto en la vida, y en esto, si que somos imprescindibles. De ahí la necesidad del encuentro y no del aislamiento. Asimismo, es indispensable remontarse al pasado para comprender, bajo su vivencial luz, la realidad presente y vislumbrar el mañana, que ya es hoy. La UNESCO acaba de destacar el papel vital de la cultura en las ciudades. De igual modo, ha de destacarse en cualquier rincón que aglutine vidas humanas, puesto que es desde esa sapiencia reconstructora como realmente se construye la convivencia humana. Porque convivir, al fin y al cabo, es hermanarse con la heterogeneidad de los lenguajes y de los sentimientos. Por otra parte, es una buena manera de ascender  como ciudadanos vinculados entre sí, no olvidemos que son las relaciones con las personas lo que da sentido a nuestra propia existencia.

    Pero la realidad nos desmiembra. Cuando todo parece desorientarnos, una verdadera apuesta por la conciencia colectiva, aparte de ser el mejor libro de moral, nos ha de infundir un nuevo espíritu conciliador que siempre viene bien ante la multitud de conflictos que nos acorralan. La cooperación entre culturas es primordial. En un mundo tan ahorcado por la falsedad, llegar a la verdad en base a las evidencias de las que se dispone, debiera ser abecedario universal para activar esa conciencia colectiva humanista, de toda la especie humana. Por consiguiente, no basta con tener que defenderse contra cualquier injusticia, además hemos de hacer lo posible como linaje, ya no solo para tranquilizarnos, también para dar seguridad y protección a toda vida humana. En esto reside la fuente de la verdadera conciencia colectiva humana, en poder activar la cultura del respeto y de la dignificación de toda existencia humana. Es cierto que las tecnologías de la información y las comunicaciones pueden ayudarnos a comunicarnos, pero va a ser el activo de la conciencia de cada uno el que hace que nos descubramos como somos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y de esta manera propiciemos otro mundo más humano, más de todos y de nadie, como vengo reivindicando desde hace tiempo.
 
     Fallando la conciencia colectiva viene al caos, todo parece estar contra nosotros, nada vale y todo entra en proceso de desorden  y desconcierto, como al momento presente, donde nadie se compadece por nadie, como si todo fuera una responsabilidad ajena que para nada nos concierne. La misma familia atraviesa una crisis cultural profunda. Apenas los vínculos nos dicen nada. Perdida toda sensibilidad humana, ganamos indiferencia, lo que dificulta enormemente un acuerdo para vivir armónicamente, en unión con el gusto espiritual de ser estirpe y bajo la acción coordinada de un mundo con muchos rostros, que ha de ser más habitable en comunión. Esta es la gran tarea que tenemos pendiente, sin duda. Pongamos un oído en el pueblo y el alma en el camino. No hay mejor recurso pedagógico.

Víctor Corcoba Herrero / Escritor
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